La segunda victoria de Fernando Valenzuela

El beisbol es un pitcher que disfraza la curva de recta, y nosotros, crédulos y devotos, hacemos swing. Porque ningún otro deporte ha sabido ocultar, con tanta elegancia, su propia naturaleza impredecible.
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Esta noche, los Dodgers conquistaron el Juego 7 de la Serie Mundial y se proclamaron bicampeones del Clásico de Otoño, los primeros en 25 años, desde que los Yankees ganaron de forma consecutiva en 1998, 1999 y 2000. Lo hicieron, además, en la fecha exacta del que hubiera sido el cumpleaños 65 de Fernando Valenzuela, el santo de Chávez Ravine, el mexicano por el que toda la temporada portaron un parche con el número 34 en el brazo izquierdo. Ese mismo que los Dodgers decidieron retirar el 11 de agosto de 2023, desafiando la tradición sagrada de reservar ese honor únicamente para los miembros del Salón de la Fama.
El segundo título para Los Ángeles llegó con la grandeza que demandaba una serie de tal envergadura: en los extenuantes dominios de los extra innings, después de un duelo hermético que durante 11 entradas se resistió a revelar su desenlace —porque el juego, claro, fiel a su naturaleza caprichosa, quiso engañarnos una vez más antes de bajar el telón—.
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Hay una belleza secreta en ver tambalear a los grandes. En contemplar cómo los titanes se descubren humanos, nunca del todo exentos de pagarle tributo al azar. Shohei Ohtani, el unicornio japonés, se doblegó, destrozado, ante un heroico cuadrangular de tres carreras de Bo Bichette en la tercera entrada.
Durante unas cuantas entradas, los Blue Jays parecieron dueños del destino, y los Dodgers se vieron reducidos a mortales. El juego jamás iba a entregarse sin antes flirtear con la tragedia.
Hasta que Max Muncy rompió el embrujo con un batazo que puso la pizarra 4-3, y Miguel Rojas —el veterano relegado al noveno turno, sin un solo cuadrangular en la postemporada— escribió el resto del milagro. En la decimoprimera entrada, el catcher Will Smith encontró con su bate la pelota que selló la historia.
El Juego 7 —y toda la Serie Mundial— supo al beisbol de antes. Y sí, qué fastidiosa —pero también insoportablemente inevitable— es la nostalgia. El juego volvió a su estado más primigenio, con los cuerpos fatigados y las voluntades desnudas. Yoshinobu Yamamoto volvió a subir al montículo pese a haber lanzado 96 pitcheos ayer 31 de octubre en el Juego 6. O posee una tolerancia inhumana al dolor, o la adrenalina, el combustible primitivo de los héroes, lo mantuvo en un estado de lucidez febril, más cerca del trance que de la razón, porque lo hizo con un relevo inmaculado de 2.2 entradas.
YOSHINOBU YAMAMOTO IS YOUR 2025 WORLD SERIES MVP! pic.twitter.com/CGkbqjjICO
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Solo pude recordar a Randy Johnson en 2001, saliendo del bullpen de los Diamondbacks de Arizona listo para relevar en el Juego 7 de la Serie Mundial ante los Yankees, después de haber lanzado 7 innings la noche anterior, con la mirada de quien ya conoce el límite y decide cruzarlo de nuevo. Como él hace 24 años, Yamamoto fue nombrado el Jugador Más Valioso del Clásico de Otoño.
Esta fue una Serie Mundial inédita, imprevisible desde su génesis, con la que el beisbol pareció recuperar su esencia más honesta. Nunca se trató de un duelo entre David y Goliat. Nunca un equipo presumió de una ventaja apabullante. Fue un enfrentamiento de dos potencias que se midieron desde la vulnerabilidad, el error, el instinto y terminó por la fortuna del azar, gracias a la que los viejos dioses todavía dictan los designios del diamante.
Los Dodgers volvieron a lo más alto: son los nuevos monarcas del beisbol, los soberanos de un Clásico de Otoño que no conocía repetición desde hace veinticinco años. Y el juego, siempre tan caprichoso con sus símbolos, quiso que la coronación llegara el mismo día en que Fernando Valenzuela habría cumplido 65 años.
El 23 de octubre de 1981, El Toro de Etchohuaquila, de apenas 20 años, lanzó un juego completo de 9 entradas ante los Yankees y logró su primera y única victoria en Serie Mundial. Fernando falleció un día antes de celebrar los 43 años —número al revés del 34 que usaba en su jersey— de aquella hazaña. Desde entonces, los Dodgers portan el número 34 en la manga izquierda.
Los supersticiosos dirán que todo estaba alineado. Que 3 más 4 es 7 —el número de juegos en los que ganaron el Clásico de Otoño—, que el 11 de agosto —día en que su número, sagrado, fue retirado— representa las 11 entradas en las que los angelinos alcanzaron la gloria.
Yo prefiero creer que todo ocurrió porque ninguna victoria le pertenece realmente al presente. Todas son heredadas de los que esperaron ver este juego y no llegaron a tiempo. Yo prefiero creer que Fernando Valenzuela hoy logró su segundo juego ganado en un Clásico de Otoño.
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