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En la jornada de ayer Ramón Ábila, delantero de Boca Juniors, fue noticia en los principales portales deportivos por un tema extrafutbolístico, cuando la delegación Xeneize se encontraba en Aeroparque antes de emprender el viaje a Santa Fe, donde jugará hoy ante Unión.

El altercado se dio en los instantes previos al embarque. Allí, un hincha de River se sacó la tradicional selfie mostrando tres dedos, recordando los goles convertidos por el Millonario en la histórica final de la Copa Libertadores de América ante el clásico rival.

La particularidad es que de fondo se encontraba Wanchope, quien observó detalladamente toda la escena y, al pasar por al lado del protagonista le aplicó un golpe en la cara con su botinero.

Atónito, el simpatizante atinó a sacarse de encima al cordobés y, con una sonrisa nerviosa, se corrió hacia un costado, con el penoso objetivo logrado: sacarse la selfie provocativa con un jugador de Boca de fondo.

¿Estuvo mal Ábila, sabiendo que es una figura pública y que todas las cámaras siempre van a estar direccionadas hacia ellos? Sí. 

Pero también hay que decir que los jugadores son seres humanos, que tienen sentimientos, que pueden reaccionar como lo hizo él ante ese cobarde. Cobarde porque lo quiso hacer rápido, a escondidas para que no lo vean, con total impunidad, pero afortunadamente falló en su intento.

Ojalá la situación sirva de ejemplo para que no vuelvan a ocurrir este tipo de cosas nunca más, algo que vemos muy difícil por cómo somos. El folklore del fútbol es lo más lindo que tenemos en Argentina, pero no confundamos estos episodios con la pasión y la cargada sana. 

Esta gente que quiere cinco minutos de fama, que busca mostrarle a los amigos este tipo de provocación para que la festejen, es todo lo que no necesitamos para nuestro país. Acá no importan las camisetas, solamente un claro mensaje: cada uno desde su lado, haga lo que tenga a su apara que cada día estemos un poco mejor. Nada más.