Dolphins vs Chiefs en 1971, el partido de Navidad más largo en la historia de la NFL

El 25 de diciembre de 1971, la vida doméstica de los Estados Unidos sufrió una transgresión sin precedentes. Mientras el país se sumergía en los rituales navideños —el aroma del pavo horneado y las historias, melancólicas, sobre la guerra de Vietnam— la NFL decidió que el pesebre debía compartir protagonismo con el emparrillado.
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Así, lo que comenzó como una audacia comercial del Comisionado Pete Rozelle — y un juego más entre los Dolphins de Miami y los Chiefs de Kansas City— terminó convirtiéndose en una odisea temporal de 82 minutos y 40 segundos, una conflagración de voluntades que obligó a una nación entera a dejar que su cena se enfriara en una suerte de sacrificio pagano ante el altar del televisor.
El escenario fue el Municipal Stadium de Kansas City, una estructura decrépita que exhalaba ya sus últimos suspiros de gloria antes de ser devorada por el olvido. Era un recinto de cimientos fatigados, cuyas bases ya no podían soportar el peso de la ambición arquitectónica. De hecho, en un alarde de cosmética televisiva, los operarios pintaron de verde la tierra desnuda y la arena, para crear un espejismo de césped para las cámaras de la NBC, un simulacro de fertilidad en medio del invierno de Missouri.
En ese polvo camuflado, catorce futuros inmortales del Salón de la Fama se preparaban para una danza que redefiniría los límites del agotamiento humano.
CHRISTMAS 1971
— Kevin Gallagher (@KevG163) December 25, 2025
° 1971 AFC DIVISIONAL °
Despite a Herculean effort from the #Chiefs' Ed Podolak — an NFL single-game postseason record 350 all-purpose yards, the #Dolphins edge Kansas City in double-overtime, 27-24.
Clocking in at 82 minutes and 40 seconds of playing time, it… pic.twitter.com/xJA9fRJCW3
La tarde era inusualmente clemente, con un termómetro que acariciaba los 17 grados centígrados, como si el clima mismo se hubiera confabulado para prolongar el espectáculo.
Los Kansas City Chiefs de Hank Stram, una maquinaria de precisión que el propio Lamar Hunt calificó como el mejor plantel de su historia, recibían a los Miami Dolphins de Don Shula, unos jóvenes advenedizos que personificaban la disciplina espartana y que eran dueños de una ambición que todavía no habían podido saciar.
El primer acto fue una exhibición de dominio de los locales y gracias a Len Dawson los Chiefs se adelantaron 10-0. Sin embargo, la fatalidad se escondía en los detalles. Stram, siempre orquestador de innovaciones tácticas, ordenó una jugada de gol de campo falso que terminó en el estrépito del ridículo. El central Bobby Bell, confundido por la actuación demasiado convincente de Jan Stenerud, entregó el balón de forma errática y privó a los suyos de puntos que, horas después, habrían parecido un tesoro inestimable.
Fue entonces cuando emergió la figura de Ed Podolak, un titán que ese día desafió la finitud del cronómetro. Sus 350 yardas totales —un récord que aún hoy permanece inmarcesible en los anales de la postemporada— fueron un testamento de resistencia física y mental. Pero Miami no era un equipo propenso al desmoronamiento. Bajo la dirección de Bob Griese y el empuje brutal de Larry Csonka, un fullback que embestía con la gracia de un rinoceronte herido, los Dolphins respondieron a cada golpe.
CHRISTMAS 1971
— Kevin Gallagher (@KevG163) December 25, 2025
° 1971 NFC DIVISIONAL °#NFL History's First-Ever Christmas Day Game
Minnesota — the league's stingiest defense — limits Dallas's league-leading scoring offense to just 183 yards.
But five #Vikings turnovers lead directly to a 20-12 #Cowboys victory at The Met. pic.twitter.com/qIvxbZ4xWx
A medida que el sol se ocultaba tras las gradas del Municipal y las sombras se alargaban sobre el campo pintado, el juego entró en una dimensión desconocida. Con el marcador empatado a 24 tras un touchdown tardío de Marv Fleming, Podolak devolvió el saque de salida 78 yardas, deteniéndose solo ante la interferencia desesperada del pequeño Garo Yepremian. El destino estaba en la pierna de Jan Stenerud, el noruego cuya técnica de soccer había revolucionado el juego.
A falta de 31 yardas y con solo 35 segundos en el reloj de regulación, el desenlace parecía escrito. Pero la pelota, en un acto de rebeldía física, se desvió hacia la derecha, y envió a cincuenta mil almas —y al país entero que, con la cena fría, observaba a través del televisor— al purgatorio del tiempo extra.
En este punto, la crónica deportiva se transforma en un drama antropológico. En los hogares de Miami y Kansas City, los hornos se apagaban. Las familias, divididas entre la devoción religiosa y la fe deportiva, observaban cómo el pavo se enfriaba y el tiempo se dilataba. El linebacker de los Dolphins, Nick Buoniconti, recordaría después que en Miami la gente prefería arruinar la cena antes que perderse un solo segundo de aquella agonía televisada.
El primer tiempo extra fue un desierto de puntos, una llanura de agotamiento donde las defensas, lideradas por Willie Lanier y Nick Buoniconti, se erigían como muros insalvables. Stenerud volvió a fallar; Yepremian también erró. Los jugadores, en palabras de Len Dawson, estaban "completamente drenados", luchando contra calambres que mordían sus músculos como perros hambrientos. El partido ya se trataba de la capacidad atávica de permanecer en pie.
Fue en el "sexto cuarto", cuando el reloj de juego marcaba 7:40 del segundo tiempo extra, cuando la épica encontró su humilde conclusión. Larry Csonka ejecutó una carrera de 29 yardas que dejó el escenario listo para el clímax.
Entró entonces Garo Yepremian, el chipriota que pintaba corbatas en su sótano y que apenas unos años antes desconocía la existencia misma de este deporte. Yepremian, un hombre cuya calvicie prematura y baja estatura lo hacían parecer más un contable que un atleta, se enfrentó a los postes que, según sus propias palabras, se hacían cada vez más estrechos ante sus ojos fatigados.
Yepremian conectó el balón de 37 yardas precisión. Mientras la pelota cruzaba los postes, el Municipal Stadium se sumió en un silencio sepulcral, una vacuidad sonora que solo puede compararse con el final de una tragedia griega. Los Dolphins celebraban la epifanía de su grandeza, el prólogo de lo que sería su temporada perfecta en 1972. Para los Chiefs, en cambio, el golpe representó el canto del cisne de la generación de la AFL, el cierre de un capítulo que se desvanecía junto con las luces del viejo estadio.
El juego terminó a las 7:24 de la noche y dejó tras de sí un rastro de cenas navideñas arruinadas y una controversia legislativa que llevaría a la NFL a evitar el 25 de diciembre durante los siguientes diecisiete años. Pero más allá de las quejas de los ciudadanos y las propuestas de leyes en Kansas, quedó grabada en la memoria colectiva la imagen de veintidós hombres exhaustos, arrastrando sus sombras bajo la penumbra de un estadio que pronto sería demolido.
La Navidad de 1971, fue la tarde en que el deporte profesional se atrevió a eclipsar el nacimiento de un dios para adorar la persistencia del hombre.
