Archivo SI | LeBron James: El futuro es ahora

Cada sábado, Sports Illustrated México reedita íntegramente una gran historia del archivo de la revista. La selección de hoy es THE FUTURE IS NOW, publicada originalmente el 21 de febrero de 2005.
Retrocedamos. ¬∂ Retrocedamos como lo hacen los arqueólogos, capa por capa, de la ciudad más reciente hasta las ruinas antiguas. Leamos la historia al revés, del final al principio. Sigamos la línea. Solo entonces lo que ocurre hoy parece inevitable. ¬∂ Retrocedamos hasta aquel niño sin padre pero con un talento en expansión. Claro, tiene sentido que su preparatoria cobrara 120 dólares por los boletos de temporada y que Dick Vitale estuviera en primera fila, emocionado. Que su madre pidiera un préstamo de 80 mil dólares para comprarle una Hummer. Que, a los 17 años, apareciera en la portada de esta misma revista bajo el título THE CHOSEN ONE, preguntándose si era el siguiente Michael Jordan. ¬∂ Retrocedamos a todos los debates. ¿Fue su vida una muestra del exceso? ¿Un mal ejemplo para quienes viven en los márgenes de la sociedad estadounidense? Retrocedamos y veremos una advertencia sobre las extrañas maneras en que Estados Unidos crea celebridades. ¿Llegó todo demasiado rápido para alguien tan joven? ¬∂ Las respuestas están ahí, en las distintas capas: en la mitología de la secundaria y en el extraño bazar persa que fueron sus años de preparatoria. Observa los fragmentos y se entiende cómo llegó hasta aquí. La evolución solo cobra sentido en retrospectiva.
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Y ahora, justo ahora, está construyendo algo nuevo y brillante que se apoya delicadamente sobre todo lo anterior. Ajusta los pequeños detalles —cuánta atención desea, cuánto tiempo debe reservarse para sí mismo— para que el edificio que levanta no se desmorone bajo su propio peso. Ha entrado en una etapa en la que busca ser el mejor del mundo en lo que hace. Solo cuando retrocedes, la historia parece una línea recta.
“Solo hago lo que tengo que hacer, salgo y soy yo mismo, dentro y fuera de la cancha, y cumplo con mis obligaciones”, dice con la mirada atenta y reservada. “Ese es tu propio destino: saber de qué tienes que encargarte.
No puedes dejar que nadie dirija tu tren. Yo quiero dirigirlo todo, y eso no significa ser duro con la gente. Significa que quiero tener el control, porque, en mi opinión, así es como todo funciona mejor. Pero hay algo que me guardo solo para mí, y eso es el basquetbol. Esa es la única parte de mi vida de la que no quiero que nadie tome un pedazo”.
Las grandes vidas estadounidenses no tienen actos, sino épocas, cada una cimentando la siguiente. LeBron James tiene 20 años. Solo al mirar atrás puede verse la lógica inevitable de su historia. Solo al mirar atrás comienza a tener sentido.
Los productores de The Simpsons lo querían. Necesitaban atletas reconocidos para un episodio en el que Homero daba una lección sobre celebraciones de victoria. James ama el programa desde antes de ser famoso, una época tan lejana que apenas la recuerda. Podía interpretarse a sí mismo en tono de humor, sin millones de dólares en juego. Así, siguiendo la tradición de Kareem Abdul-Jabbar como Roger Murdock en Airplane! y de Xavier McDaniel como el sexólogo imaginario de Campbell Scott en Singles de Cameron Crowe, LeBron partió rumbo a Springfield.
“Cuando me pidieron hacerlo, dije: ‘Por supuesto, cuando pueda acomodarlo, lo haré’”, explica James. “Salió bastante bien. Usé mi voz normal, ya sabes.”
La temporada pasada fue el Novato del Año de la NBA, superando por mucho las expectativas de los escépticos. Ahora está al borde de algo mucho mayor. “Es raro hablar de un chico de 20 años como un gran jugador, pero lo es, y podría ser el mejor de todos los tiempos”, dice George Karl, coach de los Denver Nuggets. “Es la excepción a casi todas las reglas. Lo más sorprendente es su madurez. Su inteligencia en la cancha lo ha llevado hasta aquí.”
James llega al All-Star Game de esta semana como la gran estrella de la liga. Hasta el domingo promediaba 25.3 puntos (contra 20.9 la temporada pasada), 7.7 rebotes (antes 5.5) y 7.2 asistencias (antes 5.9). Solo cuatro jugadores en la historia de la NBA han promediado 25, 7 y 7: Oscar Robertson (seis veces), John Havlicek (dos), Jordan (una) y Larry Bird (una). Su porcentaje de tiro subió de .417 a .489. Los Cleveland Cavaliers mejoraron en 18 victorias la campaña anterior tras seleccionarlo como la primera elección del draft, proveniente de St. Vincent–St. Mary High School, en Akron. Esta temporada, pese a la partida del ala-pívot Carlos Boozer a Utah Jazz, Cleveland tiene marca de 29-20, la quinta mejor en la Conferencia Este.
Los Cavaliers arrastraban una historia gris, desde los días del dueño Ted Stepien, quien incluso reemplazó el himno del equipo con una polka. Casi por sí solo, James volvió atractiva a la franquicia: la asistencia subió un promedio de 6,791 espectadores respecto al año previo a su llegada. En 1983, Gordon Gund compró el equipo a Stepien por 20 millones de dólares; en diciembre lo vendió al empresario Dan Gilbert por unos 375 millones.
Cuando Jordan tenía 20 años, peleaba por los tiros con Matt Doherty en North Carolina. Dos años después, ya era tan famoso como James hoy, pero aún sufría los golpes de la liga. LeBron mide 1.98 m y pesa 109 kg, casi corpulento comparado con otros aleros. Su físico le ha permitido resistir el castigo de una temporada de 82 juegos. “Mike aprendió que debía ir al gimnasio y hacerse más fuerte”, dice Karl. “LeBron no tuvo que hacerlo.”
También juega de forma generosa, lo que le ganó el respeto de sus compañeros casi desde el primer día. Doc Rivers, coach de Boston Celtics, recuerda un partido al inicio de la temporada en que James penetró la pintura, pasó el balón al centro Zydrunas Ilgauskas para la canasta decisiva y luego bloqueó un tiro de Paul Pierce para sellar la victoria.
“Más allá del talento y la capacidad atlética, su madurez está a años luz”, dice Rivers. “Mantiene involucrados a sus compañeros. Que esté dispuesto a penetrar al final de un partido y pasarle el balón a un compañero no es típico de alguien en su segundo año.”
Esa personalidad competitiva le sirvió de escudo contra las críticas inevitables, cuando el mundo parecía entregarle las llaves del reino —y de aquella Hummer— mientras aún estaba en St. Vincent–St. Mary. James pudo haber llegado a la NBA como una diva. De hecho, el culto embarazoso que se le rindió de adolescente hacía probable ese destino. De haber sido así, tal vez todavía estaríamos recogiendo pedazos suyos de entre los dientes de Shaquille O’Neal. En cambio, en la duela, su fe en el concepto de equipo ha sido absoluta.
“Cada noche me sorprende”, dice. “La forma en que nos hemos unido como familia, eso me sorprende.”
“Gente como él o como Jason Kidd, lo llevan en la sangre: hacer mejores a sus compañeros”, comenta el ala-pívot Drew Gooden, quien reemplazó a Boozer en la alineación de Cleveland. “A los jugadores les gusta compartir la cancha con alguien así.”
Además, James está al centro de una especie de resurgimiento de la NBA, que parece por fin despertar de su letargo post-Jordan. Con figuras como Carmelo Anthony (Denver Nuggets), Dwyane Wade (Miami Heat) y Amare Stoudemire (Phoenix Suns), la liga vuelve a rebosar talento joven y carismático —sin olvidar a veteranos como Kevin Garnett y Kobe Bryant. El promedio de puntos ha subido, al igual que los ratings televisivos, a pesar del caos que los Indiana Pacers protagonizaron en Detroit en noviembre.
“Hay muchísimo talento ahora, quizá más que nunca”, dice Rivers. “Si miras a Paul Pierce, Tracy McGrady, Jermaine O’Neal… ellos ya son los veteranos. La liga está muy bien encaminada hacia el futuro.”
James no se distrae con eso. “Escucho lo que se dice”, comenta, “pero no me meto demasiado. Solo tengo una cosa de la que ocuparme, y son los Cleveland Cavaliers. Trato de no perderme en lo que pasa con la liga.”
Sus ojos parecen entrecerrados. Su sonrisa es pequeña, triangular, breve, como si ofreciera apenas una rendija hacia vidas pasadas y otros tiempos que hoy lucen lejanos y difusos.
El tiempo de LeBron James está calibrado según el meridiano de Warhol. Todos los que quieren una parte de él obtienen sus 15 minutos, ni un segundo más. Por la velocidad feroz que hace posible lo que logra, necesita mantener límites y equilibrio. James ha cumplido tantas promesas que antes parecían ridículas, que hoy uno puede reírse del circo desbordado de sus días previos a la NBA.
Por supuesto que dio el salto, no solo de la preparatoria al profesionalismo, sino también de ser un chico a convertirse en una marca. Claro que no hubo nada desproporcionado en que Nike le pagara 90 millones de dólares antes de que pisara una duela de la NBA, o en la estimación de Forbes de que LeBron James ganaría más de 200 millones antes de cumplir 25 años, o en la otra proyección de la misma revista que calculaba que valdría 2 mil millones para su equipo y sus patrocinadores en ese mismo periodo. Por supuesto, siempre hubo un camino claro a través de ese laberinto de cifras.
Míralo ahora. Tómate los 15 minutos si los necesitas. Así es como se forma el mejor jugador de todos los tiempos… si acaso termina siéndolo. “Espero poder ayudar a los chicos que salen de la preparatoria, si necesitan consejo”, dice. “Estaré ahí para decírselos. Aunque tengo solo 20 años, ya he pasado por todo esto. He estado bajo los reflectores, en las portadas de revistas desde la secundaria. Más o menos sé cómo funciona todo.”
Y ahora, la nueva época —esa que en retrospectiva parece tan inevitable— se levanta sobre el modelo Jordan: pulido, brillante, sin aristas. Con Jordan, ese modelo cegó a todos frente a sus problemas personales y sus apuestas arriesgadas. Ahora, LeBron fue padre en otoño y anunció que estaba feliz, aunque sin planes de casarse pronto. TIME lo publicó, y los representantes de Goodwin Sports Management no estaban nada contentos con ello.
Todo ha ocurrido con una velocidad que nubla la perspectiva. Y quizá lo que se necesita sea justamente eso: perspectiva. Una voz de aquellos días en que las vidas se construían con más calma y las generaciones no pasaban como relámpagos.
—¡El Rey! —grita el viejo coach, mientras una horda de reporteros muestra una impresionante movilidad lateral rumbo a LeBron James, que se dirige hacia la puerta.
—No tiene mucho tiempo, ¡muévanse! ¡Hay que hablar con el Rey! ¡Oh-oh! ¡El Rey se fue!
Y entonces Paul Silas ríe hasta sacudirse.
Jugó en los días de abrigos de mink hasta los tobillos y sombreros con estilo, cuando un Rolls era un Rolls y un Caddy no parecía un Buick en programa de protección de testigos. Jugó cuando las solapas eran anchas y las corbatas más aún; cuando los hombres eran hombres y algunos paseaban ocelotes con correa. Él nunca presumió nada de eso, pero conocía a quienes sí lo hacían, en aquellos tiempos que hoy parecen mucho más lejanos que 30 años.
Silas fue uno de los jugadores de apoyo más feroces que haya tenido la NBA, con más rebotes que puntos en su carrera. Vivió en un universo apretado y violento de sudor y esfuerzo, y fue pieza clave de dos campeonatos de los Boston Celtics a mediados de los setenta. Silas hacía el trabajo sucio. Otros eran los que vestían el mink.
Comenzó su carrera como coach con los Clippers, cuando aquella franquicia perdida aún estaba en San Diego. (Entonces, la directiva solo daba a cada jugador cuatro pares de calcetas para el campamento de entrenamiento. Era como jugar para UNICEF). Más tarde dirigió en Charlotte, y cuando los Hornets se mudaron a New Orleans, lo despidieron tras una temporada de 47-35 en 2002-03. Tomó el trabajo en Cleveland en junio de 2003, apenas 24 días antes de que los Cavaliers le entregaran a un estudiante de preparatoria para construir el futuro del equipo.
“No sabía mucho de él”, admite Silas. “Sabía lo atlético que era.” En cuanto a James —que sorprende por su respeto hacia la historia de la liga, una que comenzó mucho antes de él—, llegó al profesionalismo con una gran dosis de admiración hacia su nuevo entrenador.
“Honestamente, probablemente fue lo mejor que me pudo pasar”, dice LeBron. “Tener un coach con la cabeza fría, que jugó en la NBA y ganó campeonatos. Deja jugar a sus jugadores, y eso era algo que me preocupaba al entrar en la liga: tener un coach que me dejara jugar mi juego.
El coach fue un jugador de rol, pero tenía talento a su alrededor allá en Boston.”
Son polos opuestos: el astro instantáneo con un contrato de zapatos de ocho cifras, y el entrenador de 61 años que comenzó su carrera en St. Louis, cuando la ciudad aún estaba segregada. La supernova explosiva de talento puro, y el coach que siempre pareció al borde de estallar por el esfuerzo de arrebatar un rebote.
“Todo ha cambiado mucho, sobre todo con las estrellas”, dice Silas. “Ahora son como estrellas de rock, principalmente por la televisión y el acceso que tienen a los medios, algo que nosotros no teníamos. Creo que todo empezó con Mike. Él se volvió global. Se volvió gigante. Ahora LeBron tomó la estafeta.”
Silas lo ha regañado, sobre todo por su defensa, que aún está en desarrollo. En un partido en Miami, cuando una reportera de cancha le preguntó qué más podía hacer LeBron, Silas respondió: “Bueno, podría darme un par de rebotes en la segunda mitad.” Pero rara vez tiene que repetirle algo.
“Tuve que tener paciencia y enseñarle los fundamentos de nuestro juego”, explica. “Y solo durante la primera temporada. En la segunda, volvió y ya lo tenía todo. Es el alumno más rápido que he visto. Sabe de inmediato cuándo comete un error, y regresó con una confianza que antes no tenía.”
En cuanto a todo lo demás —las chicas gritando en los hoteles, la vida iluminada por mil reflectores—, Silas lo observa como quien mira hacia otro mundo, uno más joven, donde pasear un ocelote ya no sorprendería a nadie.
“No creo que yo hubiera podido hacer lo que él ha hecho”, admite Silas. “Lo pienso y me pregunto cómo logra mantener la cabeza fría y no volverse loco. Es un chico especial, que entiende quién es y dónde encaja. No se ve separado del equipo, y eso es casi genialidad.”
Al Jefferson, un novato grande y de rostro plano proveniente de Monticello, Mississippi, lo dice con admiración. Hace un año era uno de los 250 estudiantes de Prentiss High; hoy es alero de los Boston Celtics y está sentado en una arena que alberga tres veces la población de su pueblo natal, hablando de LeBron James como si fuera alguien que luchó junto a Joffre en Verdún… o al menos para los Fort Wayne Pistons en Rochester.
“Miras la NBA”, dice Jefferson, “y todas las estrellas salieron directo de la preparatoria: Kobe, Kevin y LeBron. LeBron llegó y tomó el control de inmediato, como si llevara 10 años jugando en la liga.”
Es como si el talento de James lo hubiera hecho mayor. Como si hubiera pagado sus cuotas al instante, del mismo modo en que miles de millones de dólares se mueven hoy por el mundo con solo presionar una tecla. Él siente esa velocidad. Entiende el impulso feroz que lo arrastra desde los 16 años.
“Queremos poner las piedras”, dice James. “Amare, Kevin, Kobe, Tracy y Jermaine lo hicieron por nosotros. No quiero decir la generación vieja, porque no lo son, pero los que vinieron antes pusieron las piedras, y ahora nosotros debemos hacerlo para O.J. Mayo y los que vienen detrás.”
Habla como un historiador televisivo, y uno tarda un momento en notar que aún no ha mencionado a un jugador de 30 años. ¿En aquellos tiempos?
Diablos, “aquellos tiempos” fueron ayer.
Pronto, “hoy” será ese día.
Los Denver Nuggets han llegado a Cleveland, y James se enfrenta otra vez con Carmelo Anthony, elegido dos puestos después de él en el draft. Desde entonces compartieron aquel decepcionante equipo olímpico de Estados Unidos en 2004, aunque Anthony salió de Atenas hundido en un ánimo del que aún no se recupera. Además, apareció en un extraño video “anti-soplones” junto a traficantes de su barrio en Baltimore. La distancia que separa ahora a James de Anthony se hace evidente cuando el coach de Denver sugiere que Carmelo use a LeBron —siete meses más joven— como inspiración. “Es bueno que LeBron esté ahí para empujar a Carmelo a ser mejor”, dice George Karl antes del juego. “Lo comparan con un gran jugador, y eso es bueno para él.”
Ambos equipos inician rápido, pero al salir del vestidor parecen desesperados porque empiece ya el receso del All-Star. James anota 14 puntos solo en el primer cuarto y 20 al descanso. Se abre paso entre Kenyon Martin para encestar bandejas y lidera el contraataque de Cleveland, incluso amagando un tiro desde la media luna antes de lanzar un pase milimétrico a Robert Traylor para una bandeja. Sin embargo, en el tercer cuarto, los Cavaliers dejan escapar una ventaja de 11 puntos, y LeBron empieza a forzar tiros de tres.
Aún hay huecos en su juego que los resúmenes no muestran. Su defensa individual puede ser irregular y, aunque ha mejorado notablemente su equilibrio al lanzar, a veces se va hacia atrás y falla con tiros forzados. Denver vence 106-101, apenas la quinta derrota de Cleveland en casa esa temporada.
James termina con 35 puntos, seis rebotes y seis asistencias. Es, por amplio margen, el mejor jugador en la cancha, aunque pareció trabarse al final. “No me mido de esa forma”, dice después del juego, cuando alguien le pregunta si se considera el mejor de todos los tiempos. “Eso déjenselo a ustedes [los medios], siempre fue así.”
La sonrisa regresa: pequeña, triangular, fugaz. Su pasado se asoma en los ojos, como ciudades perdidas superpuestas en un mismo terreno. La que está arriba, inevitablemente, brilla. Inevitablemente, es dorada.
