Una serie Knicks-Celtics como pretexto para hablar de Nueva York y Boston

Un Knicks-Celtics de semifinales de conferencia en la NBA puede servir para muchas cosas: contrastar la madurez del proyecto de Tom Thibodeau ante el campeón vigente, confirmar que las entradas para ver un partido de baloncesto en el Madison Square Garden siguen siendo insoportablemente caras y entender el antagonismo entre las ciudades de Nueva York y Boston más allá del deporte.
Emplazadas en la Costa Este y distanciadas por casi 350 kilómetros de carretera, la enemistad entre ambas ciudades, perfectamente palpable para cualquier turista despreocupado, se remonta a un tiempo en el que Estados Unidos ni siquiera existía como país.
Mientras Nueva York, antes llamada Nueva Ámsterdam, era un asentamiento con fines comerciales controlado por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, una división de marina mercante de los Países Bajos que se regía bajo el lema mare liberum (la libertad de los mares); Boston, otrora Nueva Inglaterra, era una colonia religiosa establecida por los puritanos británicos, que abrazaban la teoría de mare clausum (mar cerrado). Todo fluyó más o menos en armonía hasta que los colonos británicos, contraviniendo su filosofía territorial, decidieron invadir Nueva York. Así se gestó la Segunda Guerra Anglo-neerlandesa.
Pese a que en 1665 los Países Bajos vencieron a Inglaterra tras haber remolcado en el río Támesis el mastodóntico HMS Royal Charles, un navío de primera línea con 80 cañones nominales, los neerlandeses renunciaron tanto a Nueva Holanda, el hoy estado de Nueva York, como a Nueva Ámsterdam, la hoy ciudad de Nueva York, rebautizada por los británicos en honor al duque de York.
Desde aquí ya se pueden ir trazando cabos en términos deportivos. Los Knicks de Nueva York, el equipo de baloncesto de la ciudad, adoptó su nombre del famoso término Knickerbockers, que aludía, en parte gracias al libro fundacional de Washington Irving, a los primeros colonos neerlandeses. Los Celtics, en tanto, representan fielmente la cultura celta vinculada con la gran oleada de migrantes irlandeses que transformó radicalmente el mapa social de la Boston antaño protestante.
Precisamente todos esos irlandeses, considerados gente de segunda categoría en un inicio, fueron en buena medida responsables de que Boston, y particularmente Lexington y Concord, se consolidaran como faros revolucionarios durante el levantamiento de las Trece Colonias. En tanto, Nueva York, con su condición de puerto privilegiado, que incluía estrechas relaciones comerciales con Inglaterra, le dio la espalda a la revolución.
Todo esto nos sirve para llegar, inevitablemente, a los Yankees, la franquicia profesional más valiosa del mundo. El mote del gran símbolo pop de la ciudad de Nueva York tuvo su origen en Nueva Inglaterra, lo que hoy es Boston. No se sabe bien si el término se utilizaba en exclusiva para referirse a los descendientes de colonos ingleses, o europeos en general, pero no hay duda de que se trata de una palabra derivada –o distorsionada– del neerlandés.
El caso es que, con el estallamiento de la Guerra Cívil, los estados confederados del Sur usaron el término Yankee para referirse indistintamente, y despectivamente, a los soldados y residentes de los estados del Norte, que conformaban la Unión. Luego, inevitablemente, se convirtió en un vocablo que servía para estigmatizar todo lo que tuviera que ver con Estados Unidos.
Los Yankees, el equipo de beisbol, lo adoptaron para renunciar al mote de Highlanders por una sencilla razón: los titulares de los periódicos de la época exigían un nombre más corto. Probablemente para entonces, Frank Farrell y William Devery, fundadores de la franquicia, no lo hicieron con ánimos de reivindicar un episodio histórico que los enemistara de facto con el equipo de beisbol de Boston, los Red Sox, pero la leyenda encaja como prólogo a la tramática venta de Babe Ruth.
La partida de los Giants y los Dodgers de Nueva York, y el hecho de que los Metropolitanos, asentados en la zona multiétnica de Queens, nacieran condenados a la fatalidad, provocó que los Yankees siempre vieran en los Red Sox a su gran rival
Ahora bien, ¿realmente los new yorkers y los bostonianos se rigen por códigos de conducta heredados por piratas, comerciantes, navegantes, colonizadores, patriotas y revolucionarios? Es discutible. Pero es un hecho que los contrastes entre una y otra ciudad siguen siendo perfectamente tangibles. Eso lo sabe alguien como Martin Scorsese, neoyorquino de nacimiento, quien sentó las bases del acento bostoniano contemporáneo con su película The Departed (con Matt Damon y Mark Wahlberg, bostonianos de cepa, como maestros vigilantes).
Podemos hablar de la rica área suburbana de Boston y de sus idílicas ciudades universitarias, como también podemos hablar de la escena musical, literaria y de dramaturgia en Nueva York. Si Boston es más italiana que irlandesa, o viceversa, es un debate que sigue causando controversia. La élite judía en Nueva York, para evitar subjetividades, decidió no compartir el poder con nadie.
Ahora tiene más sentido el performance de los patriotas que irrumpen durante los partidos de New England en la NFL, ¿no? O los colores de los Mets de la MLB y los Rangers de la NHL, como parte del legado holandés de la ciudad de Nueva York.
Lo que sigue sin estar claro es por qué son tan insoportablemente caros los boletos de los Knicks, incluso para alguien con el poder adquisitivo de Spike Lee o Woody Allen.
