REVISTA | Katie Ledecky: vuelve la reina del agua

El 3 de mayo, en la habitación de su hotel, Katie Ledecky abrió la aplicación de notas en su teléfono y escribió una sola palabra como encabezado: “Creer”. Tenía que empezar por ahí. ¿De qué otra forma se consigue lo que parece imposible?
Debajo de ese título, escribió los parciales que quería alcanzar en la prueba de 800 metros libres que nadaría horas más tarde en el TYR Pro Series, en Fort Lauderdale. No fue un cálculo vago. Desmenuzó la carrera tramo por tramo —cada 50 metros— y escribió sus tiempos objetivo con precisión de décima de segundo. Es una costumbre que mantiene desde su infancia. Mientras otras niñas dibujaban arcoíris o cachorros en sus libretas, ella garabateaba posibles tiempos de competencia. “Doodles”, los llama.
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Siempre estuvo hecha de otra materia.
La primera vez que sumó los parciales, el resultado fue 8 minutos con 5.40 segundos. A menos de un segundo del récord mundial de 8:04.79 que había impuesto en los Juegos Olímpicos de Río 2016. “Es tan cerca”, pensó. “¿Por qué no intentarlo?”
Volvió a calcular y logró recortar algunas décimas.
El nuevo objetivo: 8:04.60. Una marca de época. Después fue a la alberca… y nadó aún más rápido. En una de las gestas más deslumbrantes en la historia de la natación, Ledecky rompió su propio récord de hace nueve años con un crono de 8:04.12, superando por .67 lo que parecía una marca intocable nacida en la cúspide de su talento.
A la mañana siguiente, abrió su nota, revisó los parciales y pensó: “Dios mío… esto fue casi exacto.” Así es como se construye la grandeza: una visión de fondo (“Creer”) combinada con el rigor de los detalles, hasta la última décima de segundo.
¿Cuánto puede conocerse alguien que domina su arte? Lo suficiente para anticipar 16 parciales de 50 metros y quedarse a medio segundo de su propio tiempo real.
Ledecky arrancó ligeramente más rápido de lo previsto: esperaba 27.90 segundos para el primer 50 y 29.90 para el segundo. Registró 27.59 y 29.98, tres décimas por delante del ritmo esperado. El segundo bloque de 100 fue exacto: proyectó 1:00.80 y nadó 1:00.81. En el tercer y cuarto segmento estuvo apenas por debajo de lo estimado, con 1:01.70 en ambos, frente a los 1:01.40 previstos. Pero en los siguientes tres bloques retomó el guion: 1:01.21, luego 1:01.28 y 1:01.10. Como si lo hubiera profetizado.
El remate fue una locura. Ledecky había visualizado los últimos 100 metros en 59.80 segundos —30.30 + 29.50—. Nadó 58.75, con un cierre de 30.29 y 28.46. La multitud en el Fort Lauderdale Aquatic Center se desbordó. El estallido la empujó a la meta.
“No habría sido posible sin ellos”, dijo después. “Escuché los gritos y pensé: No dejes que se desperdicien. Di unas patadas de delfín extra al salir de la pared y cerré más fuerte.”
El resultado no tiene precedente. Jamás alguien había roto el mismo récord mundial de piscina larga con una brecha de nueve años. Ha habido márgenes de siete u ocho años. Pero nunca nueve. Era la sexta vez que Ledecky rompía el récord de los 800, una historia que empezó en 2013, cuando tenía apenas 16 años.
La marca fue el broche de oro a una semana que dejó un mensaje claro: Katie Ledecky no se va a ningún lado. Algo verdaderamente extraordinario tendrá que pasar para que no llegue a sus quintos Juegos Olímpicos —y sume más medallas— en Los Ángeles 2028. Desde la primera jornada, anunció que este sería un evento distinto: nadó el segundo 1,500 más rápido de la historia. Luego firmó su mejor 400 desde Río.
Sus brazadas electrizaron la competencia. La estadounidense Gretchen Walsh rompió dos veces en un día su propio récord del mundo en 100 mariposa. Entre una marca y otra, Ledecky tomó su celular y volvió a trazar su plan.
El desenlace fue tan brutal como emotivo. Golpeó el agua con ambas manos cuando vio el resultado. Y lloró. En las gradas estaba su madre, Mary Gen. La primera en abrazarla fue Kim Williams, entrenadora asistente de Stanford, su excompañera universitaria desde 2016. En aquel entonces, los récords parecían inevitables. Pero el deporte no funciona así.
A lo largo de cuatro Juegos Olímpicos, Ledecky ha construido un palmarés incomparable: 14 medallas olímpicas, nueve de oro. Pero reproducir la perfección —y aún mejorarla— es una hazaña casi inhumana.
“Es como perseguir un fantasma”, dice. “Perseguir a tu yo del pasado, a la versión adolescente de ti misma.”
Tal vez lo más asombroso de Ledecky es que nunca se ha desanimado frente a ese espectro. Nunca ha dejado de creer. Sigue ganando con medio carril de ventaja y regalando una de las imágenes más impactantes del deporte. Pero no solo intenta vencer a sus rivales. Intenta vencer a la mejor versión de sí misma.
Ya lo dijo en Tokio 2021: “Siempre intento ser la mejor versión de mí. No es fácil, cuando tus mejores tiempos son récords del mundo. Pero entro a cada carrera con la idea de que todo puede pasar. Que puedo romper marcas ese día. Me paro en el bloque… y me lanzo.”
Esa mentalidad exige una dosis de fe inquebrantable. Casi una pequeña mentira para desafiar lo que parece natural con la edad. Pero en Fort Lauderdale, Ledecky demostró que no mentía. Que su verdad sigue flotando: a los 28 años, puede ser mejor que nunca.
“Siempre ha existido este mito de que las fondistas alcanzan su mejor momento cuando son jóvenes”, dice. “Yo nunca lo creí del todo. Siempre sentí que podía mejorar. Me importa, ¿sabes? Me encanta el proceso. Me gusta más entrenar que competir… y eso se ha acentuado con los años. Me estoy acercando otra vez a esos tiempos de récord, y esa emoción… esa emoción volvió.”
