Léon Marchand: el profesional francés que sigue la estela de Phelps

Cuando Bob Bowman supo por primera vez de Léon Marchand vía correo electrónico, existían dos posibilidades: pensar que se trataba del alter ego de Jean Reno en Leon: The professional, la película de Luc Besson, o, en su defecto, inferir que el remitente era parte de la genealogía Marchand de nadadores olímpicos franceses, que incluye a Xavier, su padre, Christophe, su tío, y Céline Bonnet, su madre.
Bowman, el entrenador que hizo posible las 28 medallas (23 de oro) olímpicas de Michael Phelps, se inclinó por lo segundo: “Al recordar cuando recibí ese correo electrónico, lo primero que pensé fue: ‘¿Marchand? ¿Xavier Marchand?’”.
Después de una serie de entrevistas remotas, sin ser del todo consciente de que estaba ante otro talento generacional, le extendió una beca para que se convirtiera en un Sun Devil y formara parte de su equipo colegial.
A su arribo, Marchand coleccionó 10 títulos de NCAA con Arizona State. Luego siguió a su nuevo entrenador como un dios tutelar hasta Austin, después de que Bowman tomara las riendas del prestigioso programa de natación de la Universidad de Texas, ya con miras a convertirse en un atleta profesional en toda la regla.
"Crecí mucho porque era pequeño, y luego, de los 17 a los 20 años, mejoré muchísimo cada año. Empecé a trabajar más en mi natación subacuática", le contó Marchand a NBC previo a los Juegos de París, donde cosechó, con 22 años, cuatro medallas de oro y cuatro récords olímpicos (400m combinados, 200m combinados, 200m pecho y 200m mariposa), una hazaña que, según el campeón olímpico británico Adrian Moorhouse, lo emparentaba con Ian Thorpe y, sin ninguna duda, con Michael Phelps.
Tras el verano que cambió su vida, Marchand fue condecorado con la Legión de Honor, la más alta distinción honorífica francesa instituida por Napoleón Bonaparte en los albores del siglo XIX.
Siendo nativo de Toulouse, la ciudad de los ladrillos de terracota del sur de Francia, concedió que, desde entonces, le costaba pensar en “planificar las cosas” al extremo y no poder “salir solo a la ciudad a conseguir pan”.
Consciente de que su conquista le iba a restar “espontaneidad y libertad” a su rutina, aceptó el reto de convertirse en el deportista profesional más laureado en la historia de Francia.
Un año después de darse a conocer ante el mundo en la piscina de La Défense Arena —un fastuoso estadio de rugby que vivió su primer amanecer bajo la energía volcánica de los Rolling Stones—, en un período que él mismo ha calificado de “transición”, Marchand se ha dado cita en el Campeonato Mundial de Natación en Singapur para confirmar su condición de nuevo ídolo con un programa abreviado, que sólo incluye los 200m —donde acaba de pulverizar el récord mundial de Ryan Lochte— y los 400m combinados, la última frontera del mito.
Bob Bowman, cuya hoja de servicio quedará irremediablemente marcada por haber entrenado al deportista más sobrenatural de la historia, advierte que Marchand “puede ser mejor” de lo que ha mostrado. Y que, a diferencia del resto de sus coetáneos, “tiene la velocidad, la resistencia y el dominio del agua” que solo conocen los elegidos.
