Roberto Clemente, el héroe que murió por ayudar a Nicaragua

El 31 de diciembre de 1972 el astro boricua encontró la muerte en el mar, intentando que la ayuda llegara a las víctimas del terremoto de Nicaragua. Cada septiembre, la MLB celebra su legado.
Las Grandes Ligas celebran el día de Roberto Clemente cada septiembre
Las Grandes Ligas celebran el día de Roberto Clemente cada septiembre / MLB

A Roberto Clemente lo mató la corrupción de Nicaragua, la avidez de una dictadura que convirtió la tragedia en negocio. Su cuerpo nunca apareció entre los restos del avión que se desplomó en el mar de Isla Verde, pero su legado quedó para siempre en la memoria del beisbol y de Latinoamérica: el de un hombre que se enfrentó con dignidad a la injusticia y que, en su último acto de vida, decidió cargar sobre sus hombros el dolor de otro pueblo

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Con los Piratas de Pittsburgh, Clemente se convirtió en uno de los peloteros más completos de su generación: quince veces All-Star, cuatro títulos de bateo, doce Guantes de Oro, dos campeonatos de Serie Mundial y un Jugador Más Valioso de un Clásico de Otoño en 1971. 

Fue un pelotero brillante, sí. Pero también fue un pionero que cargó con el peso del racismo y el prejuicio contra los latinoamericanos en las Grandes Ligas. Usó su plataforma para denunciar las injusticias sociales y, sobre todo, dedicó buena parte de su tiempo y su dinero a obras de caridad en Puerto Rico y América Latina.

Su nombre ya era sinónimo de humanidad antes de que la tragedia lo convirtiera en mártir. 

El 23 de diciembre de 1972, Managua, la capital de Nicaragua, fue devastada por un terremoto de magnitud 6.2. En apenas segundos, el centro de la ciudad quedó reducido a ruinas, más de 10 mil personas murieron y decenas de miles quedaron sin hogar. Lo natural fue seguido de lo político: la tragedia expuso el rostro implacable de la dictadura de Anastasio Somoza, que gobernaba con mano de hierro. 

La portada del diario La Prensa de Nicaragua tras el terremoto de 1972
La portada del diario La Prensa de Nicaragua tras el terremoto de 1972 / Cortesía

Somoza controlaba el país como si fuese un feudo privado. El Ejército, la Guardia Nacional y los principales negocios estaban bajo el dominio familiar. Tras el sismo, la ayuda internacional llegó en avalancha, pero pronto comenzaron las denuncias: los víveres no alcanzaban a los damnificados porque eran confiscados por la Guardia; los almacenes estaban repletos de comida y medicinas que jamás fueron entregadas.

Para Somoza y su círculo, la reconstrucción fue una oportunidad de enriquecerse, no de salvar vidas. Managua quedó en ruinas y secuestrada por la avaricia.

Los pilotos que entregaban cargamentos denunciaron que los militares desviaban los suministros. Sobrevivientes recordaron cómo toneladas de ayuda se perdieron en bodegas o fueron revendidas en mercados. En lugar de unir al país, el terremoto aceleró el desprestigio de Somoza y alimentó las brasas de la insurrección que siete años más tarde acabaría por derrocarlo.

Desde Puerto Rico, Clemente siguió con angustia las noticias de Managua. Apenas se enteró de la magnitud de la tragedia, se volcó a organizar ayuda humanitaria y coordinó varios envíos en avión hacia la capital nicaragüense.

Pero pronto supo lo que estaba ocurriendo: que los cargamentos enviados no llegaban a las manos de los necesitados, que la dictadura los desviaba, que su esfuerzo se transformaba en botín para el régimen. Fue entonces cuando tomó una decisión que cambiaría su destino: acompañar él mismo la próxima carga para asegurarse de que llegara a su destino.

Su esposa, Vera, le rogó que no lo hiciera. Era 31 de diciembre de 1972. Aquella noche era también el cierre de un año histórico para su carrera: había conectado su hit número 3,000, uno de los logros más increíbles de su excepcional carrera deportiva. Clemente respondió con una frase que resonaría para siempre: “Cuando llegue tu hora, morirás. Los bebés están muriendo allá, necesitan estos suministros”. Esa fue la convicción que lo llevó al avión que lo esperaba en el aeropuerto de San Juan.

El avión era un viejo DC-7 cargado con casi ocho toneladas de víveres. Desde el principio hubo señales de alarma: la aeronave tenía fallas mecánicas, se encontraba sobrecargada y había sufrido retrasos durante todo el día. El despegue, programado inicialmente para la madrugada, se pospuso varias veces hasta la noche.

A las 21:20 horas del 31 de diciembre, con Clemente a bordo junto al piloto, el copiloto, un mecánico y un asistente, el avión despegó rumbo a Managua. Tres minutos después, mientras ganaba altura sobre el mar de Isla Verde, uno de los motores falló. La nave perdió poder y cayó al océano. Algunos testigos dijeron haber visto una explosión antes de que se precipitara en las aguas oscuras.

Los equipos de rescate encontraron restos de fuselaje a cuarenta metros de profundidad. Solo el cuerpo del piloto fue recuperado. Los de los demás pasajeros, incluido Clemente, nunca aparecieron. Tenía 38 años. El mundo del beisbol recibió la noticia en medio del estupor y el dolor, pero también con la certeza de que había muerto como vivió: entregado a los demás.

La tragedia de Clemente no fue un accidente aislado: fue la consecuencia de una cadena de corrupción e indiferencia. Si la ayuda hubiera llegado a quienes la necesitaban, Clemente jamás se habría sentido obligado a viajar. Si la dictadura no hubiese robado víveres, él habría pasado aquella Nochevieja con su familia.

A Clemente lo mató un sistema que convirtió la desgracia en negocio. Lo mató el egoísmo de un régimen que lucró con la muerte de miles

Su muerte fue también un parteaguas. En Nicaragua, el desastre del 72 marcó el principio del fin para la dictadura. En Puerto Rico y en las Grandes Ligas, convirtió a Clemente en símbolo eterno de compromiso y de solidaridad. En 1973, las Ligas Mayores hicieron una excepción y lo eligieron al Salón de la Fama sin esperar el plazo reglamentario.

Hoy, más de medio siglo después, su legado sigue vivo. 

Clemente encarnó una idea rara y preciosa en el deporte profesional: que la gloria personal carece de sentido si no se pone al servicio de los demás.


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Alejandra González Centeno
ALEJANDRA GONZÁLEZ CENTENO

Reportera y creadora de contenido en Sports Illustrated México.