ARCHIVO SI | Don Shula: Abuelo Montaña

Cada sábado, Sports Illustrated México reedita íntegramente una gran historia del archivo de la revista. Nos remontamos a julio de 1993. La muerte de su esposa, ocurrida hace dos años, no ha vuelto a Don Shula menos autocrático con sus Miami Dolphins, pero ahora permite que sus nietos se le trepen por todos lados.
Don Shula, el legendario coach de los Miami Dolphins, es el protagonista de este emotivo Archivo de SI.
Don Shula, el legendario coach de los Miami Dolphins, es el protagonista de este emotivo Archivo de SI. / Chris Trotman/Getty Images

Cada sábado, Sports Illustrated México reedita íntegramente una gran historia del archivo de la revista. La selección de hoy es GRANDFATHER MOUNTAIN, de Jill Lieber, publicada originalmente el 26 de julio de 1993.

En la primavera de 1989, el head coach de los Miami Dolphins, Don Shula, y su esposa, Dorothy, realizaron una peregrinación de 6,000 millas a Medjugorje, en Croacia, con la esperanza de encontrar una cura para el cáncer que devastaba el cuerpo de Dorothy. Medjugorje, un pueblo primitivo situado a 100 millas al noroeste de Dubrovnik, es un símbolo de esperanza para los cristianos. Se dice que la Virgen María se aparece ahí todos los días, y se reporta que muchas personas enfermas han sanado tras visitar el lugar.

Durante cuatro días, los Shula —quienes se habían unido a otros 10 feligreses de la iglesia católica Our Lady of the Lakes, en Miami Lakes— asistieron a largas horas de servicios religiosos en Medjugorje. Cada mañana, mientras caminaban por un prado rumbo a la iglesia, Don alzaba la vista al cielo en busca de señales de la Virgen. “Siempre estaba esperando que ocurriera algo positivo”, dice. “Amaba a Dorothy. Quería hacer todo lo que estuviera en mis manos para salvarle la vida. Habría ido a cualquier lugar por ella”.

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Durante cuatro años, los Shula recorrieron Estados Unidos de costa a costa, hablando con líderes en investigación oncológica, buscando a los mejores cirujanos y probando tratamientos innovadores. En cada hotel y habitación de hospital donde se hospedaba, Dorothy leía en voz alta sus oraciones del día. Don acudía a iglesias locales para encender veladoras.

Una tarde en Medjugorje, los Shula decidieron intentar acercarse aún más a Dios. Don ayudó a Dorothy —ya muy débil para entonces— a subir durante dos horas por un sendero estrecho y rocoso hasta un crucifijo en la cima de una montaña. Ahí observaron una hoguera, y Don buscó imágenes de la Virgen en el humo que se elevaba al cielo. Luego se arrodilló bajo el crucifijo, enterró la cabeza entre las manos y rezó con intensidad, suplicando un milagro. El milagro llegó, pero no en forma de una cura.

“Mamá estaba llena de felicidad y emoción cuando regresó a casa”, cuenta Annie Shula, de 29 años, la hija menor de Don y Dorothy. “Fue un renacimiento religioso. Trajo cruces, botellas de plástico llenas de agua bendita y cintas de video con entrevistas a personas en Medjugorje, que veía una y otra vez. El viaje le dio fuerzas para seguir adelante. La cambió a ella. Los cambió a los dos. Les dio esperanza y una sensación de calma”.

Amigos de los Shula dicen que el viaje a Medjugorje profundizó la relación entre Don y Dorothy. En los dos últimos años de su vida, se volvieron más cercanos que nunca. Él la sostenía cuando temblaba. Se despertaba temprano por la mañana, se acostaba a su lado y le decía que no había nada que temer. Por las noches veían juntos Wheel of Fortune y Jeopardy!. Competían para ver quién respondía más rápido.

“Ella me guiñaba el ojo, mostrando que sabía la respuesta”, recuerda Lucy Howard, ama de llaves de los Shula desde hace muchos años. “Por lo general lo dejaba ganar. A él no le gustaba perder en nada”.

Don pensaba que hacía un buen trabajo ocultando sus miedos a Dorothy, pero no era así. Caminaba con la cabeza baja y los hombros caídos, y perdió peso. “Cuando salía de casa cada día para ir a trabajar, estaba tan asustado como Dorothy”, dice Don. “Fue duro. Estaba muy distraído. El football parecía poco importante. La muerte es algo que lees que ocurre por allá lejos, pero ahora está aquí mismo, en tu puerta”.

Cuando Dorothy murió en su casa de Miami Lakes el 25 de febrero de 1991, a los 57 años, fue la primera vez que los cinco hijos del matrimonio vieron llorar a su padre. Don abrazó a cada uno y, entre lágrimas, les dijo que tendrían que ser fuertes y mantenerse unidos como familia. Prometió que estaría ahí para ellos, como su madre lo había estado. Pero no sabía de dónde sacaría su propia fortaleza, ni a quién acudiría cuando el vacío amenazara con devorarlo.

Ese día, después de que la familia recitó oraciones por el alma de Dorothy, Don le pidió al padre Edmond Whyte, párroco de Nuestra Señora de los Lagos, que lo acompañara a dar un paseo. “Dorothy fue una esposa y madre extraordinaria”, le dijo el padre Whyte. “Te ayudó en momentos difíciles y ahora se ha ido. Tienes que aprender a vivir sin ella. Tienes que seguir adelante”.

Hasta su último aliento, Dorothy alentó a su esposo a mantenerse concentrado en ganar partidos de football, y él ha hecho exactamente eso. La temporada pasada, los Dolphins llegaron hasta el Juego de Campeonato de la Conferencia Americana. Aunque la vida privada de Don se transformó por completo tras la muerte de su esposa, en el campo de juego parece casi el mismo de siempre: duro e intimidante. De hecho, todavía le gusta decir que es tan sutil como un puñetazo en la boca. “He cambiado un poco con los años”, dice Shula. “Estoy un poco más dispuesto a escuchar. No soy tan propenso a lanzarme de frente y decir: ‘Este es el único camino’. Pero hay cosas que nunca cambiarán: siempre se necesita disciplina, y solo puede haber un jefe, y ese soy yo.

“La honestidad está en el corazón de mi éxito. No juego con los jugadores. Todo se basa en años de hechos sólidos. A veces no es muy vistoso ni emocionante, pero yo miro el resultado final —ganar— y eso es lo único que me importa”.

A las puertas de su temporada número 31 como coach en la NFL y la 24 con los Dolphins, Shula, de 63 años, está a siete victorias de superar a George Halas como el entrenador con más triunfos en la historia del football profesional. Halas consiguió 324 victorias en 40 años como coach de los Chicago Bears. El récord de Shula es de 318-151-6, lo que promedia unas notables 10 victorias por temporada. Sus logros llenan 13 páginas de la guía de prensa de los Dolphins. Pero los más destacados son estos: es el único head coach que ha llegado a seis Super Bowls, y sus Dolphins de 1972 lograron la única temporada invicta en la historia de la NFL.

“Mientras más se acerca al récord de su carrera, más difícil es comprender la magnitud del logro”, dice Dave Shula, coach de los Cincinnati Bengals, de 34 años, quien tenía apenas tres cuando su padre consiguió su primer trabajo como head coach, en 1963, con los Baltimore Colts. “Cuando me convertí en head coach el año pasado, estaba a 306 victorias de él, y ahora estoy a 313”.

Incluso con sus amigos más cercanos, Shula no habla demasiado sobre la persecución de la marca de Halas. En su lugar, asegura que su verdadero objetivo es el Super Bowl, para convertirse en el único coach que haya llegado al Super Bowl en cuatro décadas distintas. Sin embargo, mencionó el récord de manera casual a su hija Sharon, de 31 años, cuando ella estaba a cargo de diseñar una pieza de joyería como recuerdo familiar de su victoria número 300, lograda el 22 de septiembre de 1991. Según Sharon, “dijo: ‘No quiero hacer nada demasiado elegante, porque quiero esperar hasta romper el récord. Ese es el momento en el que puedes hacer algo realmente especial’”.

“No hablo de eso a menos que alguien lo mencione”, dice Shula, negando con la cabeza, cubriéndose los oídos y ahuyentando cualquier referencia al récord, como si hablar de ello pudiera echarlo a perder. “No hay presión. Los números van a estar ahí. Me sentiré orgulloso cuando ocurra, y reflexionaré sobre ello mucho después.

“Nunca me propuse conseguir este récord. ¿Cómo podrías proponerte hacer lo que yo he hecho en mi carrera? Todo se reduce a dar lo mejor de ti cada día, cada semana, cada año. Nunca me preocupé por el total de victorias. Simplemente fueron llegando. Después te enteras de que ganaste tu partido número 100, luego alguien te entrega una placa por el número 200. No pienso en estas cosas como hitos. Son subproductos del trabajo duro”.

Para trabajar tan intensamente como lo hace, Shula necesita desconectarse del mundo real durante largos periodos. Nadie lo acusaría de estar a la vanguardia de la vida de finales del siglo XX. Todavía no sabe operar las videocaseteras de su casa, y calentar comida en el microondas es una tarea que lo desconcierta por completo. “Me sorprende que pueda marcar un teléfono”, dice Sharon. Bromea su hija mayor, Donna Jannach, de 32 años: “Me sorprende que haya descubierto cómo dejar mensajes en mi contestadora”.

No es de extrañar que Shula se haya perdido a la generación Pepsi y no tenga idea de la generación MTV. “Lo único que alguna vez le he oído tararear son himnos”, dice Sharon. Sus gustos televisivos se limitan a los noticiarios y a los eventos deportivos en vivo. Cuando Miami Vice era uno de los programas más populares de la televisión —y una verdadera fiebre en el sur de Florida—, el actor Don Johnson aparecía a veces en la banda de los Dolphins durante los partidos. En una ocasión, fue presentado con Shula en el vestidor.

“Don Johnson, Miami Vice”, le dijeron al coach.

“Ustedes hacen un gran trabajo”, respondió Shula, creyendo que Johnson era parte del departamento de policía de la ciudad.

En marzo de 1992, el actor Kevin Costner estaba sentado delante de Shula en un torneo profesional de tenis en Miami y se volteó para estrecharle la mano. “Papá no tenía idea de quién era Kevin”, cuenta Donna. “Simplemente pensó que era algún tipo que quería conocerlo”.

Lo único más llamativo que la visión de túnel de Shula es su obsesión por ganar. Donde sea que uno voltee hay una historia sobre su competitividad, y a menudo no tiene nada que ver con el futbol. En rondas casuales de golf, se sabe que acomoda los equipos a su favor, y ha programado partidos de tenis a la hora más calurosa del día.

Se dice que Shula incluso entrenaba para la prueba de la caminadora de su examen físico anual. Su objetivo era mostrar más resistencia que Bobby Beathard, entonces director de personal de jugadores de los Dolphins (y hoy gerente general de los San Diego Chargers), quien era maratonista. Hasta el día de hoy, Shula minimiza esas historias. “¿Cómo podría vencer a Bobby en una prueba de caminadora?”, dice. “Sus pies nunca tocan el suelo cuando corre”.

Pero hay testigos de la locura de Shula. “Una noche, a las 11, estábamos sentados en una reunión y Don sacó el reporte de los médicos y empezó a preguntarnos a cada uno cuál era nuestro nivel de potasio, nuestro nivel de ácido úrico”, recuerda George Young, quien entonces era director de scouts profesionales de los Dolphins y hoy es gerente general de los New York Giants. “Y yo le dije: ‘Don, la gente cree que estamos aquí tomando grandes decisiones, ¿y tú estás hablando de nuestro análisis de orina?’ Él respondió: ‘¡Voy a citar tu reporte médico!’”.

Shula todavía trota, a veces 30 minutos al día, para mantener su peso bajo control y su desempeño en la caminadora en niveles altos. A regañadientes admite que este año su médico lo detuvo un minuto antes de lo que lo hizo en 1992. “Pero”, agrega rápidamente Shula, “podría haberlo aguantado”.

“Nunca he visto a alguien con más energía”, dice Monte Clark, quien ha trabajado intermitentemente con Shula desde 1970 como coach asistente y director de personal. “Creo que la iglesia a la que asiste se llama Nuestra Señora del Movimiento Perpetuo”.

Sin embargo, las armas más formidables en el arsenal futbolístico de Shula son la preparación y la atención al detalle. Durante años ha seguido una rutina diaria estricta en temporada, comenzando con una misa temprano por la mañana. Cada lunes le dice al equipo cuál será el programa de la semana. Luego, cada mañana, lo primero que hace es reiterar los detalles específicos de ese día. Shula es tan rígido en sus costumbres que, en más de dos décadas con los Dolphins, él y su familia solo se han mudado una vez… a la casa de al lado, un rancho de seis recámaras. “La idea de cambio de Don es moverse 15 pasos hacia el norte”, dice Young.

Shula exige más de lo que la mayoría de la gente está dispuesta a dar, y se enfurece si un jugador muestra falta de compromiso o comete un error estúpido. Entonces aparece La Mirada. “La gente dice que encaro de frente, y probablemente tienen razón”, dice Shula. “Mi naturaleza es confrontar. Pero no lo hago para intimidar a nadie. Lo hago para dejar claro mi punto”.

Lo escuchó bien: dejar claro su punto, no simplemente comunicarlo. No sorprende que algunas de las descripciones más amables que se han usado para Shula sean “tanque Sherman” y “bulldozer”. Uno de sus ex empleados, harto de La Mirada, ahora atesora una fotografía suya de pie en el Don Shula’s Hotel and Golf Club en Miami Lakes, haciendo un gesto obsceno frente a una imagen gigante de su antiguo jefe, furioso en la banda. Pregunte a los jugadores y asistentes actuales de Shula por historias internas sobre él, y no obtendrá nada para el registro oficial, solo respuestas cuidadosamente medidas y vacías.

Las reuniones de los Dolphins pueden convertirse en las peores pesadillas escolares de los jugadores. Tomar notas abundantes es alentado, y la concentración es obligatoria, porque Shula puede aplicar un examen sorpresa en cualquier momento. Frente a todo el equipo, se lanza sobre un jugador que se equivocó en el campo y reproduce la cinta del partido una y otra vez para subrayar la ineptitud de alguien. “Avergonzaré públicamente a un jugador si es lo que se necesita”, dice Shula. “Tienes que corregirte, o estoy buscando a alguien más”.

Las prácticas son tan duras y tan cronometradas con precisión como los entrenamientos en un campamento de reclutas de los Marines. Aunque Shula suele colocarse cerca de la ofensiva, vigilando a los quarterbacks, sabe exactamente qué ocurre en cada rincón del campo. Detecta al instante a los jugadores que se relajan.

“Si veo a alguien hacer algo de manera displicente que no debería manejarse así, no dudo en corregirlo”, dice. “En el momento. No puedo permitir que eso se infiltre en mi football”.

Shula se enfrasca en minucias que la mayoría de los coaches ni siquiera se tomarían la molestia de considerar. Al inicio de cada temporada, los Dolphins practican los calentamientos previos al partido, las presentaciones y hasta el himno nacional. Shula incluso mandó elaborar un plano de asientos para los Dolphins y todo su séquito en el vuelo chárter a Berlín el verano pasado, con motivo de un partido de exhibición ante los Denver Broncos. Esa meticulosidad provoca sonrisas en el quarterback Dan Marino, quien ha trabajado más de cerca con Shula que cualquier otro jugador en los últimos 10 años.

“Empezamos la semana delineando las 25 jugadas más importantes del plan de juego con un marcador amarillo”, explica Marino. “Nos reunimos y nos reunimos y nos reunimos, y él repasa una y otra vez el plan. Para el final de la semana, ya he marcado unas 150 jugadas en el playbook. Todo está en amarillo.

“Nunca deja de exigir lo mejor de la gente. Vamos ganando por tres touchdowns, faltan dos minutos, y él sigue yendo a 150 millas por hora. Dan ganas de decirle: ‘Está bien, coach, ya ganamos el partido. Relájese un poco’”.

De manera asombrosa, en tres décadas Shula solo ha faltado al trabajo un día y medio. Una de las cirugías de Dorothy explicó el día completo; una operación artroscópica en la rodilla izquierda de Don, el medio día. ¿Cómo se ha mantenido en la cima de su profesión durante tantos años y, además, ha disfrutado cada minuto?

“Yo provoco úlceras, no las padezco”, dice Shula. “No me quedo atrapado en lo negativo. No me consumo por circunstancias que están fuera de mi control. ¿Bob Griese tiene el tobillo roto? Está bien, ponemos listo a Earl Morrall y lo metemos. Si me preocupo, eso deprime a todos. Yo siempre estoy enfocado en lo que viene después.

“Este es mi secreto: dejo salir todas mis emociones. He gritado tan fuerte en la banda —a jugadores, coaches y oficiales— que ni siquiera me reconozco cuando veo fotos de mi cara en ese estado. He golpeado paredes. Me he levantado furioso de conferencias de prensa. La adrenalina fluye y todo simplemente sale.

“Siempre he creído que hay que sentir las decepciones, los dolores y las derrotas para poder seguir adelante. Le dedicas tanto tiempo a esto que no puedes permitirte sentirlo a medias. Tienes que sentirlo hasta los huesos. Lo que no puedes es dejar que te consuma”.

Dorothy resistió lo suficiente para ver a los Dolphins regresar a los playoffs en 1990, tras cuatro años de ausencia, pero después de la derrota 44-34 ante los Buffalo Bills en la ronda divisional, su condición se deterioró rápidamente. Pareció aislarse de cualquier señal de un futuro que ya no podría vivir. Incluso dejó de ver a sus nietos.

En el año posterior a su muerte, la soledad de Don fue profunda. “Su cáncer fue un dolor constante, y me desgastó”, dice. “Al final hubo alivio, pero también un vacío muy, muy profundo”.

Se refugió en una coraza oscura. “Era difícil llegar a él”, cuenta su amigo de toda la vida, Bill Stanton. Su hija Donna agrega: “Fue un duelo terrible, indescriptible. Estaba perdido sin mi mamá”.

Mike, el hijo de Shula, hoy de 28 años, se había mudado a la casa de sus padres poco antes de la muerte de Dorothy y había tomado un empleo como asistente de los Dolphins, ayudando con la ofensiva y el scouteo. Tras su fallecimiento, Don y Mike acudían juntos a misa cada mañana y, después de cenar, pasaban tiempo en la sala de la casa en Miami Lakes. La conversación casi siempre derivaba en Dorothy. “Él siempre era quien la mencionaba”, dice Mike, hoy coach de tight ends con los Bears. “Quería que habláramos de cómo nos sentíamos”.

Antes de acostarse, Don daba largas caminatas en solitario por el campo de golf detrás de su casa, con frecuencia con un rosario en la mano. Luego, incapaz de dormir, recorría los pasillos de la casa de 10,000 pies cuadrados. Lucy Howard, la ama de llaves —quien había sido como una hermana para Dorothy— juraba que todavía podía escuchar su voz, y Don sentía su presencia en la oscuridad, especialmente cuando lloraba.

Para aliviar su pena, Shula se sumergió en el trabajo, pasando más horas en el complejo de entrenamiento de los Dolphins que en cualquier otro momento de su carrera. Después de los partidos, el dolor solo se intensificaba.

“Ahí fue cuando realmente me golpeó”, dice Shula. “Siempre había sabido que Dorothy estaría ahí cuando yo saliera del vestidor. Siempre tenía una respuesta para lo que hubiera pasado ese día. Me hacía pensar en cosas que no eran football, llevaba la conversación hacia los hijos o los nietos, y siempre encontraba la forma de hacerme reír”.

La calidez, el ingenio y la espontaneidad de Dorothy equilibraban la forma de ser rígida y programada de su esposo. Su hijo Dave se refiere a ella como “la gran comunicadora”, porque de alguna manera mantenía al coach involucrado en la vida de sus hijos y los hacía sentir que él se preocupaba por ellos, aun cuando durante la temporada estaba tan distante. Dorothy era la persona a la que Don escuchaba, la única a la que no podía intimidar, y trabajó duro para mantenerlo con los pies en la tierra.

“Podría haber tenido a cualquier hombre del mundo”, dijo ella en un homenaje de 1987. “Burt Reynolds. Frank Gifford. Larry Csonka. Y terminé con esto”. En una gran pantalla al frente del salón apareció una foto de Don usando un tocado de jeque y montado en un camello durante unas vacaciones en Egipto.

“Ella me conocía mejor que nadie”, dice Shula. “Podía contarle todo. Me hacía sentir en paz”.

Y sin falta, Dorothy ayudaba a Don a superar las derrotas, dedicando un par de horas después de cada una a sacarle la decepción. Emocionalmente devastado, con los ojos enrojecidos y la voz ronca y forzada, Don regresaba a casa tras las derrotas y se aislaba, a veces con Dorothy, a veces solo, para recuperarse. Los hijos sabían que debían mantenerse al margen.

“Recuerdo verlo sentado solo una vez en el patio, mirando la alberca”, cuenta Annie. “Lo observé desde la ventana del baño y me dio tanta tristeza que empecé a llorar. Deseaba haber podido saltar a su regazo y abrazarlo”.

“Te hacía morirte de miedo”, dice Sharon. “Está construido como un muro, y hay una fuerza muy poderosa dentro de él. No hablábamos de las derrotas. Punto. Yo me escondía en mi recámara. Conforme fui creciendo, simplemente me mantuve al margen. Ni siquiera puedo obligarme a ir a su palco en el Joe Robbie Stadium después de una derrota”.

Al final, fueron los hijos a quienes recurrió para superar la mayor pérdida de su vida. Sin Dorothy, el pilar de la familia, se convirtió en un padre más involucrado. Se volvió más consciente de las necesidades de sus hijos y se dio el tiempo para escucharlos. Para ser un líder fuerte durante tantos años, se había entrenado para no mostrar vulnerabilidad. Pero comprendió que era momento de abrirse con sus hijos. Se permitió compartir sus fragilidades humanas.

Hoy, sus relaciones con ellos florecen. En febrero, en el segundo aniversario luctuoso de Dorothy, los Shula se reunieron en Miami para un fin de semana de golf, tenis y pesca, además de una cena de gala que recaudó 600 mil dólares para la investigación del cáncer de mama. “Es una relación que hemos necesitado durante mucho tiempo”, dice Annie. “Hubo momentos en los que deseé que la cercanía y la unión estuvieran un poco más presentes. Necesitábamos poder llorar en su hombro si hacía falta, o simplemente hablar con él y expresar nuestras opiniones y preocupaciones sin sentirnos juzgados. Nuestra pérdida nos unió a todos”.

Dice Donna: “Desde que murió mamá, ha hecho un esfuerzo por estar más cerca de nosotros. Ella literalmente le rogó que estuviera ahí para nosotros. Ahora hablo con él de cosas que antes trataba con mamá. Nunca fue el tipo de padre que te decía que te quería, que te abrazaba o te besaba. Para él era muy incómodo. Pero hoy está muy conectado. Nos dice que nos quiere mucho más”.

Hay varias señales más de un Don Shula renovado. Ha modernizado su guardarropa con ropa costosa, hasta los calcetines, y su diseñador con base en California, Rickey Lamitie, escribe números dentro de las prendas para que Shula pueda coordinar sus atuendos. Sus trajes cuestan entre 1,500 y 2,500 dólares, y los ha comprado en una gama de colores que incluye azul rey y verde claro. Aquellas camisas tipo polo sencillas que eran su uniforme habitual han sido reemplazadas por camisas de seda con estampados geométricos, incluso florales, combinadas con pantalones blancos llamativos y mocasines italianos con borlas.

En la primavera de 1992, Shula comenzó a salir con Mary Anne Stephens, quien tiene una casa en la exclusiva Indian Creek Island, en Miami. Stephens, de 48 años, es la ex esposa de Jackson Stephens, un acaudalado financiero de Arkansas y presidente del Augusta National Golf Club, sede del Masters. Con amplias conexiones políticas, Mary Anne formó parte del comité nacional de recaudación de fondos de la campaña “Just say no” de Nancy Reagan y fue copresidenta de la campaña presidencial de George Bush en Arkansas en 1988. En 1990, el entonces gobernador Bill Clinton la nombró Ciudadana del Año en Arkansas por, entre otras cosas, ayudar a la University of the Ozarks a recaudar 20 millones de dólares, parte de los cuales se destinaron a un centro para estudiantes con discapacidades de aprendizaje.

Shula fue presentado a Stephens en una fiesta de Año Nuevo de 1992 organizada por el golfista Raymond Floyd y su esposa, Maria, quienes también viven en Indian Creek. Después de eso, Shula habló con Stephens algunas veces por teléfono, pero tardó dos meses en invitarla a salir. “Durante semanas y semanas me estuvo preguntando cosas sobre ella”, cuenta Dick Elias, amigo de Shula. “Me decía: ‘Háblame de ella. ¿Qué piensas de ella?’ Yo le dije que era muy atractiva y muy fácil de tratar. La primera vez que fue a su casa, a comer, tuve que llevarlo, literalmente tomarlo del brazo. Estaba petrificado”.

Hoy, Shula y Stephens se besan en público, se toman de la mano en la mesa y se roban bocados del plato del otro. Shula levantó algunas cejas la temporada pasada en Seattle cuando subió al autobús del equipo en el aeropuerto y le preguntó a un miembro de la delegación de los Dolphins qué tipo de flores habría en su suite del hotel. Al final, a alguien se le ocurrió que Stephens estaba en la ciudad. “Me escribe notitas dulcísimas”, dice Stephens.

Ella lo ha alentado a ser un poco más audaz y a probar cosas que nunca había hecho, como bailar rock and roll, pasear a toda velocidad en su lancha y practicar snorkel. Hace unos meses, Shula —que no es buen nadador— se puso aletas y máscara y se lanzó a la bahía de Biscayne con un salvavidas atado a la cintura.

“Es maravilloso ver a un hombre de su edad enamorado y capaz de expresarlo”, dice Elias. “Mary Anne tiene una forma de derribar la guardia que siempre ha tenido con sus jugadores y con todos los demás. Por primera vez en los 20 años que lo conozco, ese mecanismo de defensa se ha roto”.

“Ambos teníamos mucho duelo que procesar —él, una muerte; yo, un divorcio—”, dice Stephens. “Pudimos compartir esas cosas y nos volvimos muy buenos amigos. Probablemente lo más hermoso de Don es que amó a su esposa y ama a sus hijos”.

Gran parte de la vida social de Shula en Miami gira en torno a Stephens y a dos de sus nietos, Alex, de 7 años, y Lindsey, de 6, hijos de Donna, que viven en Fort Lauderdale. Durante el fin de semana del 4 de julio, a este grupo se sumaron Dave y sus hijos —Danny, de 9; Chris, de 7; y Matt, de 4— en la nueva casa de vacaciones de Don en Linville, Carolina del Norte. “Son igualitos a ti, Don”, bromeó Stephens. “Pequeños tanques Sherman”.

Los nietos lo llaman Abuelo Montaña, en referencia al famoso pico de las Blue Ridge Mountains que puede verse desde la terraza de la casa. Don disfruta enormemente mantenerlos cautivados mientras les lee en voz alta a Dr. Seuss, especialmente su favorito, Green Eggs & Ham. “Con su ceceo”, dice Donna, “es realmente desternillante”.

Temprano por la mañana en Linville, les da clases de tenis a los nietos en una cancha del club o los llama a la canasta de basquetbol en su entrada, donde lanza pases por detrás de la espalda, los ayuda a clavar la pelota y los instruye en los fundamentos. Cuando los niños ya están hartos de su entrenamiento, se rinden y se meten a la casa.

“Una vez, Matt entró furioso por la puerta principal después de tres minutos, diciendo que era ‘estúpido, estúpido, estúpido’”, cuenta Sharon. “Y mi papá no dejaba de decir: ‘¿De dónde sacó esa palabra?’ Vamos, papá”.

Cuando es Abuelo Montaña, Shula parece estar a un millón de millas del viejo coach de football de mandíbula de acero. Está relajado y suelto, paciente y comprensivo y, créalo o no, no puede dejar de reír. Adora a Lindsey, su única nieta. La lanza alto en el aire en un juego que él llama fireball, cuando en realidad es ella quien lo tiene completamente envuelto alrededor de su pequeño dedo.

La temporada pasada, después de una derrota de los Dolphins, la familia estaba sentada en silencio alrededor de la mesa durante la cena en Miami Lakes cuando en la televisión aparecieron las jugadas destacadas del partido. “Vaya, abuelo”, soltó Lindsey de pronto, “los Dolphins sí que apestaron”. Abuelo Montaña soltó una carcajada.

Tan idílica como parecía la vida de Shula cuando su familia y Stephens se reunieron en Linville en las semanas previas al inicio del training camp, no había ninguna señal de que estuviera listo para retirarse como coach y entrar a un cuadro de Norman Rockwell. Ni de lejos se está volviendo un viejito blando. Aunque Stephens lo ha ayudado a abrir su corazón, no hay que pensar que se desviará demasiado de su forma de ser.

Hace unos meses estaba criticando el arte en la casa de Stephens. “Ese es el cuadro más feo que he visto en mi vida”, dijo Shula.

“¿De verdad, Don?”, respondió Stephens. “Bueno, si no te gusta, lo venderé”.

“¿Y quién querría comprar eso?”, dijo Shula.

“Bueno, Don”, contestó Stephens con suavidad, “es un Picasso”.


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