Kenti y Charlyn, las veteranas campeonas del Pachuca que soñaron sin permiso

En el césped del estadio Ciudad de los Deportes, las veteranas Charlyn Corral y Kenti Robles se fundían en una marea de brazos. Ambas fueron niñas cuando en México soñar con una liga femenil era una osadía. Fueron pioneras con boleto de ida a Europa, exiliadas por necesidad, campeonas por destino hoy con Pachuca, que alzó su primer título en el futbol mexicano.
El duelo de esta noche no fue un juego; fue una batalla emocional. América se negó a rendirse. Desde el primer minuto atacó con el orgullo herido y el ímpetu del quien aún cree. En la banda izquierda Irene Guerrero, Scarlett Camberos y Montse Saldívar. Una tormenta amarilla que llegaba una y otra vez al área hidalguense. Nicky Hernández, con el sacrificio a cuestas, defendía más que una camiseta.
A los 36 minutos, una pifia de la portera Esthefanny Barreras le abrió el camino a Irene Guerrero, quien, con el olfato intacto, descontó con un toque certero de primera intención. América respiraba. Ángel Villacampa vivía el partido en cuclillas, al borde. Lo ha vivido antes y hoy otro subcampeonato. Esta vez el reto era titánico. El marcador global aún le era adverso.
Scarlett Camberos encendió la esperanza con un disparo desde fuera del área al minuto 54. El estadio estalló. “¡Sí se puede!”, coreaban miles con el alma expuesta. El América empujaba con todo. Montse Saldívar, apenas una adolescente, jugaba como si llevara diez finales en las piernas. Bombas al travesaño, a las manos de la portera, a la garganta de las que sufrían en las gradas.
Pero el tiempo no se detuvo, como sí lo hicieron los sueños de remontada. El marcador, 2-3, fue un epitafio para las Águilas. La ida, en Hidalgo, fue sentencia.
Y Pachuca resistió. Con diez jugadoras tras una expulsión, con la campeona de goleo sin encontrar red, con el reloj ahogando sus suspiros. Charlyn Corral no necesitó anotar para ser figura. Con los brazos en alto alentó, guió, empujó. El título, ese que tanto se hizo esperar, era suyo. Es más que un trofeo. Es un símbolo.
Es para las niñas que no tuvieron liga. Para las que jugaron en canchas de tierra con balones desinflados. Para las Charlynes y las Kentis que soñaron sin permiso y hoy, al fin, volvieron a casa para levantar la Copa.
