Alejandro Kirk y Jonathan Aranda, los hermanos del diamante en el All-Star Game de MLB

Desde la ardiente Tijuana hasta el esplendor del Juego de Estrellas de MLB. Alejandro Kirk y Jonathan Aranda formaron en los humildes campos de beisbol una amistad profunda y duradera. Hoy, juntos en el más alto escenario, honran sus raíces y el sueño compartido que los vio crecer bajo el implacable sol fronterizo.
Jonathan Aranda y Alejandro Kirk jugarán juntos por primera vez en el Juego de Estrellas de la MLB
Jonathan Aranda y Alejandro Kirk jugarán juntos por primera vez en el Juego de Estrellas de la MLB / Cortesía: MLB México

No resulta desmesurado decir que, en buena medida, Alejandro Kirk se convirtió en catcher gracias a Jonathan Aranda. El pequeño Alex habrá tenido unos 8 o 10 años cuando aceptó ceñirse la armadura de receptor y arrodillarse detrás del plato para recibir los pitcheos de su amigo, Jonathan. “Aranda y él jugaban juntos, entonces yo opté por hacerlo catcher a Alejandro para que le catchara a Aranda, que era pitcher y lo hacía muy bien”, recuerda Juan Manuel Kirk, su padre. 

Desde aquellos albores en que su complicidad en el diamante marcó el rumbo de sus destinos, ambos han transitado un largo y arduo camino.

Este año, por vez primera desde que empezaron su travesía en las Grandes Ligas, Jonathan Aranda y Alejandro Kirk estarán juntos en el Juego de Estrellas de la MLB: Aranda, desde la inicial con los Tampa Bay Rays; Kirk, en su trinchera habitual tras el plato, representando a los Toronto Blue Jays.

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Y para comprender la magnitud real de la circunstancia, hay que volver la mirada a los ásperos campos de Tijuana, donde sus vidas se enlazaron por primera vez, mientras aprendían a jugar beisbol. “Siempre fue una amistad muy cercana entre ellos. Siempre estuvieron jugando en el mismo equipo y yo traía el equipo con ellos. Estamos hablando desde que Alex tenía 3, 4 años. Se trataban casi como hermanos”, dice Kirk.

Alejandro Kirk y Jonathan Aranda han jugado beisbol juntos desde niños.
Alejandro Kirk y Jonathan Aranda han jugado beisbol juntos desde niños. / Cortesía

"No puedo creerlo. Pensar en dos niños que se conocen desde hace tanto tiempo, que jugaron juntos en ligas menores, que ficharon como profesionales, que llegaron a las Grandes Ligas y que ahora van juntos a un Juego de Estrellas. Es simplemente increíble", le dijo Alejandro Kirk al New York Times.

“Más allá del béisbol, esa conexión familiar fue lo que realmente hizo posible todo esto. Así que sé que será especial para las familias compartir este momento juntos”, expresó Jonathan.

Y sí, la amistad se extendía a las casas, a las calles, al tiempo lento de la infancia. “Los papás de Aranda son compadres de nosotros”, dice Juan Manuel Kirk. “Siempre nos hemos llevado muy bien… los niños siempre anduvieron para todos lados juntos”. 

En Tijuana, Alejandro era impetuoso, vivaz, travieso; Jonathan era más callado, más sereno. Pero compartían una obsesión que los unía incluso cuando sus personalidades no: el beisbol. “Salíamos de los campos y nos íbamos a la casa, y ahí se ponían a jugar béisbol. Regresábamos a los campos, no paraban. No paraban los dos chamacos de siempre estar jugando béisbol”. Era el anhelo de convertir el juego en una morada perpetua. 

Ambos compartieron el campo desde sus primeros años, cuando defendían los colores del equipo Glu-Glu
Ambos compartieron el campo desde sus primeros años, cuando defendían los colores del equipo Glu-Glu / Cortesía

Esa antigua promesa infantil hoy se refleja en el esplendor de sus presentes

Alejandro Kirk está cincelando una temporada que, más allá de las métricas, resulta en algo profundamente humano: un hombre que, sin el físico arquetípico ni el boato mediático de las estrellas, ha labrado su estilo con inteligencia y una sensibilidad exquisita para el beisbol. Su juego se caracteriza por la inteligencia, el temple y esa habilidad teatral de enmarcar pitcheos.

Jonathan, por su lado, ha sido la gran revelación. Después de varias temporadas en la que su destino fluctuaba entre Triple A y las Grandes Ligas, este año vive su eclosión definitiva como uno de los mejores bateadores de su equipo. Es un jugador que ha esculpido su identidad con una paciencia férrea en el plato y una impresionante disciplina para ponerse en base. 

“Creo que cuando éramos pequeños, no creo que pudiéramos haber imaginado esto. No lo creo”, confesó Aranda, evocando aquellos días en los que el beisbol era también un escape. 

Jonathan empezó a jugar béisbol de niño para huir de la violencia. En Tijuana, Baja California donde el peligro es parte del paisaje cotidiano, pues se trata de una de las 10 ciudades más peligrosas del mundo según reportó en 2025 el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. 

Como lo dice su padre, nunca pensaron que el deporte lo llevaría a la élite del beisbol, pero sabían que sería el medio para mantener a Jonathan lejos de las calles.

“Desafortunadamente vivíamos en lugares que no eran aptos para que ellos estuvieran afuera en la calle jugando”, dijo Humberto Aranda en una entrevista con TJ Sports. “Nunca fue la idea meterlos en el deporte para que llegaran a ser profesionales. Realmente era para que ellos se mantuvieran activos y salieran un poquito de la problemática”, cuenta. 

Es, precisamente, por esas raíces, que la imagen de Alejandro y Jonathan compartiendo el campo en el Juego de Estrellas adquiere una dimensión profundamente emotiva. 

“No tengo palabras para describir cómo me siento de verlos juntos participando en un Juego de Estrellas. Estoy que no quepo de ver a mis dos chamacos. Porque a Aranda lo quiero como un hijo”, manifestó Kirk con emoción desde Atlanta.

Fue en la ardiente Tijuana donde empezó, sin que nadie pudiera preverlo, la raíz de este presente improbable: dos amigos de la frontera que hoy aparecen en el escenario más grande del beisbol, dos jugadores que hoy le rinden tributo a sus raíces, dos vidas que arrancaron con la misma tierra pegada a los spikes. Pocas historias son más puras que la de esos dos chamacos de Tijuana que nunca se cansaron de lanzarse la pelota.

No resulta desmesurado decir que, en buena medida, Alejandro Kirk se convirtió en catcher gracias a Jonathan Aranda. El pequeño Alex habrá tenido unos 8 o 10 años cuando aceptó ceñirse la armadura de receptor y arrodillarse detrás del plato para recibir los pitcheos de su amigo, Jonathan. “Aranda y él jugaban juntos, entonces yo opté por hacerlo catcher a Alejandro para que le catchara a Aranda, que era pitcher y lo hacía muy bien”, recuerda Juan Manuel Kirk, su padre. 

Desde aquellos albores en que su complicidad en el diamante marcó el rumbo de sus destinos, ambos han transitado un largo y arduo camino.

Este año, por vez primera desde que ambos empezaron su travesía en las Grandes Ligas, Jonathan Aranda y Alejandro Kirk estarán juntos en el Juego de Estrellas de la MLB: Aranda, desde la inicial con los Tampa Bay Rays; Kirk, en su trinchera habitual tras el plato, representando a los Toronto Blue Jays.

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Y para comprender la magnitud real de la circunstancia, hay que volver la mirada a los ásperos campos de Tijuana, donde sus vidas se enlazaron por primera vez, mientras aprendían a jugar beisbol. “Siempre fue una amistad muy cercana entre ellos. Siempre estuvieron jugando en el mismo equipo y yo traía el equipo con ellos. Estamos hablando desde que Alex tenía 3, 4 años. Se trataban casi como hermanos”, dice Kirk.

Alejandro Kirk y Jonathan Aranda han jugado beisbol juntos desde niños.
Alejandro Kirk y Jonathan Aranda han jugado beisbol juntos desde niños. / Cortesía

"No puedo creerlo. Pensar en dos niños que se conocen desde hace tanto tiempo, que jugaron juntos en ligas menores, que ficharon como profesionales, que llegaron a las Grandes Ligas y que ahora van juntos a un Juego de Estrellas. Es simplemente increíble", le dijo Alejandro Kirk al New York Times.

“Más allá del béisbol, esa conexión familiar fue lo que realmente hizo posible todo esto. Así que sé que será especial para las familias compartir este momento juntos”, expresó Jonathan.

Y sí, la amistad se extendía a las casas, a las calles, al tiempo lento de la infancia. “Los papás de Aranda son compadres de nosotros”, dice Juan Manuel Kirk. “Siempre nos hemos llevado muy bien… los niños siempre anduvieron para todos lados juntos”. 

En Tijuana, Alejandro era impetuoso, vivaz, travieso; Jonathan era más callado, más sereno. Pero compartían una obsesión que los unía incluso cuando sus personalidades no: el beisbol. “Salíamos de los campos y nos íbamos a la casa, y ahí se ponían a jugar béisbol. Regresábamos a los campos, no paraban. No paraban los dos chamacos de siempre estar jugando béisbol”. Era el anhelo de convertir el juego en una morada perpetua. 

Ambos compartieron el campo desde sus primeros años, cuando defendían los colores del equipo Glu-Glu
Ambos compartieron el campo desde sus primeros años, cuando defendían los colores del equipo Glu-Glu / Cortesía

Esa antigua promesa infantil hoy se refleja en el esplendor de sus presentes

Alejandro Kirk está cincelando una temporada que, más allá de las métricas, resulta en algo profundamente humano: un hombre que, sin el físico arquetípico ni el boato mediático de las estrellas, ha labrado su estilo con inteligencia y una sensibilidad exquisita para el beisbol. Su juego se caracteriza por la inteligencia, el temple y esa habilidad teatral de enmarcar pitcheos.

Jonathan, por su lado, ha sido la gran revelación. Después de varias temporadas en la que su destino fluctuaba entre Triple A y las Grandes Ligas, este año vive su eclosión definitiva como uno de los mejores bateadores de su equipo. Es un jugador que ha esculpido su identidad con una paciencia férrea en el plato y una impresionante disciplina para ponerse en base. 

“Creo que cuando éramos pequeños, no creo que pudiéramos haber imaginado esto. No lo creo”, confesó Aranda, evocando aquellos días en los que el beisbol era también un escape. 

Jonathan empezó a jugar béisbol de niño para huir de la violencia. En Tijuana, Baja California donde el peligro es parte del paisaje cotidiano, pues se trata de una de las 10 ciudades más peligrosas del mundo según reportó en 2025 el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. 

Como lo dice su padre, nunca pensaron que el deporte lo llevaría a la élite del beisbol, pero sabían que sería el medio para mantener a Jonathan lejos de las calles.

“Desafortunadamente vivíamos en lugares que no eran aptos para que ellos estuvieran afuera en la calle jugando”, dijo Humberto Aranda en una entrevista con TJ Sports. “Nunca fue la idea meterlos en el deporte para que llegaran a ser profesionales. Realmente era para que ellos se mantuvieran activos y salieran un poquito de la problemática”, cuenta. 

Es, precisamente, por esas raíces, que la imagen de Alejandro y Jonathan compartiendo el campo en el Juego de Estrellas adquiere una dimensión profundamente emotiva. 

“No tengo palabras para describir cómo me siento de verlos juntos participando en un Juego de Estrellas. Estoy que no quepo de ver a mis dos chamacos. Porque a Aranda lo quiero como un hijo”, manifestó Kirk con emoción desde Atlanta.

Fue en la ardiente Tijuana donde empezó, sin que nadie pudiera preverlo, la raíz de este presente improbable: dos amigos de la frontera que hoy aparecen en el escenario más grande del beisbol, dos jugadores que hoy le rinden tributo a sus raíces, dos vidas que arrancaron con la misma tierra pegada a los spikes. Pocas historias son más puras que la de esos dos chamacos de Tijuana que nunca se cansaron de lanzarse la pelota.


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Alejandra González Centeno
ALEJANDRA GONZÁLEZ CENTENO

Reportera y creadora de contenido en Sports Illustrated México.