El arribo de El Toro entre ruinas: Fernando Valenzuela, los Charros de Jalisco y las explosiones de 1992

El 22 de abril de 1992, mientras las explosiones desgarraban a Guadalajara, Armando Navarro firmaba la llegada de Fernando Valenzuela a los Charros de Jalisco. El ídolo del tirabuzón se convirtió en un símbolo inesperado de esperanza para una ciudad partida en dos.
Fernando Valenzuela, en una imagen de 19 de julio de 2022.
Fernando Valenzuela, en una imagen de 19 de julio de 2022. / Ronald Martínez/Getty Images

Armando Navarro recuerda primero el ruido. Un golpe sordo sacudió la tierra desde adentro mientras se encontraba detenido en el alto de los semáforos de la calle Dr Alfredo R. Michel, en Guadalajara. Navarro, presidente del consejo directivo de los Charros de Jalisco, se dirigía al Estadio Tecnológico de la Universidad de Guadalajara para notificar al fiscalista sobre la más reciente firma del equipo: Fernando Valenzuela, El Toro de Etchohuaquila

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Lo que siguió después del rugido subterráneo fue una estampida humana. La gente corría desesperada y ensangrentada por las calles; gritaban que la tierra se había abierto bajo sus pies. 

Aquel 22 de abril de 1992 la catástrofe partió las calles de la Perla Tapatía en dos. Las alcantarillas se reventaron como arterias abiertas, debido a un derrame de gasolina en las aguas residuales de la ciudad. Hubo más de doscientas víctimas mortales, miles de heridos, cuentos de casas hechas ruinas, más de ocho kilómetros de calles destruidos: uno de los episodios más devastadores en la historia de México.

Ese mismo día, mientras el humo todavía se enroscaba en los edificios del oriente y la ciudad improvisaba refugios, Navarro llevaba consigo una noticia que parecía absurda en medio de la tragedia: había logrado cerrar la contratación del mejor pelotero mexicano de todos los tiempos. 

“Los celulares dejaron de funcionar y yo me fui a la oficina del 6 de Avenida Chapultepec buscando que funcionara mi teléfono para poder tener comunicación con el gobernador, con el propio Fernando, porque yo todo lo que vi había volado. No sabía si toda la ciudad de Guadalajara había explotado o qué había sucedido”, recuerda el ex directivo de los Charros

Los California Angels habían dado de baja a Fernando Valenzuela y Navarro había conseguido que El Toro —el ídolo que había hecho del tirabuzón una oración masiva en Los Ángeles— se enfundara la casaca azul y blanca de los Charros en la Liga Mexicana de Béisbol. Entre cadáveres y sirenas, se fraguaba la llegada de un héroe deportivo a una ciudad desgarrada.

La historia de la firma había empezado meses atrás, con llamadas clandestinas y promesas urgentes. Valenzuela, tras su salida de los Dodgers en 1990 y un breve paso por Anaheim, vagaba en el limbo de las Ligas Menores, acechado por lesiones en el hombro y por la sospecha de que sus días de gloria habían quedado en el olvido. 

Fue entonces cuando Navarro y los Charros se lanzaron a cortejarlo. El exdirectivo recuerda la primera llamada con el agente de Valenzuela, Tony de Marco, quien le confesó que El Toro estaba contento con la idea de lanzar el Guadalajara. “Me dijo que le daba mucho gusto que el día que lo habían dado de baja, un equipo de México le hablara para invitarlo a jugar. Necesitaba ese día para hablar con Fernando, que me hablaba al día siguiente”, le cuenta a Sports Illustrated México.

Cuando El Toro lanzaba, el Estadio Tecnológico se abarrotaba para verlo en la loma
Cuando El Toro lanzaba, el Estadio Tecnológico se abarrotaba para verlo en la loma / Charros de Jalisco

Solo había un pliego de diez condiciones para que aceptara el contrato. La más importante, casi innegociable, era que pudiera regresar a las Grandes Ligas en cualquier momento si algún club mostraba interés en él. “Yo de inmediato se las acepté todas”, confiesa Navarro, convencido de que aquel pacto, más que un trato comercial, era la llave que devolvería a Valenzuela a la cúspide y pondría a los Charros en el centro del beisbol nacional.

“En  menos de una hora estaba yo firmando el contrato con el mejor jugador en la historia de México”, rememora. 

Pero la tarea no fue sencilla. Después de informarle a la Liga Mexicana de Beisbol sobre la firma —al presidente Pedro Tretos y al vicepresidente, que además era presidente de los Diablos Rojos del México, Roberto Manzur— y que estos convocaran a una asamblea con los dueños de los equipos, Navarro recibió una llamada inquietante: Los Leones de Yucatán estaban reclamando los derechos de Fernando. 

‪¿Sabías que... Fernando Valenzuela debutó en la LMB en 1979 con Leones de Yucatán? ‪Tenía 19 años y terminó con récord...

Posted by Leones de Yucatán on Tuesday, April 30, 2019

En los registros de la LMB, los derechos del zurdo pertenecían aún a los Leones de Yucatán, el equipo donde había lanzado al inicio de su carrera profesional, allá por 1979. Hubo resistencias, disputas, amenazas de veto. Los Leones querían retener ese pedazo de patrimonio aunque Fernando hacía tiempo que no les pertenecía; solo la intervención de Pedro Treto Cisneros, presidente de la liga, y una generosa oferta económica al club yucateco logró disolver el enredo y dar vía libre a la firma.

Cuando finalmente se supo que Valenzuela vestirá la franela de los Charros, Navarro se dirigía al Estadio Tecnológico para comunicarle la buena nueva al fiscalista del club. Fue en ese trayecto cuando la ciudad se desgarró: las explosiones estremecieron a Guadalajara y todo se tornó humo, caos y sirenas. La euforia por la contratación quedó sepultada bajo el duelo colectivo.

“Entonces hablo con el primer presidente municipal, Memo Corría y se acordó también con Pedro Treto, presidente de la liga, que no se podía jugar en Guadalajara, que nos fuéramos de gira a jugar a Campeche y Yucatán, y reprogramamos el debut de Fernando Valenzuela. Era una situación bastante delicada”, recuerda Navarro. El Estadio serviría en adelante como albergue de damnificados y centro de acopio de donaciones. 

“Decidimos donar la taquilla a los damnificados porque estaba la situación tan triste en Guadalajara que se sentía muy mal hacer una fiesta con el debut de Valenzuela. Y Fernando, que era todo un tipazo, nos dijo ‘yo no cobro el mes de abril, dénselo también a los damnificados’”, cuenta Armando. 

En Guadalajara, cuando finalmente pudo debutar el 1ro de mayo de 1992, los aficionados abarrotaron el Tecnológico. “A pesar de la tragedia de Guadalajara, se llenó. Había 15 mil gentes en el estadio, y como 5 mil gentes que se quedaron fuera. Autorizamos gratuitamente a la liga de los derechos de televisión para que transmitieran nacionalmente el primer juego de El Toro”, explica el exdirectivo. En el resto de estadios del país, el efecto de Valenzuela fue inmediato. Apenas se anunció su incorporación, las ciudades comenzaron a preparar la romería. Cada vez que Valenzuela abría un juego, el estadio se llenaba hasta el último escalón. 

En el Parque del Seguro Social, en la capital, miles de gargantas se apretujaban para verlo tirar, aunque solo durara tres entradas. Jacobo Zabludovsky interrumpía su noticiero nacional para enlazarse en vivo con sus juegos. Y cuando no aparecía en la rotación, la asistencia caía de golpe: los Charros eran Valenzuela, y el resto apenas acompañaba al mito.

La temporada de 1992 no arrancó de lo mejor para Fernando, que entonces parecía un fantasma de sí mismo: acumuló ocho derrotas por apenas una victoria. Pero el Toro, como siempre, supo encontrar el pulso. Ajustó su mecánica, dosificó el hombro, afinó la mítica screwball, y en la segunda mitad del calendario firmó nueve victorias contra apenas una derrota. Terminó con marca de 10-9 y efectividad de 3.86 en veintidós aperturas. 

En medio de esa travesía hubo episodios memorables: un grand slam que le conectó Rafael “Chivigón” Castañeda en un abarrotado Seguro Social, que arrancó un rugido de incredulidad a los fanáticos, o la imagen de Fernando recibiendo flores de aficionados que lloraban al verlo, convencidos de que contemplaban una reliquia viviente.

El impacto trascendía las estadísticas. En la Guadalajara marcada por la tragedia, la llegada de Valenzuela ofrecía un resquicio de orgullo, un motivo para reunirse en el estadio y gritar sin miedo. Los días en que el Toro lanzaba, la ciudad dejaba por unas horas la sombra de las explosiones y se entregaba a la fiesta beisbolera. 

Esa temporada le devolvió la vitrina. Sus números con los Charros convencieron a los Orioles de Baltimore de ofrecerle un contrato en 1993. Jugó un año en las Grandes Ligas, y en 1994 volvió a enfundarse la franela de Jalisco. Tenía treinta y tres años, el cuerpo más gastado, pero la voluntad intacta. 

Hoy, la estatua de bronce a la entrada del Estadio Panamericano de Zapopan fija para siempre esa memoria: El Toro en su clásica mecánica, el pie en alto, el brazo doblado, el rostro tenso.


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Alejandra González Centeno
ALEJANDRA GONZÁLEZ CENTENO

Reportera y creadora de contenido en Sports Illustrated México.