El método André Jardine

Antes de la final olímpica de Tokio 2020, André Jardine reunió a sus jugadores en la concentración. Nada de pizarras, ni tácticas. En la pantalla apareció Cafú levantando la Copa del Mundo. Luego Romario, después Ronaldinho. Un desfile de leyendas brasileñas tocando la gloria máxima. “Este es el lugar que ustedes pueden alcanzar hoy”, les dijo. Antony, uno de los líderes emocionales de aquel grupo, nunca olvidó ese instante. “Nos tocó el alma”, contó después al medio brasileño Lance. No era una charla técnica, era una promesa compartida. Porque Jardine no solo entrena jugadores: los convence, los une y los hace creer.
Este es el método Jardine: no impone, inspira. Tiene la llave para abrir casi cualquier candado. Construye caminos y puentes para que sus equipos los crucen juntos, hacia los objetivos que él mismo ha trazado. Solo al final del trayecto, cuando todo está logrado, su rostro se vuelve hacia el sol: en alto, alzado por sus jugadores, como ha ocurrido en las juveniles del Sao Paulo, con el Brasil campeón Olímpico en Tokio 2020 y en los últimos tres torneos con el América.
El entrenador siempre deja una muestra de su hechura. Por ejemplo, durante la pausa entre el título del Apertura y el arranque del actual Clausura, fue transparente con todos: reconoció públicamente que había recibido una oferta para dirigir al Botafogo, uno de los grandes de su natal Brasil. Pero la rechazó. Su compromiso estaba firmado —y asumido— con el América. Su mirada está puesta en algo que nadie ha logrado: un cuarto título consecutivo. Si lo consigue, su nombre quedará grabado en la historia del club con diamantes sobre piedra.
André Jardine es un entrenador joven. Nacido en Porto Alegre, en 1979. Es graduado en Educación Física en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), pero quizá uno de sus grandes secretos en su estructura de valores y en su forma de construir grupos, ocurrió antes de decantarse por la educación física, cuando primero se inscribió para estudiar ingeniería. Esta combinación de formación técnica y deportiva se refleja en su enfoque metódico y estructurado del futbol, con una fuerte inclinación hacia el análisis táctico y preparar cada detalle.
Estratégicamente, es conocido su gusto por la formación 4-2-3-1. Pero como buen creador, está abierto a modificar sus planes. Así lo ha demostrado con el América, ya sea por decisiones tácticas o necesidades impuestas por lesiones o bajas de juego. Durante la última Liguilla, por ejemplo, plantó a su equipo con una línea de tres zagueros durante prácticamente toda la fase decisiva.
Construye su trabajo desde el silencio de sus pensamientos. Es cartógrafo de rutas mentales. Inocuo, lejos de la luz, sin aspavientos, de pronto muestra su obra ya en desarrollo, con vida propia y cohesión.
Así ocurrió con el Sao Paulo Sub-20, multicampeón de Brasil cuando el equipo de Primera División atravesaba por penurias sonrojantes. Así lo hizo con el Brasil Olímpico comandado por un Dani Alves entonces de 38 años, quien también se rindió a su método, también al San Luis de México de la intrascendencia deportiva, cuando finalmente recibió la oportunidad de entrenar en la Primera División y por ello se puede entender el tricampeonato obtenido con su actual América.
El brasileño prepara a su equipo para consagrar su ya imborrable historia con las Águilas. El título del Clausura 2025 consagraría su inmortalidad en el club y en la Liga, también podrá disputar el Mundial de Clubes, justa ventana para darse a conocer en otra latitud después de que sus éxitos en México resonaran en Brasil, donde, a palabras de Gustavo Leal, su exauxiliar, para ESPN Deportes, Jardine debió salir de su país para ser valorado.
