Lou Gehrig, el origen de la inmortalidad

Cada 2 de junio, Grandes Ligas honra el legado del beisbolista y su inspiradora lucha contra la ELA con el "Lou Gehrig Day".
Lou Gehrig, leyenda de los Yankees.
Lou Gehrig, leyenda de los Yankees. / Foto: Hulton Archive/Getty Images.

La ironía es la tristeza que no puede llorar y sonríe. Lo último que se espera de alguien a quien le apodan el "Caballo de hierro" es que deje de ver la luz del día a los 41 años.

El 2 de junio de 1925, a Wally Pipp, primera base regular de los Yankees, le aquejó un terrible dolor de cabeza, que durante aquellos tiempos solía ser utilizado con frecuencia como un eufemismo de resaca. Su compañero de habitación era un tal Babe Ruth, guardián de la noche y catador de whisky. Pipp pidió con urgencia una aspirina antes de enfrentar a los Senators de Washington y, cuando vio que el dolor no menguaba, le sugirió al manager Miller Huggins que lo retirará del lineup. 

Después de pulir sus habilidades con el madero en las fincas neoyorquinas, entre 1923 y 1925, Lou Gehrig, hijo de una familia de inmigrantes alemanes, ocupó aquel día la inicial por primera vez. A Lou le sentaba de maravilla el uniforme a rayas: era un tipo alto, bien parecido y con unos hombros prominentes. Y, por si fuera poco, solía batear cuarto, justo detrás del omnipotente Babe Ruth.

"Es una sombra gigante —confesó Gehrig—. Me da espacio para desarrollarme. Vamos, yo no soy el estelar. Siempre supe que mientras bateara por detrás de Babe, podría hacer cualquier cosa y nadie lo habría notado. Cuando Babe se balanceaba en el plato y destrozaba la pelota, nadie le prestaba atención a lo que pasará después. Todos seguían hablando de lo que él había hecho con su bat".

Uno era el showman: mujeriego y bebedor. El otro, el peón: dedicado y dispuesto a aprender. Babe Ruth parecía ser capaz de eclipsar todos los esfuerzos del joven toletero zurdo. En la Serie Mundial de 1928, cuando los Yankees barrieron a los Cardinals de Bill McKechnie, Gehrig bateó para .545, pero nadie lo notó por una sencilla razón: Ruth promedió un monstruoso .625. No fue sino hasta 1934, con un Babe Ruth disminuido y entrado en años, que Gehrig logró encumbrarse en solitario como el rey de los cuadrangulares, con 49. Dos años más tarde, repitió en la cima, precisamente durante la temporada en la que el "Gran Bambino" se alejó definitivamente de los diamantes.

Cuesta creer que siendo un hombre tan tímido, solitario, que odiaba las fiestas y que fue incapaz de dejar la casa de sus padres hasta los 31 años, se convirtiera en una figura que revolucionaría tan drásticamente el deporte a nivel cultural.

Maquillaje aparte (493 cuadrangulares, 1,995 producidas, un promedio de bateo por vida de .340, dos premios MVP y la Triple Corona de 1934), el hecho que verdaderamente lo consagró como leyenda incontestable fueron sus 2,130 juegos consecutivos cubriendo la inicial. Una gesta que se revalorizaría tiempo después, cuando, con lágrimas en los ojos, Ludwig Heinrich Gehrig II se retiraba del deporte a los 35 años por un extraño y mortal padecimiento: la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una degeneración progresiva e irreversible de las neuronas motoras que controlan los movimientos musculares voluntarios, popularizada desde entonces como la Enfermedad de Lou Gehrig.

El 2 de junio de 1941, exactamente 16 años después de tomar por asalto la primera base, Gehrig pereció. Pudiese parecer una casualidad, pero él era demasiado meticuloso como para entregarle su suerte al azar. Eligió una fecha simbólica. En tanto, Wally Pipp, tras aquel insoportable dolor de cabeza, pasó a convertirse en una leyenda urbana. Una anécdota de sobremesa a la que sólo recurre la gente que se cree demasiado lista.


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Ricardo López Si
RICARDO LÓPEZ SI

Editor en Sports Illustrated México. Periodista y escritor.