Golpe al destino: el regreso de Isabella Fierro

Como una bola que va a toda velocidad por el fairway y de pronto se detiene al borde del abismo, así fue la noticia que recibió Isabella Fierro a los 17 años: "Tú no vas a volver a jugar golf".
Eso le dijo el doctor Carlos Arroyo al ver las radiografías y resonancias de su muñeca derecha. Con solo 17 años, Isabella, una de las jóvenes promesas del golf mexicano, escuchaba cómo su sueño de vida se desmoronaba frente a ella.
Un tiro de 100 yardas. Un dolor agudo. La muñeca dejó de moverse. “Me puse a llorar muy fuerte, no porque me ganaron, sino por el dolor.” Lo que parecía una simple lesión terminó siendo una fractura grave. El diagnóstico fue devastador: dos ligamentos cortados, un hueso fuera de lugar que actuaba como una navaja y un tercero al borde del colapso.
“Fue impactante y pensé que me quitarían el sueño que tuve toda la vida.”
La operación fue delicada: reconstrucción total de la muñeca con un injerto tomado del tendón de Aquiles. Estuvo cuatro meses sin caminar, siete con yeso completo, y más de un año sin poder hacer un swing.
Lo que pocos saben es que el inicio de su reconstrucción física y emocional coincidió con uno de los días más duros en la historia reciente de México: el sismo del 19 de septiembre de 2017.
“Estaba en el sexto piso del hospital. Me iban a ingresar al quirófano a la 1:45 de la tarde. Ya estaba con el catéter, no había comido nada, estaba de mal humor… Iba a tomar una siesta y me avisaron que el quirófano estaba retrasado como media hora. Iba a dormirme… y tembló a la 13:14.”
Desde su camilla, Isabella vivió el caos. “Escuché a la gente gritando, llorando, viendo helicópteros. Fue una experiencia muy traumática.” La cirugía fue cancelada y reprogramada para las 5:00 de la mañana del día siguiente. “No pude dormir en dos semanas seguidas. Fue muy feo y muy triste lo que pasó, y todo eso se llevó conmigo.”
Aquella experiencia marcó su proceso de recuperación. No solo enfrentaba una operación compleja, sino que lo hacía en un contexto emocionalmente devastador, tanto personal como colectivo.
Su mamá la ayudaba a bañarse en un minuto porque si se tardaban más, la pierna se le ponía negra. “No podía lavarme los dientes ni peinarme... fue momento de trabajar lo psicológico: ‘¿Qué puedes trabajar este año que no puedes agarrar un palo de golf?’”
Isabella se volvió ambidiestra. Comía con la mano izquierda, aprendió a usar su cuerpo de nuevo con paciencia. Pidió que sacaran los palos de golf de su cuarto para no quebrarse emocionalmente. Pero nunca se rindió.
Después de un año volvió al campo. No fue fácil. El swing ya no era el mismo, el frío todavía le duele en la muñeca. “Juegas con un poco de miedo al principio, pierdes mucha masa muscular... pierdes distancia.” Pero volvió. Y su primer torneo de regreso fue nada menos que el Augusta National Women’s Amateur en 2018. “No fue tan bien, pero lo disfruté de principio a fin. Me hice muy fuerte mentalmente... revalué mis metas, crecí como persona.”
La lesión cambió su swing, lo adaptó, a cara cerrada para generar menos estrés en la muñeca. Cuando Isabella habla de golf, sus ojos brillan. Y cuando habla de Mayakoba, su campo favorito, lo hace con una mezcla de emoción y respeto: “Es un campo retador y me fascina. Lo juego desde muy pequeña y tengo muy buenos recuerdos. Jugué ahí el Mundial Amateur”. Ahora, esta semana jugará en el Riviera Maya Open at Mayakoba 2025, torneo que contará con el mejor golf femenil del mundo después de 8 años de ausencia, el único de la LPGA en Latinoamérica.
Describe cada rincón con cariño: los tejones, los venados, el viento que sopla sin avisar entre los manglares, el mar de fondo, los greens rápidos, las trampas estratégicamente colocadas. “Es un campo al que hay que tenerle mucho respeto.”
El hoyo 10, por ejemplo, parece fácil, pero engaña. El 11 le trae uno de sus recuerdos más felices: un hole out de 115 yardas en pleno Mundial, con el público mexicano alentando.
Isabella nació en Mérida, donde el calor y la humedad son parte de la vida diaria. “Estoy acostumbrada al calor, me gusta mucho jugar con calor”, dice. Desde pequeña fue una niña activa, llena de energía. A los 4 años ya tenía un palo de golf en las manos, aunque su primer amor fue el futbol. Fue portera, delantera, defensa... hasta que se rompió la muñeca. “Si quería jugar golf, tenía que cuidar mi cuerpo”, entendió desde temprano.
Fue así como eligió el golf como su camino, ese deporte en el que aprendió a canalizar su intensidad emocional y donde descubrió que, a veces, para avanzar hay que estar sereno. “Yo soy una jugadora muy emocional... pero en campos retadores hay que estar fría y serena, para mantener el equilibrio.”
