Entre gigantes y prodigios: el ocaso de la Generación Sándwich del tenis

Fueron presentados como el futuro del tenis, pero el destino los ubicó en medio de una transición. Crecieron bajo el dominio de Federer, Nadal y Djokovic, y cuando vislumbraron espacio, ya lo ocupaban Alcaraz y Sinner. La historia de una generación brillante que nunca encontró su momento.
El alemán Alexander Zverev, ejecuta un golpe de derecha contra Arthur Rinderknech, durante el partido de primera ronda de individuales masculinos en el segundo día del Campeonato de Wimbledon 2025
El alemán Alexander Zverev, ejecuta un golpe de derecha contra Arthur Rinderknech, durante el partido de primera ronda de individuales masculinos en el segundo día del Campeonato de Wimbledon 2025 / Hannah Peters/Getty Images

El término Generación Sándwich es tan ilustrativo como despiadado. Casi cruel en su exactitud. Se usa para definir a este puñado de tenistas nacidos en los años 90, aquellos que quedaron atrapados entre dos eras monumentales del tenis masculino

Por delante, tienen la insolente precocidad de Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, herederos impacientes que amenazan con redibujar los límites del juego; por detrás una muralla histórica: Rafael Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic, arquitectos de la hegemonía más duradera que haya visto el deporte moderno. 

La generación noventera fue presentada como la vanguardia que sucedería a los grandes, que derrocaría reyes e instauraría su propio orden. Pero la historia, como casi siempre, no se doblegó a la propaganda. En cambio, se mostró implacable: cerró filas alrededor de sus viejos monarcas y, cuando finalmente les abrió la puerta de salida, ya había elegido a sus herederos.

El resultado es una generación sin territorios ni conquistas: Stéfanos Tsitsipás, Alexander Zverev, Daniil Medvedev, Andrey Rublev, Casper Ruus, Nick Kyrgios…  ninguno capaz de inscribir su nombre junto a los inmortales. Medvedev, nacido en 1996 y acaso su campeón más logrado, tuvo un solo Grand Slam; Dominic Thiem, el otro ganador de uno, se retiró en 2024 a los 30 años, harto de la intensidad de tener que perseguir a figuras como Federer, Nadal y Djokovic, que sumaron 66 Grand Slams entre ellos. 

La dinastía del tenis. De izquierda a derecha: Andy Murray, Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic.
La dinastía del tenis. De izquierda a derecha: Andy Murray, Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. / Clive Brunskill/Getty Images

La generación intermedia del tenis masculino quedó atrapada entre dos fuerzas generacionales: la extraordinaria de los grandes campeones y la irrupción feliz de los jóvenes prodigios. “Los jugadores nacidos en los años 90, fueron los primeros en experimentar una circunstancia un poco particular y nueva. Y es que los miembros del Big 3 —que no solo son los tres mejores tenistas de la historia— de alguna forma disfrutaron de lo mejor de la vejez y pudieron frenar lo mejor de la precocidad de sus rivales”, explica Alejandro Arroyo, analista de tenis

El ex tenista argentino y coach de la ATP Javier Frana, coincide con el señalamiento. “A mí hubo algo que a veces me pareció una presión prematura. Se les tiró demasiada responsabilidad de cumplir expectativas que tenían que ver con superar a jugadores que han hecho historia. Que, coincidió, son los tres jugadores más grandes en la historia del tenis”, dice Frana. 

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Pero, ¿cómo se llega a este cautiverio generacional? El fenómeno tiene múltiples raíces. No se trata solo del talento mayúsculo de los Tres Grandes, sino de una serie de transformaciones en el propio deporte: avances médicos que alargaron carreras, mejoras en el entrenamiento, materiales menos lesivos. 

“Lo que antes pasaba era que el precoz retiraba al viejo. Hewitt le ganaba a Sampras con 20 años y Sampras se retiraba. Pero con el Big 3 eso se quebró”, dice Arroyo. La veteranía dejó de ser una desventaja física para volverse una ventaja estratégica: Federer y Nadal extendieron su longevidad con cirugías y Djokovic perfeccionó su cuerpo hasta convertirlo en un templo blindado ante las lesiones. 

Pero sería injusto —y simplista— reducir todo a la genialidad de los veteranos. El tenis mismo mutó Los materiales cambiaron: las raquetas y las cuerdas permitieron más efecto y control. Las pelotas más pesadas y lentas en ciertos torneos, favorecieron el tenis de fondo, la estrategia, la elasticidad y la defensa. 

Medvedev se quejó de estas transformaciones: afirmó que las pelotas pesadas y lentas impedían conectar golpes ganadores con facilidad, salvo para fenómenos como Alcaraz y Sinner. Tsitsipás, por su parte, reconoció sin ambages que el tenis actual le exigía adaptarse a un deporte distinto al que dominaba en 2021: “El resto del cuadro es más fuerte. Los jugadores son más maduros. Los golpes han cambiado”.

Dominic Thiem celebra su título del US Open 2020, el único Grand Slam de su carrera
Dominic Thiem celebra su título del US Open 2020, el único Grand Slam de su carrera y uno de los escasos trofeos mayores conquistados por la llamada Generación Sándwich / Al Bello/Getty Images

Por eso no es casual que tras la retirada o el ocaso de Federer y Nadal, Djokovic siga aún ahí, impasible en su castillo. Tampoco sorprende que Alcaraz y Sinner, estén diseñados no para carreras de 10 años, sino de 20. Alejandro Arroyo lo dice:  “A partir de ahora, salvo que se quemen mentalmente, creo que los tenistas van a durar mucho más. Carreras de 20 años en lugar de 10”.

Por supuesto, no es que esta generación nacida en los 90 haya sido un páramo absoluto. Sería injusto —-y falso, además— reducirla a eso. Hay finales, hay títulos, hay flashes de brillantez que bastarían para sobresalir en cualquier otra época. 

Daniil Medvedev ganó el US Open 2021 y fue número uno del mundo durante 16 semanas. Dominic Thiem levantó el trofeo del US Open en 2020, aunque pronto el cuerpo y la mente conspiraron para precipitar su retirada prematura. Stefanos Tsitsipás disputó dos finales de Grand Slam; Alexander Zverev, otras dos más, incluyendo la más reciente en Melbourne, Australia. Todos ellos dominaron Masters 1000 y brillaron en superficies diversas.

Pero hay algo quebrado en su relato. Cada logro parece inmediatamente eclipsado por la imposibilidad de sostenerlo. 

Sinner y Alcaraz, los inevitables

Jannik Sinner y Carlos Alcaraz durante la premiación de Roland Garros.
Jannik Sinner y Carlos Alcaraz durante la premiación de Roland Garros. / Julian Finney/Getty Images

Porque la gran tragedia de la Generación Sándwich no consiste solo en haber quedado atrapada tras el Big 3. Su drama completo se revela cuando se observa lo que ha venido después. Apenas los Tres Grandes aflojaron su puño, aparecieron dos prodigios listos para convertir en obsoleta cualquier aspiración intermedia: Carlos Alcaraz y Jannik Sinner.

Alcaraz, potente e intuitivo; Sinner, preciso y quirúrgico. Juntos se han repartido los últimos seis Grand Slams. 

“Pueden remontar el punto con un golpe rápido, incluso de derecha o de revés”, dijo Ruud sobre ambos. Medvedev, por su parte, se ha mostrado incrédulo ante un cambio de paradigma que ya no entiende: ha llegado a cambiar cuerdas en pleno partido buscando una ventaja que se ha vuelto ilusoria. Tsitsipás, entre la ironía y la resignación, ha reconocido que “el tenis es muy diferente ahora que están Jannik y Carlos”.

El propio Zverev, quizá el más persistente de todos, se ha lamentado en voz alta: “Ojalá no hubiera tenido a los tres mejores jugadores de todos los tiempos durante los primeros diez años de mi carrera. Creo que ya habría ganado uno o dos Grand Slams”.

Han sido, en el sentido más cruel de la palabra, una generación puente: construyeron el tránsito de una era a otra sin disfrutar nunca de un territorio propio. Su mejor legado ha sido preparar el terreno para quienes sí supieron —o pudieron— reclamarlo.


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Alejandra González Centeno
ALEJANDRA GONZÁLEZ CENTENO

Reportera y creadora de contenido en Sports Illustrated México.