Archivo SI | Príncipe de la ciudad: Shaquille O'Neal visita a Nueva York como novato

Cada sábado, Sports Illustrated México reedita íntegramente una gran historia del archivo de la revista. La selección de hoy es PRINCE OF THE CITY, de Jack McCallum, publicada originalmente el 30 de noviembre de 1992.
Shaquille O'Neal descendió de una limusina stretch, cuidando que su abrigo negro de piel hecho a la medida, de largo completo (con un logo de Superman en la espalda), no tocara la acera mojada. Comenzó a caminar por Times Square. Un gigante de siete pies con una pulgada y 300 libras, cubierto de cuero, suele llamar la atención incluso en Nueva York, así que pronto una multitud seguía a O'Neal y a su compañero de Orlando Magic, Dennis Scott, mientras recorrían los sitios turísticos la mañana del sábado. A O'Neal no le encanta particularmente la Gran Manzana —“Mucho tráfico”, repitió unas cien veces durante su ajetreada visita de 24 horas—, pero está acostumbrado; pasó buena parte de su juventud visitando la ciudad mientras vivía en Newark, Nueva Jersey, a solo 10 millas.
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De hecho, solo una cosa parecía impresionar a este joven de 20 años, ya tan famoso que es universalmente conocido por su apodo de una sílaba: Shaq, pronunciado Shack. “Por esta área”, dijo con cierto asombro, “filmaban Home Alone 2”.
Unas 10 horas después, ya en la duela del Madison Square Garden y rodeado por otra multitud, O'Neal se sentía como el joven protagonista de aquella obra maestra cinematográfica. Estaba perdido y solo, aturdido y un poco confundido, con problemas acechando por todas partes. Volteaba y ahí estaba Patrick Ewing aplicando un antebrazo en sus costillas. Giraba a la izquierda y se topaba con Charles Smith, brazos largos arriba como postes de gol. Giraba a la derecha y estaba el granítico Charles Oakley, codos listos. Recibía el balón en el poste y veía solo un mar de camisetas blancas, sin grietas en la defensa.
Sí, los New York Knicks habían salido con látigo y banquillo para domar al inquieto fenómeno en su primer duelo profesional contra un All-Star —Ewing— en la posición. Y a simple vista, lo lograron. Shaq forzó tiros, cometió pasos, cargó, falló tiros libres y regaló balones. Jugó, en resumen, como el novato que es, y los Knicks ganaron 92–77.
Pero una mirada más fina cuenta otra historia. En lo que todos consideraron una actuación por debajo de su nivel, O'Neal superó en puntos (18–15), rebotes (17–9) e incluso asistencias (bueno, 2–1) al integrante del Dream Team. Ewing bloqueó el primer jumper de O'Neal, pero Shaq respondió tapándole dos tiros después; además, tuvo cuatro volcadas estruendosas, mientras que Ewing no consiguió ninguna. Las faltas suelen ser el mayor obstáculo para los centros jóvenes en estos duelos. O'Neal acumuló cuatro, sin mayor impacto en sus minutos (44); Ewing cometió cinco, que lo limitaron a 35.
Lo que había sido anunciado como un “choque épico” entre centros generacionales no fue ni épico (se neutralizaron mutuamente) ni un auténtico mano a mano (O'Neal ya genera tanto respeto que ningún equipo lo marca con un solo jugador). Más bien se pareció al encuentro de dos veteranos astutos que conocen tan bien los movimientos del otro que ninguno puede sacar mucha ventaja. Aun así, Ewing, seis veces All-Star, debería haber salido con la victoria. En el primer gran enfrentamiento NBA de Ewing, Moses Malone —entonces con Philadelphia 76ers— lo aleccionó con 35 puntos y 13 rebotes. (Ewing terminó con 18 y seis.)
Eso fue entonces; O'Neal es ahora. Claramente, Shaq ya es algo que ni Ewing fue como novato: talento sin medida, madurez por encima de su edad. No se desconcentró tras una mala primera mitad (siete puntos, cinco pérdidas) y no cayó en provocaciones cuando Oakley intentó engancharlo en un choque de codos.
Tras el juego, O'Neal y Ewing dijeron lo correcto. Ewing sobre O'Neal: “Creo que es un jugador extraordinario. Trabaja duro; es agresivo”. O'Neal sobre Ewing: “Creo que me fue bastante bien contra él. Fue un buen show. Pat es un gran jugador. Yo soy un jugador bastante bueno”.
Le preguntaron a O'Neal si sintió que Ewing estaba realmente encendido para el duelo. “No sé”, respondió. “No leo expresiones faciales”. Nada mal.
Las horas previas del viaje de Shaq a Manhattan transcurrieron tranquilas. El viernes por la noche cenó en Smith & Wollensky’s junto a su padre, el sargento del Ejército Philip Harrison, y su agente Leonard Armato, el hombre que consiguió para O'Neal un contrato de siete años y 40 millones de dólares —el más grande en el deporte profesional— además de acuerdos con Reebok, Spalding, Classic Games y Kenner Toys (próximamente: la figura de acción de Shaquille O'Neal), por otros ocho millones. Armato pagó la cuenta. Más tarde, en el lobby del hotel de los Magic, O'Neal firmó autógrafos y posó para todas las fotos, incluso jalando a su padre y levantando dos dedos para la cámara.
“¿Por victoria o por paz?”, le preguntaron.
“Definitivamente por paz”, dijo O'Neal. Su padre agregó: “Paz para Patrick”.
El sábado por la mañana, O'Neal y Scott, su nuevo mejor amigo, salieron a caminar por Broadway. Al inicio del training camp, O'Neal se ganó rápido a los veteranos de Orlando; por ejemplo, sabía que el base Scott Skiles tenía el récord de asistencias en un juego (30), y aceptó vestir el número 32 porque Terry Catledge ya tenía su preferido 33. Pero solo es realmente cercano a Scott y al guardia Nick Anderson, ambos de 24 años. Después de todo, ¿de qué va a platicar un chico de 20 que escucha a Fu-Schnickens con alguien como Greg Kite, de 31? O'Neal llama a los tres Young Guns; planea mandar hacer chamarras de cuero para los tres con esa frase. No sería el mensaje más seguro para llevar en la espalda por Nueva York, pero O'Neal no muestra preocupación.
Y no es para menos. En la calle, el magnetismo de O'Neal es evidente. Es una foto ambulante. Sonríe, toca a la gente, los jala para las fotos. Tiene una calidez natural comparable a la de Magic Johnson y Michael Jordan; un encanto que rara vez se atribuye a alguien de su tamaño. David Robinson, de San Antonio, se siente incómodo en multitudes, y Ewing —como Bill Russell y Kareem Abdul-Jabbar antes que él— simplemente las odia. O'Neal seguramente será alcanzado por el cinismo tarde o temprano, pero por ahora es el arquetipo del gigante amable, sonriendo mientras se agacha a recoger una margarita. Tiene un enorme depósito de bondad en ese cuerpo inmenso. “Es una combinación del Terminator y Bambi”, dice Armato. “Eso es muy raro”. Lo es. Falta ver si O'Neal superará a Jordan en Madison Avenue. (Pronto mostrará sus dotes para rapear en un video con—¿quién más?—Fu-Schnickens.) Sus ingresos por patrocinios en 1992 están muy lejos de los aproximadamente 36 millones que gana Jordan. Aun así, O'Neal llega en el momento perfecto. Con Magic y Larry Bird retirados, y Jordan y Charles Barkley entrando en la recta final, la liga necesita con urgencia a una nueva superestrella trascendental; Shaq es ese jugador.
Como muchas estrellas, O'Neal devoró un par de hamburguesas de room-service, revisó las películas disponibles en la habitación y tomó una siesta antes del juego. Cuando terminó el duelo con Ewing, sabía que había estado aceptable, pero no espectacular, y mantuvo la perspectiva. Le esperan decenas de retos similares, pero O'Neal ya debe ser considerado parte de la élite de centros del juego. Hasta el domingo, era el séptimo mejor anotador de la NBA con 25.6 puntos por juego y lideraba la liga con 16.8 rebotes. Ewing, de hecho, solo es superior a O'Neal en dos aspectos: el tiro de media distancia y pasar desde la doble marca. Cuando sonó la última chicharra en el Garden el sábado, la experiencia profesional de O'Neal sumaba apenas ocho partidos. Repite: solo tiene 20 años… solo 20.
Mientras O'Neal tomaba su bolsa y se dirigía al autobús del equipo, se veía sereno, ni satisfecho ni decepcionado. “Se necesita mucho para emocionarme”, dijo. “¿Sabes qué me emociona? Cuando mi mamá me dice que me quiere. Es lo único que se me ocurre”. No estaba bromeando.
