Albert Stubbins, un lugar en el jardín sagrado de Sgt. Pepper’s

Goleador de inviernos invisibles y hombre incómodo para su época, Albert Stubbins esquivó la gloria reglamentada del futbol y encontró una posteridad más sutil: quedar suspendido para siempre en el cartón coloreado de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
El legendario Albert Stubbins es el único futbolista en la famosa carátula del Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band de los Beatles
El legendario Albert Stubbins es el único futbolista en la famosa carátula del Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band de los Beatles / Getty Images

Un hombre pelirrojo, de mandíbula granítica y mirada mansa, se asoma sobre el hombro de Marlene Dietrich en la portada del Sgt Peppers Lonely Hearts Club Band de los Beatles

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En medio de ese jardín de delicias donde conviven gurús orientales, mártires de Hollywood, poetas malditos y pensadores de ceño fruncido, está Albert Stubbins —como el único futbolista en la congregación del mítica portada de 1967— un delantero centro que, en lugar de ser devorado por la maquinaria del futbol industrial, terminó orbitando en el panteón de la psicodelia británica.

Stubbins fue un tipo que supo esquivar y zigzaguear —“Long may you bob and weave”, le dedicaría Lennon—  tanto en el área pequeña como en las oficinas de los clubes. 

Su origen ya delataba esa naturaleza transatlántica y movediza. Nacido en 1919 en Wallsend, en el noreste obrero de Inglaterra, pasó gran parte de su infancia entre los rascacielos de Nueva York y los talleres de Detroit. 

Esa formación en el crisol estadounidense le dio un barniz de sofisticación, un gusto por el jazz y una visión cosmopolita que lo alejaba del arquetipo del futbolista británico de la época, ese obrero del balón con horizontes de carbón.

Cuando regresó a su Tyneside natal en 1929, el futbol lo reclamó como una deuda pendiente. Fichó con el Newcastle United en 1937, pero su ascenso al estrellato oficial fue secuestrado por la Segunda Guerra Mundial

Aquí es donde Stubbins libró su primera gran batalla contra la invisibilidad. Mientras Europa se desangraba, él fue destinado a los astilleros locales como delineante. Era un trabajo de precisión técnica, de planos y medidas, que Stubbins alternaba con una eficacia goleadora que rozaba lo irreal en las ligas de emergencia

Durante los años del conflicto, anotó la astronómica cifra de 231 goles en 188 partidos para las Urracas. Eran los goles de un fantasma, hazañas que mantenían la moral de una población bajo el asedio de la Luftwaffe pero que jamás figurarían en los registros oficiales de la liga. 

Stubbins era el asesino sonriente, un hombre que martirizaba a los porteros con una cortesía tan impecable que parecía pedir disculpas por su propia superioridad.

Al terminar la guerra, se encontró con 26 años y la sensación de que el tiempo le debía una corona. El Newcastle languidecía en la Segunda División y él, que había pasado la juventud dibujando barcos de guerra, deseaba la luz de la Primera División

Su salida de Newcastle fue un episodio de puro realismo mágico deportivo. Estaba en un cine local con su esposa cuando, de repente, la película se detuvo y un mensaje parpadeó en la pantalla: "¿Podría Albert Stubbins personarse en St. James’ Park?"

En el estadio le esperaban el Liverpool y el Everton, las dos potencias de Merseyside con ofertas idénticas. Stubbins, negándose a ser una mercancía pasiva en una mesa de negociación, decidió su destino lanzando una moneda al aire. "Cara Liverpool, cruz Everton", sentenció. La moneda mostró el rostro del rey y Albert se marchó a Anfield por una cifra récord de 12,500 libras esterlinas.

En Liverpool, Stubbins se convirtió en el primer gran ídolo de la posguerra. Su temporada 1946-47 fue una epopeya climática marcada por el gran hielo, un invierno tan brutal que paralizó la industria y obligó a jugar al futbol sobre superficies de cristal congelado

El 1 de marzo de 1947, bajo una ventisca que borraba los límites de la realidad, Stubbins ejecutó su obra maestra. Un cabezazo en plancha, lanzándose horizontalmente sobre el hielo para conectar un centro de Billy Liddell. La potencia fue tal que se deslizó varios metros por el césped petrificado y terminó con las rodillas laceradas, pero con el balón en la red. Ese gol fue el motor que llevó al Liverpool a su primer título en 24 años.

Pero Albert Stubbins no era un hombre dispuesto a dejarse devorar por el mito. Poseía una inquietud intelectual que lo hacía incompatible con el hieratismo de los directivos del club

Había aprendido taquigrafía y su verdadera ambición era ser periodista. Exigió, como parte de su contrato, una columna semanal en el Liverpool Echo, un espacio donde pudiera ejercer su propio pensamiento. 

Fue precisamente esta autonomía la que provocó su desencuentro con la institución. Tras la muerte del presidente Bill McConnell, el nuevo consejo de administración se negó a honrar la promesa de la columna, argumentando que un futbolista no tenía derecho a ser, además, una voz pública. 

Stubbins se rebeló. Entró en una disputa contractual que limitó sus apariciones y, aunque su popularidad entre la grada permaneció intacta, su relación con la cúpula se agrió irremediablemente. Se retiró en 1953 con un ratio de casi un gol por cada dos partidos, pero sobre todo, se retiró bajo sus propios términos.

Pero el destino, que gusta de las simetrías extrañas, le tenía reservada la inmortalidad por una razón que nada tenía que ver con sus size-11 boots. En 1967, cuando los Beatles estaban en el cenit de su experimentación, Peter Blake y Paul McCartney empezaron a poblar la portada del Sgt. Pepper con sus héroes. 

McCartney sugirió a Dixie Dean, la leyenda del Everton, pero John Lennon se opuso. Lennon, que sentía un atavismo especial por los sonidos y las palabras, quedó fascinado por la eufonía del nombre de Albert Stubbins. Había algo rítmico en ese apelativo que le recordaba a la Liverpool de su infancia. 

Así fue como un futbolista del noreste terminó compartiendo jardín con Albert Einstein y George Bernard Shaw. Tras el lanzamiento del álbum, recibió en su casa una copia firmada por los cuatro Beatles con aquel telegrama legendario: "Well done, Albert, for all those glorious years of football. Long may you bob and weave" (Bien hecho, Albert, por todos esos años gloriosos de futbol. Que sigas esquivando y moviéndote por mucho tiempo más)

Stubbins vivió el resto de sus días en su amada Tyneside, ejerciendo el periodismo con la misma elegancia y humildad con la que remataba de cabeza. 

Trabajó para el Sunday People y se convirtió en un miembro respetado de la comunidad periodística, un hombre que nunca presumió de ser el único futbolista que los Beatles invitaron a su fiesta eterna

Murió en 2002, a los 83 años, pero permanecerá para siempre allí, en la carátula más famosa de la historia, sonriendo detrás de Marlene Dietrich desde el cartón coloreado.


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Alejandra González Centeno
ALEJANDRA GONZÁLEZ CENTENO

Reportera y creadora de contenido en Sports Illustrated México.