Alicia Cervantes: la reina del baldío

Desde una ladrillera en Jalisco, Alicia Cervantes soñó con jugar futbol cuando ni siquiera existía una liga para mujeres. Hoy, con títulos, goles y un Balón de Oro, es símbolo del Guadalajara.
El camino de Alicia Cervantes a lo más alto del futbol tuvo mucho sacrificio.
El camino de Alicia Cervantes a lo más alto del futbol tuvo mucho sacrificio. / Agustín Cuevas/Getty Images

Un terreno baldío en San Ignacio Cerro Gordo, Jalisco, se convertía en una cancha de futbol profesional. La tierra hacía a veces de pasto; pequeños troncos de árbol eran las porterías improvisadas y ladrillos apilados funcionaban como gradas. La imaginación sustituía las líneas que definían el campo, mientras los vecinos que paseaban por allí se convertían en la afición de un partido en el que el orgullo y la felicidad eran los únicos premios.

Alicia Cervantes, entonces una niña, jugaba al futbol entre murallas de ladrillos solo por la emoción de perseguir una pelota. Su moneda de cambio era ayudar a su papá en la ladrillería. Entonces se ganaba el permiso de salir a jugar con sus hermanas y hermanos, 19 en total: nueve mujeres y 10 hombres. “Mi infancia fue feliz porque la mayoría del tiempo la pasaba jugando futbol”, recuerda la hoy goleadora de Chivas.

El Campito, como le llamaban, era el reino de la felicidad de Alicia. Le encantaba deslizarse por los montes de tierra que se alzaban como gigantes, correr descalza y ensuciarse de lodo. Ese aroma a tierra mojada la ha acompañado toda su vida y se intensifica cuando pisa el pasto de una cancha; le estremece  como si evocara su infancia a cada paso.

—¡Ya, ahora sí, vénganse! —gritaba su padre para que dejaran el balón y le ayudaran en la fabricación de ladrillos.

El aroma terroso de la tierra mojada, mezcla del baldío olvidado y la ladrillería que marcó su infancia, se cuela entre sus recuerdos en Verde Valle, el centro de entrenamiento de las Chivas. Está sentada bajo la sombra de un árbol que se sacude con fuerza por los vientos fuertes que han arrasado últimamente con incendios en la región; no así con sus memorias.

—Mi papá tenía un genio un poco duro. Eso me hizo mejor, por eso tengo ese carácter en la cancha; siempre me propongo algo y lo consigo —revela Alicia.

Alicia era la única de sus hermanas con la valentía para atreverse a desafiar las estrictas reglas impuestas por su padre, sólo por ello era la única que salía de casa para jugar futbol. Su padre, un hombre de tradiciones arraigadas sostenía la idea de que a las mujeres no se les permitía estudiar más allá de la secundaria: “Las mujeres no debían estudiar, solo casarse”.

Pero Alicia no se conformaba y buscaba el apoyo de su madre, consciente de que aquello ya era un acto de rebeldía. Querer estudiar la preparatoria era impensable bajo las imposiciones de su padre. Y fue ahí, con cada balón pateado, en cada salida escurridiza o en cada sueño sin intención de claudicar cuando comenzó su revolución.

Los torneos con los barrios vecinos eran cuestión de honor. Solo “ganar la Champions” podría asemejarse a ese sentimiento de salir campeona con el equipo de su barrio, que contaba con las virtudes de Alicia Cervantes, todavía bajo el anonimato que precede a una estrella que se convertiría en el futuro en una de las máximas figuras del futbol mexicano.

El futbol se convirtió en profecía el día que, a los 8 años, uno de sus hermanos la llevó a conocer por primera vez el Estadio Jalisco. En un partido entre Chivas y Atlas con una certeza contundente de quien predice el futuro, decretó: “Un día voy a jugar aquí”. Un mantra que repetiría cada vez que visitaba un estadio ante la incredulidad de sus hermanas y ante la inexistencia de una Liga de futbol para mujeres en México. “Aquí solo juegan los hombres”—pero Alicia, regateaba: “Pero yo un día voy a jugar”.

Desde la infancia fue apilando enseñanzas y frases como piezas de ladrillos para edificar su propia filosofía de vida. “Si quieres algo, lo tienes que conseguir con esfuerzo y con valores”, le dijo su padre, de quien aprendió el trabajo arduo en la ladrillería. Y de su madre, la labor de cuidar en casa a sus 18 hermanos y hermanas. “Mi mamá siempre me apoya, aunque no sabe nada de futbol”.

 —¿Quieres eso? Pues, búscale y lógralo —le decía su madre.

La familia Cervantes: 19 hermanos y una rebelde

Su talento con el balón, pulido entre el lodo y las canchas improvisadas, le llevó a destacar en un equipo en Tepatitlán de Morelos. Su madre no quería dejarla jugar futbol por temor a que le ocurriera algo, no en las canchas, sino durante el camino de regreso a casa. Allí, el contraste de dos mundos fue un choque brutal. Encontraba consuelo en la voz de sus hermanas y les llamaba desde un teléfono público.

Alicia llegó a jugar los fines de semana por 300 pesos y su entrenador se aseguraba de avisarle a su madre que ya iba de regreso en el autobús. A donde la invitaban jugaba: a veces en Tepa, a veces en Querétaro, otras en Pachuca o hasta en Oaxaca. Y así en su adolescencia, a los 13 años, y entre kilómetros fue recorriendo su sueño.

El balón dejó de rodar el día que murió su padre. No hubo despedidas ni últimos goles. Solo la certeza de que ahora le tocaba a ella sostener la casa. “Ya no voy a jugar futbol, tengo que ayudar a mi mamá”, dijo con una convicción que dolía; para ello decidió irse a Estados Unidos.

Pidió visa dos veces. Dos veces se la negaron. Fue en el tercer intento cuando la obtuvo, aunque no como esperaba: era un documento de turista y su plan original consistía en ir a trabajar. Llegó a Estados Unidos con el peso del deber al hombro. Durante un mes no encontró trabajo. Nadie contrataba a alguien sin una visa de trabajo.

Finalmente un día le llamaron, le ofrecían un puesto como ayudante de mesera. Recogía platos y lo que hiciera falta, trabajaba de lunes a domingo hasta 12 horas al día. “Valoras muchísimas cosas que aquí tenía y perdí por mi locura de irme para allá”, dice con un semblante sombrío al recordar el viaje más difícil de su vida.

Sin saber inglés, el futbol era su único idioma en un país desconocido al cual llegó a vivir sola. El balón la persiguió lejos de casa y jugaba futbol en algunos ratos libres para acortar la lejanía que sentía con su familia en México. Aunque lejos, por un instante se sentía cerca.

—Ya no voy a trabajar —dije—, me voy a ir a jugar futbol.

Y a sus amistades de Estados Unidos les daba risa.

—¿Cómo te vas a ir a jugar futbol? —me decían entre entre burlas.

A comienzos de 2016, México todavía no tenía liga profesional de futbol femenil, pero la de Alicia era voz de profeta. “Tú no estás bien de la cabeza, nunca va a haber una liga”, le decían sus colegas meseras en Estados Unidos. 

“El anuncio importante también es la aprobación de la creación de la Liga MX Femenil. Es una Liga en la cual cada club deberá contar con 21 jugadoras, de las cuales dos deben ser porteras. El plantel será categoría Sub 23, es decir, nacidas a partir del 1 de enero de 1994”, anunció  Enrique Bonilla, presidente de la Liga MX, el 5 de diciembre de 2016.

El primer torneo arrancó en el verano de 2017 y Alicia regresó a México para cumplir su mayor sueño.

Un entrenador de la Selección Jalisco la invitó a formar parte de la Liga MX Femenil. Pasó un mes para convencerla porque si no era Chivas, Alicia no quería jugar con ningún otro equipo. En Atlas no tenía que hacer tantas visorias, pero sí convencer con su juego a un técnico escéptico por su estilo. Le bastaron un par de goles y su nombre fue registrado en la lista final de las rojinegras.

Su llegada al Atlas fue directa, sin escalas universitarias ni vitrinas académicas. Se sentía ajena. Pero allí estaba, dispuesta a demostrar que también desde la calle se llega a la cima.

Su debut oficial fue el 29 de julio de 2017 contra Guadalajara, el equipo de sus amores, pero el acérrimo rival del Atlas. Con una victoria, gracias a las anotaciones de Anette Vázquez y un doblete de Daniela Pulido, las rojiblancas dominaron en la cancha, en el Club Guadalajara San Rafael.

El costo de alzar la voz

En Atlas la futbolista percibía un salario de mil 500 pesos mensuales, sueldo que, por supuesto, no le bastaba para vivir. Al terminar el primer torneo buscó un aumento y se lo negaron. Días después Alicia recibió una llamada telefónica, al otro lado de la línea hablaba Rafa Márquez, exestrella del Barcelona y la Selección Mexicana, quien entonces era presidente deportivo. 

—Mira, Alicia, queremos que vuelvas al Atlas. Te vamos a aumentar a 3 mil pesos.

—Tú crees que me estás aumentando mil 500 pesos, pero yo quiero el aumento para todas. Pero, no 3 mil pesos, ¿qué vamos a hacer con eso? No nos alcanza para nada.

Alicia comenzó a recibir críticas al interior de la directiva, casi tanto como el respaldo firme de varias compañeras que reconocieron el valor de haber alzado la voz. El costo fue alto: se vio obligada a dejar el futbol durante los seis meses que aún le restaban de contrato.

La directiva de Rayadas tenía interés en comprar a Alicia y ante la situación le ofrecieron cubrir ese tiempo con el salario que Atlas ya no le daría. Pero Alicia declinó. Tenía miedo. Miedo a ser bloqueada de la Liga y que hablar se convirtiera en una sentencia de por vida. El futbol que había sido su refugio estaba llegando a su final antes de tiempo, no por falta de talento, sino por atreverse a no callar.

Al cumplirse el plazo, Rayadas apostó por ella y la fichó por cuatro temporadas. Fue su segunda vuelta al futbol, un regreso a contracorriente. Volvía después de seis meses sin jugar a nivel profesional y llegaba a un vestidor plagado de talento, donde competir por la titularidad significaba enfrentarse día tras día con figuras consagradas como Desirée Monsiváis

No era solo una lucha por minutos en la cancha, era una batalla interna por recuperar la confianza, por probar a los demás, pero sobre todo a sí misma que seguía siendo esa jugadora que nunca dejó de creer, incluso cuando el futbol pareció darle la espalda.

La recompensa finalmente llegó cuando ganó su primer título como futbolista profesional con Rayadas, en el Apertura 2019. Alicia no ocultaba su colores, debajo del jersey albiazul su piel nunca dejó de ser rojiblanca. Le costó trabajo encontrar ritmo y escaseaban los goles. En cuatro temporadas solo marcó en once ocasiones, una cifra modesta para una jugadora para quien el gol es su forma de vida. Y comenzó a buscar su salida rumbo a Chivas, pero la posibilidad se cayó durante la pandemia y debió esperar al Apertura 2020 para firmar con el equipo que desde niña la ilusionó para ser futbolista profesional.

Una llamada lo cambió todo. Era Nelly Simón, la directora deportiva de las Chivas, con discreción la había seguido de cerca. “Veía que estaba en la banca, que no jugaba en su posición”, recuerda la directiva en las oficinas de Verde Valle.

—No te vas a arrepentir. Voy a dejar el alma. Es el equipo al que siempre quise llegar. —Prometió Alicia a quien apostó por ella.

Nelly aún recuerda íntegras las palabras de Alicia el día que firmó con las Chivas. Era una profecía cumplida. Porque Alicia ya lo había decretado de niña, aquella primera vez que pisó un estadio y vio a Chivas jugar a los ocho años. Ese día, sin saberlo, escribió el destino. Ahora, por fin, lo estaba viviendo.

A veces me habla mi hermano, el que está en Estados Unidos —me dice—, y me suelta: “Ah, ya lograste todo lo que me decías”.

—Y yo le digo: “Tú no me creías, siempre te decía que iba a jugar ahí”.

—Y nada más se ríe.

Hubo cosas que no predijo, momentos que ni siquiera se atrevió a soñar. Pero llegaron igual.

  • El título con Chivas. El Campeona de Campeonas.
  • El tricampeonato de goleo.
  • Convertirse en una de las máximas goleadoras en la historia de la Liga MX Femenil.
  • El Balón de Oro en 2022.

Ninguno de esos logros estaba en aquel primer decreto de infancia frente a un estadio. Se fueron construyendo con paciencia como los ladrillos que apilaba en la ladrillería de su padre. Ladrillo a ladrillo, paso a paso. En vida él no alcanzó a ver a su hija erigirse como una de las mejores futbolistas de México.

Fue durante la entrega del Balón de Oro 2022, el galardón con el que sueña toda goleadora, cuando Alicia sostuvo el trofeo entre las manos. “Este reconocimiento es para mi familia”, dijo con la voz quebrada. “Para mi madre… y para mi padre, que se nos adelantó”. Entonces rompió en llanto. Le tomó varios segundos recuperar el aliento en aquella noche dorada.

Han pasado los años y Alicia responde que sigue sin acostumbrarse a los reflectores, cada vez se siente más cómoda al dar entrevistas o autógrafos, pero se siente mejor en el campo que con los micrófonos. Cuando viste de corto su voz dentro del equipo resuena con fuerza.

Y, por un instante, todo volvió. Es de tarde en Verde Valle y el fuerte viento levanta olor a tierra que le recuerda el terreno baldío donde construyó sus sueños entre piedras y lodo. Alicia lanza otra profecía. “Algún día voy a comprar ese terreno solo para tenerlo como cancha. Ahorita todo está lleno de casas y la verdad me da nostalgia, finalmente ahí comencé a jugar futbol”.


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Yarek Gayosso
YAREK GAYOSSO

Periodista en Sports Illustrated México, con 13 años de experiencia cubriendo eventos de gran magnitud como los Juegos Olímpicos de París 2024.