ARCHIVO SI | Dan Marino: su tiempo se agota

Cada sábado, Sports Illustrated México reedita íntegramente una gran historia del archivo de la revista. La selección de hoy es HIS TIME IS PASSING, de Rick Telander, publicada originalmente el 4 de noviembre de 1991.
Los Miami Dolphins enfrentan a los New York Jets en el Giants Stadium, el último domingo de septiembre, y Dan Marino esquiva la presión—mueve los hombros, hace pequeños quiebres y fintas, como un torero que no es demasiado veloz de pies pero que ya ha sentido la cornada más de una vez y conoce bien la inercia, el lado ciego y a esos animales espumosos de corazón retorcido. Aprieta el balón con fuerza en su mano derecha, buscando receptores a lo lejos. Uno, Mark Duper, acelera por la banda derecha, y otro, Mark Clayton, corre una ruta errática hacia la izquierda. En el centro del campo, un grupo de linieros ofensivos y un corredor tratan de contener al enemigo.
El brazo de Marino se suelta, como látigo de cobra, con más fuerza de la que parece posible sin impulso previo, y el balón cruza el aire hasta caer en las palmas extendidas de Duper en la zona de anotación: un touchdown de 30 yardas para poner el marcador 10-7. Gran pase, gran recepción. Pero es—bah, rutina—el pase de touchdown número 246 de la carrera de nueve años de Marino, y los Dolphins terminarán perdiendo 41-23 ese día. Además, Duper recuerda lanzamientos de Marino mucho más impresionantes que hacen que éste parezca un tiro desviado.
Te puede interesar: Archivo SI | Dallas Cowboys: De vuelta con venganza
“El año pasado, contra Cleveland, corría una ruta larga contra Frank Minnifield, y me di vuelta”, dice Duper. “Cuando giré, tenía las manos a la altura de la cadera—estaba a 40 yardas—y el balón ya estaba pegado ahí. Justo ahí. Minnifield estaba a un pie de distancia. ¿Lo entiendes?”.
Los Dolphins cerraron 1990 con marca de 12-4 y parecían haber retomado el paso tras cuatro años de mediocre .500 y ausencias en playoffs. Pero luego cayeron 44-34 ante los Buffalo Bills en la ronda divisional de la AFC, y esta temporada 12 titulares se han perdido partidos por huelgas o lesiones. Ahora, tras su semana de descanso, Miami está 3-5 y parece de nuevo hundido en el foso junto a los otros perros que ladran, arrastrando con ellos a uno de los grandes mariscales de campo de la NFL.
No ha sido un año excelente para un pasador clásico. Cargado con una línea ofensiva que en ocho partidos ha permitido tantos sacks (15) como en toda la temporada anterior, un ataque terrestre que promedia apenas 81.8 yardas por juego y una defensa clasificada 24ª de la liga incapaz de proteger una ventaja, Marino se perfila a la peor campaña de su carrera, en un año en que, en general, el nivel de los quarterbacks de la NFL ha sido poco inspirador. El dato más revelador: Marino, que nunca ha terminado una temporada con menos de 20 pases de anotación—aun cuando como novato en 1983 jugó sólo nueve partidos—apenas lleva ocho al llegar a la mitad de 1991.
Y todo esto lleva a preguntarse: ¿Lograrán los Dolphins reagruparse a tiempo para darle a Marino otra oportunidad de ir por un campeonato? ¿Podrá el quarterback con las mejores estadísticas en la historia del futbol profesional coronar su ilustre carrera ganando por fin el Super Bowl antes de retirarse? ¿Y dónde piensa Miami que encontrará a otro Marino, un tipo duro de Pittsburgh, de 1.93 metros, 101 kilos, capaz de mandar un balón de su mano a las tuyas casi más rápido de lo que puedes imaginarlo?
En su novena temporada juntos, los Dolphins de Marino deberían estar en su punto más alto. Los rumores de los últimos años en Miami—que Marino estaba enfrentado con un coordinador ofensivo, inconforme con su contrato y deseando ir a un contendiente al Super Bowl—se disiparon la campaña pasada, cuando aceptó su rol en un ataque más equilibrado, firmó un contrato de cinco años y 25 millones de dólares que lo convirtió en el jugador mejor pagado de la NFL y llevó a un equipo joven a playoffs. ¿Se echará todo ese progreso por la borda?
“Quisiera ganar un Super Bowl cada año”, dice Marino. “Creo que ganaremos uno. Sí lo creo. ¿Cuándo? No lo sé. No lo sé.”
Marino probablemente todavía tenga varios buenos años por delante, pero ya se ha operado la rodilla izquierda cuatro veces, y dice que no está seguro de seguir jugando más allá de 1996, su 14ª temporada como profesional, cuando tendrá 35 años y su contrato habrá expirado. Al recordarle que Sonny Jurgensen, Fran Tarkenton y Johnny Unitas jugaron 18 años, Len Dawson 19 y George Blanda 26, Marino suelta una carcajada. “¿Jugar 18 años?”, dice. “¿Entrar al siglo XXI?” Pero si le preguntan si ya planea algo para después del futbol, vuelve a reír y responde: “¿Y hacer qué?”.
“Odiaría ver a un gran jugador quedarse sin ganar un Super Bowl”, dice Nat Moore, ex receptor de Miami, pensando en Marino, que le lanzó 24 pases de touchdown en cuatro años y llevó a los Dolphins al Super Bowl tras la temporada de 1984 (derrota 38-16 ante los San Francisco 49ers). Las estadísticas de Marino son tan descomunales que merecen la atención que normalmente sólo llega con ganar el gran juego. Posee o comparte 24 récords de la NFL, incluyendo más yardas por pase en una temporada (5,084), más pases de touchdown en una campaña (48), más temporadas consecutivas con 20 o más pases de TD (ocho) y más partidos de 400 o más yardas aéreas (10).
Su biografía, estadísticas y comparaciones con otros quarterbacks ocupan 22 páginas y media en la guía de medios de los Dolphins, una de las recopilaciones más detalladas de antecedentes sobre una figura pública fuera de un expediente de la CIA. “Le dije a mi becario: ‘Toma todos estos números y juegos—no quiero verte en una semana—y muéstrame qué encuentras’”, cuenta Harvey Greene, director de relaciones con medios de los Dolphins. “Así encontramos el récord Marino-Clayton de pases de touchdown y el de durabilidad. Ese material no es para trivia, está ahí porque es increíble”.
Marino y Clayton se han conectado en 69 pases de anotación, más que cualquier otra pareja quarterback-receptor en la historia de la liga, superando a Unitas con Raymond Berry (63), Joe Montana con Jerry Rice (55) y Jim Zorn con Steve Largent (43). En cuanto a durabilidad, nadie se le acerca. Cuando Marino enfrente a los Indianapolis Colts la próxima semana, será su 117ª titularidad consecutiva (excluyendo los tres partidos de huelga de 1987), 61 más que Jim Everett, de Los Angeles Rams, segundo lugar entre mariscales activos, y más que cualquier otro desde la fusión AFL-NFL en 1970.
La guía incluye otras cifras notables: ha llevado a Miami a 17 victorias tras ir abajo en el último cuarto; ha lanzado más pases en una temporada (623 en 1986) y completado más (378 ese mismo año) que nadie; tiene un diferencial touchdown-intercepciones (+105) mejor que cualquier quarterback en el Salón de la Fama; lanzó más yardas (31,416) en sus primeras ocho temporadas que cualquier miembro del Salón en ese mismo lapso, con Unitas como el más cercano, a más de 10,000 yardas de distancia. A su ritmo actual, Marino se convertirá en líder histórico de pases de TD, con 343, en el octavo juego de la temporada de 1994.
Debe de haber un récord que le importe más: “El de juegos consecutivos, de ese estoy muy orgulloso”, dice. “Formarte y jugar cada semana—que tus compañeros sepan que estarás ahí. Los demás récords vienen de jugar cada domingo”.
Sin embargo, justamente por estar ahí cada semana, Marino siente la frustración de las derrotas más que la mayoría. Su fuego se desbordó en aquel juego contra los Jets a principios de temporada, cuando el safety Erik McMillan interceptó un pase suyo y lo devolvió para touchdown. Marino le gritó obscenidades y McMillan le respondió con un gesto grosero. Dos semanas antes, contra los Detroit Lions, Marino no vio al ala cerrada Greg Baty, completamente desmarcado, en lo que pudo ser la jugada ganadora de un partido que terminaron perdiendo 17-13, y después se mostró inusualmente desolado. “Justo después del partido, nunca lo había visto sentirse tan mal”, recuerda Don Shula, entrenador de Miami.
Con la línea ofensiva golpeada, el ataque terrestre ineficaz y una defensa cuestionable, todo suena a viejos tiempos en Miami. Mientras Jim Kelly dirige en Buffalo la ofensiva sin reunión de los Bills y Warren Moon dispara en Houston con el esquema run-and-shoot de los Oilers, Marino se la pasa esquivando por su vida. Aun así, no envidia el papel de otro quarterback tanto como desea que Miami consiga a los jugadores que lo vuelvan un contendiente de Super Bowl.
“Necesitamos un tipo como Thurman Thomas, alguien al que puedas lanzarle en primera oportunidad y que pueda correr en tercera”, dice Marino. “Pero cualquier ofensiva funciona; todo se reduce a tener a la gente adecuada. Los Chiefs alinean con tres alas cerradas y corren contra ti. Eso también es una ofensiva. Les funciona. Digo, no van a salir con un run-and-shoot teniendo a Christian Okoye”.
Aunque el año pasado Marino lanzó menos veces (531) que en cualquier otra temporada floja de su carrera, el regreso de los Dolphins a la élite de la NFL hizo que eso fuera irrelevante. “El año pasado tuvo su mejor temporada en cuanto a liderazgo, jugadas clave, movilidad en la bolsa de protección y dureza”, dice Shula.
Edwin Pope, columnista del Miami Herald que ha seguido a Marino desde que entró a la liga, coincide con Shula. “No tengo ninguna duda de que Marino es el mejor pasador puro que haya jugado este deporte”, dice Pope. “Los he visto a todos, desde Sammy Baugh. Graham, Waterfield, Van Brocklin, Unitas, Starr, Jurgensen, Namath, Staubach, Bradshaw, Montana. Ninguno. Ninguno tenía ese don divino para lanzar, para soltar el balón como él. Nunca tuvo que pensarlo, pero en los últimos años aprendió a amar el juego, a disfrutar lo divertido que es salir un domingo y hacer lo que hace. Creo que antes lo daba por hecho. Ahora puede ver el final—aunque sea de forma tenue”.
Marino sí ve claramente las alitas de pollo sobre la barra en D.T. Riots, en el suburbio de Pembroke Pines, y se sirve sin dudar. El entrenamiento terminó, y Marino y el receptor Jim Jensen—uno de sus mejores amigos en los Dolphins—junto con otros jugadores, comen y beben cerveza. “Jake the Snake pelea esta noche en la Arena, Dan”, dice Jensen. “¿Sabías que alguien mató a su serpiente? Ahora tiene una más grande. Voy con mi suegro. ¿Te animas?”
Marino mueve la cabeza en señal de que no, tiene que grabar su programa de TV más tarde. “A Claire le gustaba la lucha libre”, dice Marino. “En Pittsburgh. Llegó a agitar una bandera rebelde por alguien”.
Claire es la esposa de Marino, madre de sus tres pequeños hijos (el cuarto viene en camino para la primavera) y amiga de los tiempos de Pittsburgh. Claire está bien, lo mismo que estos amigos, estas alitas y estas cervezas. Él es un tipo con estilo, sin pretensiones; a Marino le gustan los viejos amigos, las cosas sencillas, la lealtad. Hace poco salió con Jensen y no le gustó la ropa pasada de moda que llevaba, un “traje Bob Griese”, como se conoce entre los Dolphins. Un par de días después, Jensen encontró dos trajes de 500 dólares colgados en su casillero, cortesía de Marino. En febrero, cuando viajó a Hawái para competir en el Quarterback Challenge televisado, llevó con él al utilero Bob Monica y a su esposa, Donna, durante los nueve días, con todos los gastos pagados. “Danny es el mejor”, dice Monica. “Ya no hacen gente así. Cuando él se vaya, yo me voy”.
Un chico entra al lugar vendiendo chocolates para recaudar fondos para su primaria. “¿Para qué es esto?”, pregunta Marino. “PTA”, responde el niño. “No sé. Algo así.”
Bueno, el muchacho es honesto y alegre, y no está endulzando la venta. Marino compra cinco barras. Él también fue un niño feliz, monaguillo, que apenas se levantaba 15 minutos antes de la escuela porque St. Regis, donde estudió hasta octavo grado, estaba a 10 segundos de su casa. “Sigue siendo igual que cuando era pequeño”, dice su madre, Veronica, que vive con Dan Sr. en la misma casa de Pittsburgh donde criaron a sus tres hijos. “Siempre fue sensible y generoso. Veía Lassie, y todas las semanas terminaba llorando. Siempre le importaron los sentimientos de los demás.”
Ahora el de corazón blando le pide a Jensen un poco de tabaco “para el camino a casa” y se dirige a su coche, un sedán familiar. Le falta la ventanilla trasera del lado del conductor, rota recientemente cuando Marino tuvo que forzar la entrada después de dejarse las llaves dentro. Ni hablar, hoy tiene más distracciones que cuando llegó a Miami desde la Universidad de Pittsburgh, como el sexto quarterback elegido en el draft de 1983, detrás de Todd Blackledge y Tony Eason (ambos ya fuera de la NFL), Ken O’Brien (titular moderadamente exitoso con los Jets) y los futuros All-Pro Jim Kelly y John Elway. Marino fue All-America en su año junior, pero no en el senior. Los cazatalentos pensaban que lanzaba demasiadas intercepciones, que forzaba los pases y quizá tenía mala actitud. Nada de eso resultó cierto.
Ya en la entrada de su casa en Fort Lauderdale, Marino se baja del auto y lo rodean las distracciones. Dos niños corren hacia él, seguidos de cuatro más, y Claire sale del garaje con otro en brazos. Tres son los hijos de los Marino—Dan, de 5 años; Mike, de 3; Joe, de 2—y los demás son niños del vecindario. El alboroto es grande mientras alguien trata de hacer funcionar un cochecito eléctrico. El pequeño Dan sostiene un paraguas de los Steelers y lleva zapatos de futbol, corriendo en círculos.
“Danno tuvo un excelente entrenamiento de futbol”, dice Claire, y Marino asiente en medio del bullicio. Se pregunta si sus hijos, con tantos juguetes y comodidades, sentirán alguna vez el hambre competitiva. “Si vieras mi garaje en Pittsburgh, ¿qué había?”, dirá después. “Un bate, un guante, unas pelotas. No es raro que ahora los niños no jueguen a lanzar la bola.”
El perro de la familia, Touchdown, llega trotando con una pelota de tenis en el hocico, el pelaje sucio por haberse metido al estanque del jardín. Aparece también el perro del vecino, más pequeño, con un collar electrónico diseñado para mantenerlo dentro de su patio. Claire grita “¡Colors!” mientras el animal entra por la puerta principal de la casa. La empleada doméstica de los Marino sale al camino de entrada y observa la escena. Un niño dispara a otro en el pecho con una flecha de plástico de una ballesta. Colors vuelve a entrar y Marino se queda plantado en el mismo sitio desde que bajó del coche. “Es un caos”, dirá, “pero supongo que eso es lo divertido. Me hace sentir orgulloso de tener una familia.”
Unas horas más tarde, en una limusina rumbo a la grabación del Dan Marino Show en un restaurante Hooters de Fort Lauderdale, Marino y su agente de marketing, Ralph Stringer, hablan de algunos de sus patrocinios. El más estable es el de los guantes Isotoner, que incluye un comercial televisivo anual previo a Navidad. Normalmente, Marino reparte guantes a sus compañeros detrás de cámaras y luego recibe una lluvia de bolas de nieve. “Este año lo grabamos en junio en sólo dos tomas”, cuenta. “La nieve era falsa, pero el equipo de grabación realmente me lanzó las bolas con todo. El director decía: ‘Actúa como si no vinieran’. Sí, claro.”
Marino ha recibido ofertas de grandes cuentas—cadenas de comida rápida, refresqueras—pero todas le han insinuado que necesita un campeonato antes de comprometerse. Como el jugador mejor pagado de la NFL, puede vivir sin esos ingresos extra. Pero el reconocimiento le vendría bien, significaría que llegó a la cima.
Marino llega a Hooters a las 8 p.m., justo cuando Dan Sr. se alista para subir a su camioneta y repartir fardos de periódicos para el Pittsburgh Press, trabajo que lleva 14 años haciendo. Antes de eso instalaba máquinas expendedoras, y antes repartía muebles. Le encantó conseguir el turno nocturno, porque significaba no perderse nunca las actividades de sus hijos por la tarde. “Me quedan otros ocho años hasta jubilarme a los 62”, dice Dan Sr. con orgullo.
¿No podría su único hijo sacarlo de todo eso, comprarle a él y a Veronica una gran casa en otro lugar y llenarla de lujos y dinero? Dan Sr. se sorprende. “Estamos perfectamente felices”, responde. “¿Qué haríamos con todo eso?”
En Hooters, Marino tiene a Clayton como invitado en el programa. Ambos bromean con el conductor, Tony Segreto; un contraste con los gritos y reproches que a veces se lanzan en la banca, cuando las rutas se rompen o los pases se fallan. Sobre esas discusiones, que pueden incluir también a Duper, Marino dice: “A veces ellos tienen razón, y a veces yo la tengo”. Pero su postura y tono transmiten: “Yo nunca me equivoco”.
Scott Secules, suplente de Marino, observa entre el público con algo de asombro. “Hace tres años me dejaba boquiabierto”, dice. “Ya no. Pero de pronto lanza uno que me hace pensar: ‘Yo nunca podría hacer eso. Nadie podría. Nadie lo hará jamás’.”
Marino se queda en Hooters tras la grabación, platicando con la gente en la abarrotada sala trasera, firmando autógrafos, estrechando manos. Claire está allí, junto con su hermano Michael, que comparte departamento con Debbie, la hermana menor de Marino, a unas casas de distancia. También está su hermano Dan—¿cuántos Dans caben en esta historia?—quien vive en la casa de los Marino pero esta noche no fue a Hooters. Prefirió descansar después de otro día pintando casas. Otro amigo de Pittsburgh, Billy Sabo, que ahora trabaja como mesero en Fort Lauderdale, también aparece. Es bajito y expresivo, y se planta frente a Marino.
“¡Viendo ese partido contra los Jets me enojé tanto con [el ala defensiva] Jeff Lageman!”, exclama Sabo. “¡Dios, Danny, quería jalarle la coleta, echarle la cabeza hacia atrás y golpearlo! ¡Pero también me enojé contigo! Estabas lanzando esos malos pases.”
Sabo suda, claramente dolido por las desgracias de los Dolphins. Apenas le llega al hombro a Marino, y parece que quiere golpear algo. Marino asiente. Se abre el saco azul impecablemente cortado y deja al descubierto el abdomen. “Adelante, Billy”, le dice. Marino espera el golpe. Sabo aprieta el puño, tiembla un poco. Mira la camisa blanca, la corbata de seda… y afloja la mano. Se abraza con Marino. Marino sonríe. Sólo son un par de tipos de Pittsburgh, con la esperanza de ganar el gran juego antes de que sea demasiado tarde.
Publicado originalmente en Sports Illustrated el 04/11/1991, traducido al español para SI México.
