REVISTA | Los tres mundiales de México

El idilio vivido en 1970 y 1986 con los éxitos de Pelé y Maradona es irrepetible. Ahora, México solo es comparsa.
Maradona y Argentina se coronaron en México 86.
Maradona y Argentina se coronaron en México 86. / Allsport/Getty Images/Hulton Archive

Los que estuvieron ahí sostienen que fueron días maravillosos, llenos de pasto y confeti. El balón del mundo rodó dos veces en México. La primera en 1970, justo cuando terminaba el llamado “milagro mexicano”  y se ponía el mantel verde para los prodigios del futbol.

Los recuerdos de lo que sucedió en aquellos días luminosos han pasado de generación en generación. 

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Si estuviera en la cancha, el escritor Juan Villoro llevaría el número 10 en la espalda. Mente creativa que ha embellecido el juego, presenció desde una platea ambos mundiales en el estadio Azteca. Las memorias de su adolescencia y de su juventud todavía abundan:

“En términos deportivos, han sido dos de los mejores mundiales de la historia. Baste pensar que 1970 consagró a Pelé y que 1986, a Maradona, que han sido, indiscutiblemente, los jugadores más trascendentes junto a Lionel Messi. Por otra parte, la calidad general de los partidos fue muy buena y la algarabía en las tribunas, la hospitalidad de la gente, incluso con los hooligans ingleses, fue notable”.

I

Todos recuerdan al Brasil del 70 como un equipo para enmarcar en el museo del mejor futbol de la historia. Transitaba el balón en el campo con ritmo y elegancia. Era una orquesta llena de virtuosos, pero con un solo rey. 

Así se considera la estancia del mejor jugador del mundo que, aunque la prensa brasileña decía que ya estaba cerca del retiro, llegó a México con esa aureola que distingue a los mejores. Las dos semanas previas a la Copa del Mundo, Brasil hizo su campamento en Guanajuato y después se trasladó a Guadalajara, la ciudad que todavía hoy tiene corazón amarillo.

Narra Pelé en su autobiografía que la seguridad era muy cercana, porque la policía mexicana tenía informes de que existían planes para secuestrarlo. Incluso, se habló de que arrestaron a un venezolano que era el líder del complot.

Más allá de las impresiones sensacionalistas, Brasil fue un deleite en el campo. 

Pero aquellos días dieron para mucho más. Hubo muchas otras épicas inolvidables también en el Azteca. El 17 de junio de aquel 70 se enfrentaron en semifinales Italia y Alemania. Los italianos anotaron al minuto 7 y cuando parecía que todo estaba definido, la maquinaria alemana empató al 90. Ahí comenzó la verdadera épica. Franz Beckenbauer, el histórico capitán, regresó al campo con el brazo entablillado después de una luxación de hombro. Lo que vino a continuación fueron quizá los mejores 30 minutos de la historia del futbol. Alemania se fue arriba, Italia remontó. Empataron de nuevo y, finalmente, los italianos vencieron 4-3. Se le recuerda como el “juego del siglo”. 

Por supuesto, hubo secuelas físicas rumbo a la final para los italianos que llegaron con pocas piernas. Recuerda Pelé que había más de 100,000 gargantas en el Azteca aquella calurosa tarde y que “todas gritaban a favor de Brasil”. Otros jugadores brasileños dicen que se sentían “mejor que en casa”. Finalmente, el virtuosismo de Brasil y de Pelé se impuso 4-1 frente a los cansados italianos.

El equipo brasileño recuerda con afecto aquellos días. Primero, por el romance que vivieron en Guadalajara y, más tarde, por el alarido con el que fueron apoyados en el Azteca. Pelé cierra: “Cuando bajamos al campo para recibir el trofeo Jules Rimet, de manos del presidente de México, sentí una emoción que nunca había experimentado. Hubo lágrimas de felicidad”.

México puede presumir aquellos goles y regates. Nunca ha olvidado que aquí se coronó el rey.

II

Las memorias están abiertas. Los que estuvieron ahí cantan orgullosos que después de Pelé, otro de los mejores jugadores del mundo embelleció el Mundial de México: Diego Armando Maradona.

El equipo argentino se hospedó en las instalaciones del América en Coapa. Siempre tan cercanos a las cábalas, antes de cada partido los albicelestes paseaban por Perisur y se tomaban un helado en el restaurante Hellens. Ahí encontraron el lugar para ponerse en sintonía espiritual. 

Maradona caminó en medio de patadas rumbo a los cuartos de final y ahí se encontró con una fecha que está marcada con letras mayúsculas en los calendarios célebres del futbol: 22 DE JUNIO DE 1986. Argentina enfrentaba a Inglaterra con el paladar amargo que dejaba la guerra de las Malvinas. Por eso, los jugadores veían en la cancha una especie de redención. Cosas extraordinarias estaban por suceder…

El marcador estaba 0-0 al minuto 51, cuando Maradona se elevó, levantó su mano por encima de la cabeza y metió un célebre gol. Así lo recuerda en su autobiografía Yo soy el Diego de la gente: “Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que definí como la ‘mano de Dios’. Metí el puño izquierdo y la cabeza detrás, el arquero Peter Shilton ni siquiera se enteró… El juez de línea corrió hacia el centro de la cancha. Todos los ingleses protestaban y Jorge Valdano me hacía así, ¡shhhh! Con el dedo en la boca como si fuera una foto de enfermera en un hospital”.

Maradona ya había sido el diablo… y cinco minutos después, al 56, fue dios.

Así sucedió la obra maestra, ese gol clasificado en la parte más alta de la historia de los mundiales: tomó el balón de espaldas un poco más atrás del medio campo. Según cuenta en Yo soy el Diego..., cuando dio la vuelta vio que del lado izquierdo lo acompañaba desmarcado Jorge Valdano. 

Siempre es mejor escuchar el final de lo que sucedió en la cabeza de Maradona, mientras movía los pies para una de las jugadas más célebres.

“Si Fenwick (el defensa inglés) me salía, yo se la daba a Valdano y él quedaba solo frente a Shilton… Pero ¡Fenwick no me salía! Yo lo encaré, entonces, amagué para adentro y me le fui por afuera, hacia la derecha. ¡Me tiró un guadañazo terrible, Fenwick! Yo seguí y ya lo tenía a Shilton de frente. Estaba en el mismo lugar que en una jugada en Wembley dos años antes (aquella vez, quiso cruzar a Shilton y el balón rozó el poste por fuera). Iba a definir de la misma manera, pero el Barba (Dios) me ayudó, el Barba me hizo acordar… Pic… Hice así y Shilton se comió el amague. Entonces, llegué al fondo y le hice, tac, adentro”. Todavía le pegaron un patadón, “pero no me importaba nada de nada… Había hecho el gol de mi vida”.

Todo se coronaba con la emotiva narración del uruguayo Víctor Hugo Morales: “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta vinisteeee?”.

La final fue la consagración de Argentina en contra de Alemania.  Maradona termina: “Campeón del mundo, campeón del mundo. Yo digo, hoy, que en aquellos increíbles días de México 86, Dios estuvo conmigo”.

Y México fue testigo de su gran gesta.

III

Solo 15 días antes de que se escuche el silbatazo inicial del mundial del 2026, el estadio Azteca cumplirá 60 años. Apenas tenía cuatro cuando vio coronarse a Pelé. Después, como un joven de 20, fue la casa del triunfo de Maradona. Hoy, llega a su tercera edad después de pasar una cirugía completa que respetó su relato legendario: será el único recinto del mundo que podrá presumir tres inauguraciones mundialistas y eso lo sitúa por encima de Wembley, Maracaná y el resto de los gigantes. En su pasto (que será renovado también) se han llevado a cabo las gestas de los más grandes.

Sin embargo, el contexto es muy diferente al de las pasadas ediciones. Esta vez, el mundial comenzará en México, pero permanecerá poco tiempo. De 104 partidos programados, solo 13 serán aquí, es decir, el 12.5% de la fiesta. 

A diferencia de los grandes relatos de Pelé y Maradona, que encontraron los mejores momentos para engrandecer su leyenda en los partidos definitorios, el pasto mexicano solo aspira a un partido de octavos de final.

El mundial se trasladará entonces a Estados Unidos y definirá ahí a los héroes que quedarán guardados en las principales historias deportivas.

Para entender el papel secundario de México, la línea de tiempo remonta a 2010, el año en que la FIFA otorgó simultáneamente (y con una anticipación nunca antes vista) las sedes de Rusia y de Catar. Estados Unidos, que había sido uno de los principales contendientes para ganar esas candidaturas, movilizó al FBI para hacer una investigación que en 2015 fue nombrada el “FIFA Gate” y que dejó sin trabajo a su entonces presidente Josep Blatter. 

De nuevo dice Villoro: “Y efectivamente, el siguiente mundial fue dado a Estados Unidos, pero para cubrir las apariencias se finge que es para toda Norteamérica. Parece que somos una comparsa en la organización… yo creo que México, que ha organizado con éxito dos de los mejores mundiales, merecería ser sede por derecho propio de un tercer mundial”.

Falta menos de un año para que el balón ruede nuevamente en México. La fiesta estará en la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. Todos esperan con emoción un mundial que nos dejará huérfanos pronto.


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Tlatoani Carrera
TLATOANI CARRERA

Editor general de Sports Illustrated México.