Oklahoma City, un tornado llamado baloncesto

La frontera interestatal entre Texas y Oklahoma es indistinguible excepto por dos cosas: el mastodóntico WinStar World Casino, la casa de apuestas más grande del mundo, y el río Rojo, donde se afincó John Wayne en la película homónima de Howard Hawks.
El casino y el río, símbolos fronterizos, son el punto de referencia de las expediciones universitarias que parten de Norman, en la zona metropolitana de Oklahoma City, hasta Dallas. Cada año, durante el mes de octubre, se conmemora la Red River Rivalry —en alusión a la arcilla que se desprende de la tierra de labranza en la cuenca hidrográfica del río—, entre los Sooners de la universidad de Oklahoma y los Longhorns de Texas, en el futbol americano de la NCAA.
Hasta antes de 2008, cuando el Oklahoma City Thunder ocupó el lugar de los Seattle SuperSonics en la NBA, el suceso del año para los residentes de la ciudad y su área metropolitana era la visita anual de los Sooners a Dallas. Cientos de automóviles se desplazan hasta Texas, durante tres horas y media, a través de la carretera Interestatal 35.
Esto, sin embargo, no supone que Oklahoma City sea una ciudad carente de referentes deportivos con influencia cultural.
Lo primero que se nota al visitar la ciudad y el estado es la gran devoción por la leyenda de Mickey Mantle, el toletero de los ojos azules oriundo de Spavinaw, un pueblecillo rural en territorio cherokee, que sucedió a Joe DiMaggio en el jardín central de los Yankees y que se enfrascó en una apasionante carrera junto a Roger Marris por romper el récord de cuadrangulares de Babe Ruth en 1961.
La otra gran atracción local son los Comets, la sucursal Triple A de los Dodgers de Los Ángeles. Su acogedor parque, el Chickasaw Bricktown Ballpark, se erige en el vibrante distrito de entretenimiento de Bricktown, una antigua zona industrial rehabilitada que remite a los almacenes de ladrillo rojo del siglo XIX.
No muy lejos de ahí, también en el centro de la ciudad, se ubica el Paycom Center, originalmente fundado en 2002 para albergar los partidos de los Blazers, equipo perteneciente a la Central Hockey League. La devastación que dejó a su paso el huracán Katrina en Nueva Orleans motivó que los Hornets, de la NBA, se mudaran temporalmente a la ciudad y utilizaran el recinto como sala de máquinas entre 2005 y 2007.
La génesis del Thunder
Entre tanto, ante la imposibilidad de adquirir financiamiento público para remozar la KeyArena, los SuperSonics de Seattle cambiaron de dueños en 2006. La venta fue orquestada por Howard Schultz, la mente maestra detrás del imperio Starbucks. Shultz le cedió los derechos de la franquicia al empresario Clayton Bennett, presidente de la firma de inversiones Dorchester Capital y cara visible de un grupo de empresarios nativos de Oklahoma City, un inagotable mantantial de gas natural y petróleo.
Bennett, inicialmente, mostró interés en mantener la franquicia en Seattle, el mercado más importante del Pacífico Norte. Su primer año de gestión coincidió con la temporada de novato de Kevin Durant en la NBA, todavía como miembro de los SuperSonics.
Al año siguiente, arguyendo motivos fundamentalmente económicos, Bennett mudó la franquicia a Oklahoma City para dar paso a una nueva historia: el Thunder. El nombre remite a la condición de Oklahoma como corazón de la región del Tornado Alley, donde colisionan las masas de aire frío y aire cálido que han dado lugar a varios de los tornados más violentos.
Por primera vez en la historia, Oklahoma City, uno de los centros económicos más prósperos del sur de Estados Unidos, pasó a contar con un equipo profesional dentro de las cuatro grandes ligas.
El Thunder escaló peldaños vertiginosamente en su construcción de identidad con una hazaña gerencial: sus picks de primera ronda, contando a Durant en 2007, le permitieron acceder a Russell Westbrook, en 2008, y James Harden, en 2009. Tres de los jugadores más influyentes del siglo XXI coincidían en un mismo equipo. Juntos alcanzaron las finales de la temporada 2011-12, donde cayeron ante el Heat de LeBron James, Dwayne Wade y Chris Bosh en cinco juegos.
Luego ocurrió lo inevitable: el big three del Thunder comenzó a desmembrarse. Harden se marchó en 2013, Durant en 2016 y Westbrook en 2019.
Ya sin ninguna de sus piedras fundacionales, la franquicia se entregó a Paul George en 2019. Otra derrota en rondas tempranas de postemporada frente a Houston motivó una profunda reconstrucción que vio en Mark Daigneault, hasta entonces asistente de Billy Donovan, a su nuevo arquitecto.
A continuación: la fractura. OKC mandó a Paul George a Los Ángeles Clippers a cambio de un entonces inconsistente Shai Gilgeous-Alexander, Danilo Galinari y rondas de draft. Antes de la gran revuelta de la temporada 2023-24, el Thunder encadenó tres temporadas con récord perdedor. Había motivos para perder la fe en Daigneault, pero la oficina de Sam Presti, el hoy Ejecutivo del Año en la NBA, se mantuvo firme.
Llegaron las victorias. Y, en consecuencia, la posibilidad de trascender en playoffs. Caer ante Dallas en semifinales de conferencia el año pasado radicalizó un proyecto sostenido por talento joven. Ya plenamente consagrado como líder, Gilgeous-Alexander ganó el MVP de la temporada regular este año.
OKC se instaló en las finales, las segundas de su historia, tras pasar por encima de los Grizzlies, los Nuggets y Timberwolves en el Oeste.
La ciudad está plenamente consciente del acontecimiento histórico. Tranvías, autobuses, rótulos, espectaculares, comercios y bares pintados de azul y naranja. Chet Holmgren y Alex Caruso escoltan, como en la duela, a Shai Gilgeous-Alexander por todo el downtown. Una caminata por el boulevard basta para emborracharse de júbilo.
Nadie en su sano juicio pensaría que aquí, hasta antes de 2008, había que seguir la ruta de la Red River Rivalry para poder ver baloncesto profesional: tomar un automóvil, cruzar la carretera Interestatal 35 y conducir tres horas y media hasta Dallas.
