Entre dos tierras: La historia de Marcelo Mayer

Allá en Nogales, la ciudad fronteriza que existe en medio del filo abrupto de México y los Estados Unidos, es donde empieza la historia de Marcelo Mayer, el prometedor campocorto de los Medias Rojas de Boston que hace solo unos días debutó en las Grandes Ligas, y que, como Nogales, tiene consigo raíces ancladas a ambos lados del vasto paisaje árido.
“El tío Chero”, le llamaba Marcelo a su tío abuelo, aquel señor de cabello plateado y sonrisa afable con el que solía hablar de beisbol cuando era niño y la familia se juntaba para celebrar Navidad. Le decían Chero, pero su nombre era Héctor Mayer, el orgullo de Nogales que en sus mejores años fue campeón de bateo en la Liga de la Costa, con los Mayos de Navojoa y shortstop estrella de los Diablos Rojos del México en la Liga Mexicana de Beisbol, uno de esos orquestadores del doble play que defendían el infield con la precisión de un reloj y la gracia de una balletista.
Con el tiempo, la familia Mayer cruzó la frontera, y las raíces beisboleras también florecieron en el otro Nogales. En Nogales High School una placa conmemora esa herencia. Enrique, padre de Marcelo, y Edward, su tío, fueron parte de la legendaria generación de 1981 que hizo campeones estatales a los Apaches de Nogales, una hazaña que la novena solo volvió a lograr en 2017.
Ese linaje encontró continuidad natural en Marcelo. Apenas aprendió a caminar, aquel niño de cejas espesas e intensos ojos azules, recibió de manos de su padre el primer bat y la primera pelota: los cetros invisibles de un destino que ya lo aguardaba. “A él siempre le gustaron los deportes como futbol – usa el número 10 por Messi–, basketbol y golf. Pero más el béisbol. Su talento especial se notó desde siempre. Cuando tenía 5 años estaba más avanzado, inclusive, que niños de varios años más grandes que él”, revela su madre, Myriam Mayer, en entrevista con Sports Illustrated México.
Cosa de zurdos
La familia Mayer se mudó a Chula Vista, California y allá, en los campos soleados de Eastlake High School, Marcelo pronto se reveló como un talento excepcional. Zurdo natural, elegante al bat y con la defensa pulcra y precisa que exige una de las posiciones más difíciles del beisbol: el campocorto.
Fueron las destrezas que forjó bajo la guía paciente de su padre. “Nunca he recurrido a otro entrenador que no sea él. Ha sido mi entrenador de bateo y de fildeo. Ha sido quien me ha enseñado el juego prácticamente en todos los aspectos, y es quien me acompañaba a practicar todos los días desde que tengo memoria”, le dijo a The Athletic poco después de ser seleccionado como 4to pick en la primera ronda de Draft de MLB en 2021.
Su estilo fue pronto comparado con otro ilustre egresado de esa misma preparatoria, Adrián González. Y más allá del estilo y la elegancia en el campo, Marcelo también empezó a acercarse a los registros que habían hecho de “El Titán” una leyenda local.
El récord de cuadrangulares de la escuela, establecido por Adrián González en el año 2000 con 15 vuelacercas, se mantuvo como una especie de mito que se transmitía entre generaciones de peloteros adolescentes. Marcelo se quedó a solo un jonrón de empatar el récord de su paisano.
Pero la figura de Adrián González no era solo un reto estadístico para Marcelo, también se trataba de un recuerdo imborrable de su infancia: el héroe al que alguna vez miró desde abajo, con ojos de asombro y una pelota en la mano.
Unos años antes de intentar romper su récord de cuadrangulares, Marcelo Mayer fue solo un niño en sudadera roja, esperando su turno para tomarse una foto con su ídolo. Tenía unos 6 ó 7 años cuando lo conoció por primera vez, recuerda su madre. El niño posó para una foto con Adrián en un centro deportivo de Chula Vista dirigido por el jugador de MLB y sus hermanos.
La siguiente vez que lo vio fue 10 años después. No fue para pedirle una foto, sino para compartir campo y entrenar con él: el niño que soñaba con jonrones ahora aprendía de quien mejor los había conectado.
Adrián González, nacido en San Diego pero con raíces tijuanenses, fue seleccionado como primer pick en la primera ronda del draft de MLB en el año 2000 por los Marlins de Florida y Marcelo parecía destinado a seguir sus pasos.
Los reportes lo proyectaban como el mejor jugador disponible en el Draft de 2021, llamado a ser el primer nombre pronunciado esa noche. Pero la fortuna, caprichosa como el juego mismo, lo llevó hasta el cuarto turno.
Y fue entonces cuando los Medias Rojas de Boston —una franquicia que no tenía una selección tan alta desde 1967— lo eligieron. Una sutil ironía del destino para alguien que, junto a su familia, creció siendo fanático de los archirrivales y su capitán: Los Yankees de New York y Derek Jeter.
Mayer recibió un bono de firma de 6.6 millones de dólares, el más alto en la historia de las Grandes Ligas para un pelotero mexicano.
Marcelo rápidamente se convirtió en una de las joyas más preciadas del sistema de los Medias Rojas, ganándose un lugar entre los tres mejores prospectos de la organización, reconocido no solo por su talento innato sino por la madurez con que asumía cada jugada.
Su llamado a las Grandes Ligas llegó el 25 de mayo. “Cuando le dijeron que lo habían subido a las Ligas Mayores, lo primero que hizo fue hablarnos a nosotros para darnos la noticia. Fue un momento muy emotivo”, recuerda su madre. Desde su debut, Marcelo ha mostrado un rendimiento que honra el entusiasmo que provocó su llegada MLB.
México en el corazón
Marcelo Mayer habla español a la perfección. No como una segunda lengua adquirida en el vaivén de culturas que implican crecer con una familia mexicana en los Estados Unidos, sino como un idioma íntimo, materno, visceral.
“En nuestro hogar, el primer idioma es español. Aunque obviamente por vivir en los Estados Unidos, el inglés lo hablamos mucho también. Pero siempre ha sido muy importante para nosotros como familia mantener nuestra cultura mexicana”, dice Myriam Mayer.
Es la lengua en la que su padre le enseñó los fundamentos del beisbol y en la que escuchó las primeras historias entrañables de las aventuras del tío abuelo Chero en Navidad.
“Mi país”, dice para referirse a México. Aunque nació en California, sus raíces, ancladas con fuerza en el desierto de Sonora, son parte esencial de su identidad, tan mexicana como su fecha de nacimiento.
Por eso, no sorprende que uno de sus mayores anhelos sea vestir los colores de la Selección Mexicana en un Clásico Mundial de Béisbol. Lo ha dicho abiertamente: quiere representar a México en el escenario más importante del beisbol internacional.
“Definitivamente quiero jugar con México en el Clásico Mundial de Beisbol, ojalá me inviten, será un orgullo representar a mi país”, expresa.
Desde muy joven, Marcelo Mayer ha mostrado la esencia de un talento destinado a brillar entre los más prometedores de su generación. Campocorto zurdo, de movimientos elegantes y defensa impecable, con un swing que ha sido comparado con el de Robinson Canó. Y, dicen los expertos, ese aura sutil que solo portan aquellos elegidos para dejar una marca indeleble en el juego.
Cuando se mire hacia atrás dentro de algunos años, cuando el nombre Marcelo Mayer aparezca junto a los de los grandes shortstops de su generación, se hablará de esta historia que comenzó en el filo de un mapa, en el borde de un país, en Nogales y la compleja belleza de una ciudad partida en dos.
