Hannah Hampton recibe el Trofeo Yashin a la mejor portera del mundo

Piloto de combate, neurocirujano, deportista profesional. Esas fueron, en su momento, las aspiraciones tachadas del repertorio de lo posible para Hannah Hampton, los sueños proscritos por el dictamen médico que marcó su llegada al mundo: sus ojos, celestes y límpidos, guardaban la inquietante belleza de lo imperfecto.
Hannah, la guardameta de Inglaterra y el Chelsea, ganadora de la Eurocopa 2025 y del Trofeo Yashin a la mejor portera del mundo, nació con estrabismo, una afección ocular que provoca que un ojo esté desviado en una dirección diferente al otro. "No tengo percepción de profundidad, así que no puedo calcular distancias; por eso, ser portera realmente no tiene mucho sentido", le dijo Hannah, portera del Chelsea, a The Athletic.
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Y sin embargo, contra toda lógica médica, contra todo pronóstico, Hampton ha sido una de las mejores guardametas de la Eurocopa y —en gran medida— la responsable de que Inglaterra se haya alzado con el título del torneo ante España.
Su actuación más heroica llegó en los cuartos de final ante Suecia, en un partido que se definió en la ruleta cruel de los penales. Hampton detuvo dos de los penales ejecutados por el equipo sueco, frustrando los intentos de Filippa Angeldahl y Sofia Jakobsson. Lo hizo, además, con la nariz ensangrentada — y con un papel tratando de detener la hemorragia— tras una colisión en el área durante el tiempo complementario. "Para ser honesta, realmente no sé qué pasó, todo lo que recuerdo es que fui a buscar la pelota y creo que alguien me dio un codazo”, dijo Hannah después del encuentro.
No era la primera vez que ocurría. A lo largo de su trayectoria, las hemorragias nasales y las fracturas en los dedos se erigieron como sombras recurrentes, marcas inevitables de una batalla silenciosa contra la imprecisión de su vista. Un tributo cruel a la naturaleza singular de su mirada.
“Al principio no sabía que tenía ese problema, y muchas veces la pelota me golpeaba en la cara. Intentaba atraparla, pero lo hacía aquí” —coloca las palmas junto a su nariz— “porque no podía calcular bien la distancia hasta acá” —extiende las manos más adelante— “y entonces me daba de lleno en la cara. Tuve que ajustar mi postura inicial para mantener las manos más adelantadas. ¡Atrapar un balón no es nada fácil!”, le dijo la inglesa a The i Paper.
Si gestos tan simples y cotidianos como servir un vaso de agua, para ella son prácticamente pruebas minuciosas, detener balones que se precipitan más de 90 kilómetros por hora se transforma, en efecto, en un acto de prodigiosas heroicidad.
“Cuando sirvo un vaso de agua, lo fallo si no lo estoy sosteniendo.Las chicas me lo hacen todo el tiempo en los entrenamientos: ‘¿Me haces una taza de té?’ y sostienen la taza diciendo: ‘¿Me das un poco de leche, por favor?’. Yo simplemente lo derramo en sus zapatos”, dijo Hannah en entrevista en el podcast Fozcast junto al exportero inglés Ben Foster, en diciembre de 2021.
Originaria de Birmingham, Inglaterra, pero criada entre la luz mediterránea de Alcossebre, en España —donde sus padres se mudaron para trabajar en un colegio internacional—, antes de cumplir los tres años, Hannah ya había pasado por tres operaciones para intentar corregir el estrabismo, aunque ninguna de ellas fue completamente exitosa. La última —y única que recuerda— fue en el Hospital Infantil de Birmingham, donde ahora es embajadora.
De regreso en Reino Unido, a los 12 años ya entrenaba como guardameta en el centro de excelencia del Stoke City.
Fue entonces cuando recibió un diagnóstico inesperado tras una revisión médica: un trastorno en su percepción de la profundidad que afecta su capacidad para evaluar correctamente la distancia entre los objetos. Cuando conversó con el médico del club, la respuesta fue tajante: no tenía lógica que, por su condición, pudiera jugar como guardameta.
“Simplemente funciona”, dice Hannah, vivo ejemplo de que ese tipo de sentencias suelen emitirse desde el escritorio, pero en la cancha, las cosas se ven distinto, incluso —o especialmente— para quien no ve como los demás. A los 21 años, Hannah ya era portera del Aston Villa y la selección inglesa.
Como si sus desafíos visuales no fueran ya suficientes, Hannah Hampton también depende de los lentes de contacto: uno para corregir la miopía de su ojo izquierdo, otro para la hipermetropía del derecho. En un partido contra el Tottenham sintió cómo uno de ellos estaba a punto de salirse. Con sus manos enfundadas en los guantes, era incapaz de ajustarlo. Una compañera le regresó el balón: lo pateó lo más lejos que pudo y lo hizo con un ojo cerrado. La escena, aunque casi cómica en su desesperación, retrata la fragilidad óptica con la que defiende la portería inglesa.
Cada atajada y cada paso sobre el césped, es una forma de contradecir diagnósticos y desafiar límites que otros quisieron trazar por ella.
“Quiero cambiar la forma de pensar de las personas, porque a mí me dijeron que no debía estar jugando al fútbol, y aquí estoy, en uno de los niveles más altos a los que se puede llegar”, dice. “Siempre hay esperanza”.
