Raúl Cano: de descubrir a Valenzuela a formar a Kirk y Aranda

“Patrón, se los mandan”, le dice un vendedor del Estadio Alfredo Harp Helú a Raúl Cano, scout mexicano con más de medio siglo de experiencia, después de entregarle un paquete de tacos de cochinita pibil.
Cano, con la paciencia privilegiada de los que ya lo han visto todo, se inclina de su butaca para avistar, a la distancia, a su mecenas. Agradece con una reverencia, se ajusta la chamarra negra con mangas blancas de estilo universitario que lo protege de la hostilidad del verano capitalino y vuelve a posar la mirada sobre su hoja de apuntes.
“Es mi hábitat natural”, dice, entrecerrando sus ojos, cuando le preguntan por la exhibición de prospectos que convoca a más de 40 profesionales de la detección de talento, en el marco del centenario de la Liga Mexicana de Beisbol.
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Raúl Cano, hoy director de desarrollo de los Toros de Tijuana, es uno de los cazatalentos más importantes del último medio siglo en el beisbol mexicano.
Su "método personal" de scouteo se sustenta en el “feeling” por encima de los “aparatitos”. De cualquier forma, para no levantar sospecha carga con su cronómetro, un radar y la pistola de velocidad.
Nadie que haya fungido como interlocutor de Cano en los últimos años ha dejado de escuchar la anécdota en torno a Fernando Valenzuela. “A Valenzuela lo descubrió Raúl Cano”, refiere sobre sí mismo en tercera persona, mientras eleva al cielo el dedo índice de su mano derecha.
Cano se vanagloria de haber sido, por encima de Mike Brito y Corito Varona, el primero que le prestó atención al lanzador zurdo de origen campesino, en medio de un try out organizado por la familia Pérez Avellá, entonces dueña de los Ángeles de Puebla.
“Era un muchacho súper delgado, de pelo lacio, con 16 años. En esa época no había pistolas de velocidad. Cuando lo firmé, salía a 79, 80 MPH. Nunca fue un velocista, pero era un pitcher con muchos recursos, con mucho temple arriba de la loma”, relata.
“Ese —articula en medio de un largo suspiro— es el feeling”.
Además del mítico hallazgo en torno a Valenzuela, Cano ha pulido a los dos más grandes talentos tijuanenses del momento en Grandes Ligas: Alejandro Kirk y Jonathan Aranda.
"Kirk y Aranda, que hoy son figuras del beisbol mexicano, pasaron por nosotros", dice.
—¿Por el método Raúl Cano?
—Bueno, hay mucha gente involucrada en el proceso, pero sí: nosotros les enseñamos algunas cosas.
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Cano se cautiva con el brazo de un lanzador de 16 años oriundo de Chihuahua que, a su juicio, “fue el que más lució”.
Pese a su longevidad, completa la jornada maratónica de cinco horas con disciplina religiosa, repantingado en su butaca y frotándose la barbilla hasta deslizar sus dedos alrededor del cuello.
—¿Cuál es su fórmula, don Raúl?
—Para mí, un equipo de beisbol es como el cuerpo humano: la fuerza está en las extremidades: primera base, tercera base, jardín derecho y jardín izquierdo. Y la habilidad está en el jardín central, el pitcher y el catcher.
Al término de la exhibición, abre los tacos que postergó desde hace un par de horas, los examina de reojo y los desecha sin ningún pudor. Los 56 años que lleva ligado al beisbol profesional evaluando talento le permiten distinguir fácilmente entre lo que vale la pena y lo que no.
