Mohamed, la metamorfosis del "Turco"

Antonio Mohamed muestra cuatro dedos con su mano derecha: los títulos que ha ganado en el futbol mexicano. Viste una gorra blanca ladeada hacia la derecha. Un anillo de humo se cuela frente a su ojo izquierdo: es el puro encendido que descansa en su boca. Va de negro, sin calcetas, con unos tenis blancos que brillan como el rosario dorado que cuelga de su cuello y culmina en una cruz sobre su pecho. Es la imagen de un hombre que convirtió la rebeldía en estilo y el estilo en victoria. Es el retrato del triunfo.
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— Toluca FC (@TolucaFC) May 26, 2025
Poco queda a la vista de aquel futbolista ingobernable que llegó a México en los años 90 y que hoy se ha convertido en un técnico cerebral, discreto y emocional. Pero Mohamed sigue siendo Mohamed, y las pruebas sobran cuando se le observa al borde del campo, dirigiendo detrás de la línea de cal.
Contemporáneo de una generación brillante de futbolistas argentinos —como el elegante Ariel Ortega, el cerebral Juan Sebastián Verón o el imponente Gabriel Batistuta—, el Turco destacaba por su anarquismo y su conexión con la grada. Era un jugador excéntrico, dispuesto a divertirse y a demostrar sus muchas virtudes para marcar diferencia: su irreverencia, su creatividad, su genio para desequilibrar eran su rúbrica.
Hoy, de aquel Antonio Mohamed solo se respira el recuerdo. El presente revela a un hombre que, como un universitario rebelde, encontró en la madurez su transformación: de talento caótico a estratega exitoso. Porque él nunca fue un independiente sin rumbo; era un revolucionario con vocación, voluntad, enfoque y una sorprendente capacidad de aprendizaje. No era un partisano: siempre fue un general en formación.
Pero no todo en su evolución fue cuestión de madurez natural o aprendizaje táctico. Hubo también dolor. En 2006, durante la Copa del Mundo en Alemania, Antonio Mohamed vivió la pérdida más devastadora: su hijo Faryd falleció en un accidente automovilístico. Aquel golpe partió su vida en dos. Desde entonces, su manera de vivir el futbol, de liderar y de conectarse con sus jugadores cambió para siempre.
Hoy dirige al lado de otro de sus hijos, Shayr, quien junto a su padre forma el núcleo emocional de una conexión especial. Devoto y cercano a la espiritualidad —con la cual rompió por momentos tras aquella tragedia familiar— hoy esta pareja de sangre levanta un nuevo trofeo de campeón para acercarlo al cielo, posiblemente a los labios de Faryd, a quien dedican su nueva conquista.
Antonio Mohamed tiene ahora una identidad seductora: remite al aula, a las horas de análisis de quien se doctoró con honores tras aprender de sus éxitos, pero sobre todo de los errores —el mejor libro de texto para los campeones—. Antes era provocador, desafiaba esquemas; ahora los diseña y los sigue como dogmas, como si estuvieran escritos con letra escarlata.
Claramente, su transición no fue inmediata. No se trata de un hombre abducido una noche y vuelto al plano terrenal convertido en adulto sabio. Antonio Mohamed ha sido paciente, constante y estructurado. Porque entender el futbol lo ha hecho siempre, pero ser líder no es algo genético: se aprende y se desarrolla como un músculo, y el Turco lo ha hecho metódicamente. Así lo demuestran sus cuatro títulos con Xolos de Tijuana, América, Monterrey y ahora Toluca.
De vuelta a la imagen original, un cuatro marca con su mano derecha el Turco, con puro humeante en su boca, bufanda blanca con la leyenda “Toluca Campeón del Clausura 2025”, sin calcetines, con un trozo de red roja sobre la rodilla izquierda y el trofeo de monarca en el piso, entre sus piernas. Cuatro victorias en finales y el dedo pulgar retraído, quizá listo para, próximamente, mostrar la palma de la mano completa, con los cinco dedos erguidos y dar el siguiente paso en su carrera: dejar la dirección técnica, volver a su natal Argentina y convertirse en presidente de Huracán, el más grande amor entre todos sus clubes.
