Leicester City: una década del cuento de hadas que no debió ocurrir

“¿Sabes qué es lo más curioso de todo esto?”, pregunta Duncan, un joven inglés que halló en México un refugio hace casi dos décadas. “Que al menos la gente aprendió a pronunciar, por un tiempo, correctamente el nombre de mi hogar”.
Hace una década, Leicester, una ciudad de menos de 400 mil habitantes en el centro de Inglaterra, le robó el aliento al futbol global. Una veintena de desconocidos, un técnico trotamundos y un dueño de apellido imposible de recordar desafiaron un triste canon del deporte moderno: el dinero manda. De todas las ligas profesionales de futbol, la inglesa es el mejor ejemplo de cómo los petrodólares, los fondos soberanos de Medio Oriente, los accionistas americanos y la oligarquía rusa transformaron destinos de la noche a la mañana. Nuevos equipos ricos que se compraron un pedigree.
¿Qué había ganado el Chelsea antes de Roman Abramovich? ¿Cuántas décadas el City fue el “otro” equipo de Manchester? La tarde del 2 de mayo de 2016, los modestos Zorros de Leicester regresaron el tiempo a una época en la que el futbol, el cabello largo y los shorts más cortos dominaron el deporte. Lo del Leicester City fue una historia imposible que no debía ocurrir en la era de los súper equipos, las oncenas de ensueño y las apuestas desbordadas en línea.
Duncan recuerda que ese año el objetivo era otro.
“Evitar el descenso”, dice. “No irnos de la Premier, Leicester y otros equipos rurales apostamos a eso, nuestras alegrías son ganarle al pueblo de junto, robarle un punto a un grande y no perder la categoría”.
¿Ganar la Premier League? Estadísticamente imposible. Aquel 2015, al arranque de la temporada, la casa de apuestas William Hill estimó la probabilidad de un campeonato del Leicester City en 5 mil a uno. Era más factible ganar la lotería nacional o avistar un OVNI a que ocurriera lo que finalmente sucedió.
Leicester City players celebrate winning the Premier League at Jamie Vardy's house. (via @FuchsOfficial)pic.twitter.com/ujb6buC7nW
— SportsCenter (@SportsCenter) May 2, 2016
Claudio Ranieri, un técnico italiano con 30 años de experiencia y 15 clubes dirigidos en su currículum, llegó la temporada previa para rescatar al equipo del descenso. Lo logró y una tarde de verano pidió en las oficinas de Vichai Srivaddhanaprabha, dueño del Leicester City desde 2010, con su fortuna tailandesa construida sobre tiendas duty free, un poco de dinero para formar un equipo medianamente competitivo para la que es considerada una de las más disputadas ligas de futbol del planeta. Ranieri venía del fracaso como entrenador de la selección griega, que acabó en un ridículo histórico tras perder un juego contra las Islas Faroe, un territorio que ni siquiera es país y que muy pocos ubican en un mapa.
El equipo titular no era más espectacular que él.
En la portería, Kasper Schmeichel, el hijo de una leyenda danesa y del futbol inglés, que se atrevió a brillar a la sombra de su explosivo padre.
La defensa central la formaron Wes Morgan, un jamaiquino con un físico para rugby, y Robert Huth, un alemán exiliado de la Bundesliga por su edad y bajo rendimiento. Por las laterales corrían Daniel Simpson y Christian Fuchs, dos nombres que se borraron con el paso del tiempo.
En el mediocampo estaba el tesoro de Ranieri: cinco futbolistas entonces desconocidos que revolucionaron por su presión en defensa y precisión al ataque. El centro se lo apropiaron Danny Drinkwater y N’Golo Kanté, reencarnación futbolística de su compatriota Claude Makelelé. El primero era un distribuidor de balón nato y el segundo una aspiradora con siete pulmones. En las bandas corrían, por la izquierda, un deslucido pero intenso Marc Albrighton, y por la derecha una revelación de mediados de los 2010, Riyad Mahrez. Un poco más adelante, Shinji Okazaki, un japonés de buen toque.
Todas las épicas necesitan un héroe, pero en el futbol salen caros. Lo mejor que Leicester y la Inglaterra rural podían ofrecer, y el equipo pagar, era un futbolista de ligas inferiores, con 24 años y asiduo al pub los sábados por la tarde: Jamie Vardy.
One for the ages 😍
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Nine years ago today, Italian singer Andrea Bocelli performed on the pitch, as @LCFC lifted the Premier League trophy for the first time 🏆 pic.twitter.com/PVhLETt3rX
El Leicester City afrontó las 38 jornadas de la liga con 23 victorias, 12 empates y 3 derrotas; 81 puntos al final de la temporada, diez más que el segundo lugar, Arsenal, y monarca a falta de dos partidos. Srivaddhanaprabha regaló cerveza a todos los aficionados en el último juego en casa y un auto BMW, con valor de 100 mil libras (145 mil dólares en 2016), a cada uno de los futbolistas del primer equipo. Un hombre soñador de Leicester se hizo con una pequeña fortuna tras apostar al inicio de la temporada por su equipo. Vardy anotó en 11 partidos consecutivos y acabó en segundo lugar de la tabla de goleo con 24 tantos. A Schmeichel le faltó una portería en ceros para igualar la marca de ese año que impuso el checo Petr Cech, con 16 encuentros sin recibir gol. Andrea Bocelli cantó el Nessun Dorma en vivo en el estadio. Nueve meses después del título, en medio de una mala racha, Ranieri perdió su empleo. Ese año, 2016, Reino Unido votó por el Brexit y dos años después el excéntrico dueño murió en un accidente de helicóptero. En 2023, tras la pandemia que vapuleó las finanzas del club y su empresa madre, el equipo se fue al descenso, regresó a la Premier League un año después, y esta temporada volvió a ser relegado.
Jamie Vardy's 200th and final @LCFC goal, on his farewell appearance 🥹
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“¿Qué significó esa temporada?”, repite Duncan borrando la sonrisa que se le tatúa al recordar a ese equipo que apenas costó 72 millones de libras (105 millones de dólares de aquellos días), una fracción de la nómina de cualquiera que aspira seriamente a un campeonato. “Que el futbol que imaginamos cuando somos chicos de pronto existe”.
Una historia como la del Leicester City no se ha repetido.
“No soñamos con otra Premier League y menos una Champions League”, insiste Duncan entre risas. “Ganarle al Nottingham Forest (un equipo con dos campeonatos de Europa) es suficiente para mí”.
Por cierto, Leicester se pronuncia, según uno de sus hijos: “Lester”.
