Cuando los Charros de Jalisco desafiaron la barrida: la resurrección de 1971

Los Charros de Jalisco lograron en 1971 una de las gestas más asombrosas que recuerde la Liga Mexicana de Beisbol. Abajo tres juegos a cero en la Serie Final —ahora llamada Serie del Rey— frente a los Saraperos de Saltillo, todo parecía dictar la sentencia de su derrota.
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Sin embargo, cuando el equipo ya miraba de frente el despeñadero, irrumpió la audacia de un dirigente, el novel y visionario Benjamín ‘Cananea’ Reyes, para alterar la historia. Desde ese abismo, los tapatíos se rehicieron con furia, inteligencia y acaso con un hálito de providencia, hasta consumar su segundo campeonato en la LMB.
¡DOMINGO HISTÓRICO EN EL 🏟🤠!
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Recibimos y homenajeamos a los campeones de #Charros en 1971, donde hicieron la hazaña de revertir un 0-3 en contra en la final de la LMB ante Saltillo y coronarse como campeones del circuito.🏆🙌🏻#TodosSomosCharros⚾️💙💛 pic.twitter.com/hj49soiV1w
Durante medio siglo aquella remontada permaneció como una proeza sin réplica, hasta que en 2021 los Toros de Tijuana repitieron el milagro al revertir un 0-3 frente a los Leones de Yucatán.
Hoy, más de medio siglo después, otro Benjamín persigue un acto semejante de redención. Es Benjamín Gil, caudillo de los actuales Charros, que en la Serie del Rey 2025 enfrenta a los Diablos Rojos del México con un déficit de 0–3: un filo que se aproxima al vacío. La memoria, inevitablemente, trae de regreso aquel verano de 1971, cuando el beisbol jalisciense vivió el milagro más rotundo de su historia.
En aquella temporada, los Charros habían navegado entre turbulencias. Conquistaron la Zona Sur por apenas medio juego de ventaja sobre los Diablos, y arribaron a la final con una nómina debilitada: varios de sus lanzadores habían sido suspendidos por indisciplina en los días finales del calendario. Parecía imposible desafiar a un Saltillo poderoso, con hombres como Andrés Ayón, dueño de la mejor efectividad de la liga, y Felipe Leal, soberbio en ponches.
Maximino León fue pieza fundamental de los Charros de Jalisco que fueron campeones en 1971.
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En aquella ocasión, Jalisco remontó una desventaja de 0-3 contra los Saraperos de Saltillo. pic.twitter.com/F7O7NTRsOB
Los tres primeros juegos confirmaron los augurios. Los Saraperos asaltaron el Estadio Jalisco, se llevaron dos triunfos en patio ajeno y coronaron la ventaja en el tercero, ya en casa. El 3–0 lucía definitivo: la ciudad de Saltillo acariciaba la ilusión de su primer título, mientras Guadalajara se resignaba a ver morir a sus Charros.
Fue entonces cuando Cananea Reyes, con apenas 34 años y en su primera aventura de mando, decidió alterar las piezas. Su movimiento más célebre consistió en entregar la receptoría a Jaime Corella, un cátcher experimentado que hasta entonces había permanecido en la sombra. Corella aportó seguridad detrás del plato, orden en la estrategia y un bate discreto pero oportuno. El propio Cananea confesaría años después que ese viraje fue el cimiento de la resurrección.
El 15 de agosto, una tormenta de verano obligó a posponer un juego en el Parque Francisco I. Madero. La serie se comprimió en una doble cartelera dominical, que marcaría el punto de inflexión.
En el primer encuentro, con el marcador apretado en la octava entrada, los Charros fabricaron un rally insólito: un toque convertido en hit, una carrera de caballito, un squeeze play ejecutado con perfección por Corella y hasta un imprevisto imparable productor del propio Pablo Torrealba, quien además se acreditó la victoria desde la loma.
Horas más tarde, ya en el segundo duelo, emergió la figura de Maximino “Max” León. El sonorense lanzó con aplomo y además conectó un jonrón de dos carreras que fracturó la moral de Saltillo. Para sellar la obra apareció otra vez Torrealba como apagafuegos, y Jalisco se llevó el juego 5 con pizarra de 4–2. En un solo día, la serie se había reducido a 3–2. El imposible comenzaba a ser concebible.
El regreso a Guadalajara trajo consigo una atmósfera de incredulidad. Nadie esperaba que los Charros, con las fuerzas mermadas, pudieran prolongar la agonía de los Saraperos. Sin embargo, en el sexto encuentro se produjo otra epopeya. Manuel Lugo, relevista acostumbrado a cortos pasajes, fue designado abridor de emergencia. Contra todo pronóstico, lanzó un juego completo de nueve entradas y superó en el duelo al legendario Ramón Arano.
Pase lo que pase, pelearemos hasta el final y lo haremos con el respaldo de nuestra gran afición, la Charromanía.
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¡POR LA HAZAÑA!🤠 pic.twitter.com/NAaSUM5YWz
La ofensiva lo respaldó con batazos oportunos: Bill Parlier con un sencillo que empató la contienda y Clemente Rosas con un imparable que trajo la carrera definitiva. El Estadio Jalisco, en éxtasis, celebró un 4–3 final que emparejaba la serie a tres triunfos por bando. El fantasma de la barrida ya era un recuerdo.
El 18 de agosto se disputó el último capítulo. En la loma, Pablo Torrealba contra Andrés Ayón. Fue en la tercera entrada cuando se produjo la jugada que quedó incrustada en la memoria: con un corredor en base y dos strikes, Ayón probó a Parlier con una secuencia de ocho envíos cambiantes, hasta que en el noveno lanzamiento el estadounidense conectó un jonrón monumental por el jardín derecho. El Estadio estalló: 3–0. Poco después, Francisco Campos y Francisco Menchaca ampliaron la ventaja a 5–0.
Saltillo no se rindió. En la novena entrada, con Torrealba exhausto, un jonrón de “Jungla” Salinas encendió la esperanza. Luego, casa llena con dos outs y el temible Gabriel Lugo en la caja de bateo. Fue entonces cuando Cananea, fiel a su osadía, llamó a Max León desde el bullpen. Con un temple de hierro, León dominó a Lugo con un elevado que cayó manso en el guante del jardinero. El campeonato pertenecía a Jalisco.
Cincuenta años después, aquel título sigue siendo el relato generacional de los Charros, el momento en que el beisbol probó —una vez más— que incluso la derrota más irremediable puede revertirse. Hoy, cuando los actuales Charros se asoman al precipicio de un 0–3 ante los Diablos Rojos, la historia de 1971 retorna como recordatorio y advertencia.
No es que el pasado asegure la resurrección del presente, pero la memoria ofrece un espejo: hubo un día en que Jalisco, desahuciado, caminó sobre la cornisa y, en vez de caer, voló.
Ese recuerdo es la herencia de aquel verano prodigioso en que los Charros de Jalisco, contra toda lógica, escribieron una de las más grandes epopeyas del beisbol mexicano.
