Autopsia al tenis mexicano con Agustín Moreno

Agustín Moreno habla con franqueza franciscana y la transparencia de sus palabras hiela a quien lo escucha. Aborda al tenis mexicano como un médico forense a su cátedra durante una autopsia. Herida por herida, nervio a nervio y colapso a colapso, explica cómo se le escapó la luz al deporte que ha sido su vida y por el cual, después de 26 años fuera del país en el que nació y al que representó, aún espera volver algún día aunque hoy le es imposible.
Moreno, apodado El Bebé desde sus años como el nuevo chico talentoso del tenis local, que compartía vestuario con tenistas consagrados como el inolvidable tijuanense Raúl Ramírez, el potosino Jorge Lozano, el capitalino Leonardo Lavalle o el queretano Francisco Maciel, platica desde Estados Unidos ya con la etapa del dolor superada. Hace tiempo, se nota en sus palabras —y lo confirma si se le pregunta—, se instaló en el capítulo —que en esta historia parece no tener fin— de la resignación. “Aquí en mi universidad tengo más presupuesto que el de la Federación Mexicana de Tenis y lo utilizo para trabajar con ocho jugadores becados”, dice sin contemplaciones.
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Agustín lo subraya con interés de desmarcarse de la crítica sin fundamento: “no tengo nada contra la Federación Mexicana de Tenis”, reitera de forma satelital durante los poco más de 60 minutos de plática, en la cual narra cómo reclutó en su momento en la Universidad de Georgia a un joven John Isner —un feroz sacador y quien durante su carrera alcanzó el número 8 del ranking mundial—, antes de tomar el camino hace 20 años hacia la Universidad del Sur de Florida como head coach de tenis femenil.
El tenis femenil, una convicción
If at first you don't succeed, try and try again 🎯
— Billie Jean King Cup (@BJKCup) November 15, 2025
Renata Zarazua | #BJKCup pic.twitter.com/PGvMF8Xedh
Desde ese lugar, Moreno reivindica su predilección por el profesionalismo de las tenistas por sobre los hombres. Ellas, afirma categórico, juegan con mayor disciplina, atención al detalle y apertura a las recomendaciones en el trabajo cotidiano. “Prueba de ello es Renata Zarazúa, quien además de estar en la cancha cinco horas al día, se levanta temprano y calienta tres veces antes de cada entrenamiento. Está siempre activa desde que sale el sol”.
Descarta volver a formar jugadores, pero sí añora ver a México —con una población superior a los 130.6 millones de habitantes, de los cuales alrededor de 15 millones son menores de 10 años— desarrollar tenistas. No habla de campeones mundiales ni de fenómenos generacionales, sino de jugadores competitivos; pero la carencia de programas de detección de talento y de una estructura que los acompañe en su desarrollo no asoma cercana por más optimista que se busque ser.
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“El error es pensar que hacer torneos es desarrollar jugadores”, explica. “Los torneos en México no tienen la misma competencia que en Estados Unidos o Europa. Cuando ganas en casa sales creyendo que estás listo y no lo estás”. Entonces, advierte, la consecuencia de esta dinámica es engrosar un circuito abundante en fechas, pero pobre en crecimiento real. “Tenemos muchos más torneos que Estados Unidos, claramente por ahí no es”, remata.
Comodidad sin gloria
Y regresa al tono de forense en una salita de café: “Vamos a ver si nuestros juveniles van a lograr los puntos que ganan en casa en torneos en Estados Unidos o Europa. Pues no, allá son durísimos. La competencia verdadera es irte. Pasa como en el futbol, es exactamente lo mismo: el futbolista mexicano que va a jugar Europa se desarrolla mejor que en la comodidad local”.
Agustín fue jugador Copa Davis décadas atrás. Alcanzó el puesto 40 en el ranking de dobles en la ATP y el 120 como singlista y representó a México en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988, donde cayó en la segunda ronda frente al imponente sueco Steffan Edberg. Vaya, el cariñosamente llamado Bebé sabe de qué habla y le sobra autoridad para hacerlo.
En el cierre de 2025, el equipo mexicano femenil se quedó corto en su intento de ascenso al Grupo Mundial de la Billie Jean King Cup, el equivalente a la Copa Davis. Moreno dirige a ese equipo, que en casa derrotó a Dinamarca, pero no logró superar a Canadá, a la postre campeón, en la fase de grupos.
Desde su análisis, Moreno no duda: el tenis femenino mexicano “está mil veces más próximo a acceder al grupo mundial que el tenis varonil”.
Su afirmación no surge desde lo trivial ni por mera preferencia, la respalda con el poder de los datos: el equipo femenil mexicano se mueve alrededor del top 20 del ranking mundial, mientras que el varonil flota entre los puestos 40 y 50, una distancia que no es baladí en competencias por equipos.
La diferencia, explica, también se refleja en los recorridos individuales. Jugadoras como Fernanda Contreras han logrado clasificarse a cuadros principales de Grand Slam. Giuliana Olmos llegó a ser número seis del mundo en dobles y ganó torneos WTA 1000 y Renata Zarazúa, a quien admira profundamente, alcanzó el puesto 51 del ranking mundial en singles.
En contraste, Rodrigo Pacheco, el principal proyecto joven del país con 20 años de edad, ronda el puesto 200 del mundo después de tres años como profesional. Esa diferencia explica por qué Moreno observa al tenis femenil mexicano mucho más cerca de competir en el Grupo Mundial que el varonil.
“Hay pocos patrocinios para los jóvenes y todos se los han dado a Pacheco. La federación apostó por él cuando tenía 11 o 12 años y no está mal, pero por qué echar toda la carne al asador por un solo tenista en lugar de pensar en unos seis, ¿no?”, considera.
Nadie al otro lado de la red
Entonces, frente a la solitaria figura de Pacheco como carta fuerte del tenis varonil nacional, la pregunta se vuelve obligada.
—¿El tenis mexicano sigue igual de estancado que cuando jugabas en la década de los 80 y 90, ha mejorado o ha ido a peor?
—Ha empeorado. Se ve en los rankings mundiales, en los rankings juveniles y en el desempeño del equipo de Copa Davis. Nosotros llegamos a jugar cuartos de final.
Yo competía contra Maciel, contra Jorge Lozano, contra Leo Lavalle, contra Pérez Pascal o Eduardo Vélez por un lugar en el equipo. Era una generación muy buena y después de nosotros todo ha ido cada vez más para abajo.
—¿Y después de Renata Zarazúa (28 años), de Giuliana Olmos (32 años) o del propio Pacheco, ves a alguien venir con fuerza, un cambio generacional?
—Lamentablemente no hay mucha gente. En tenis femenil tuve la suerte de tener una buena generación, pero de ahí no viene, ni veo nadie, al menos de que se vayan cuatro años a la universidad en Estados Unidos y maduren un poco, quizá así alguien levante la mano.
Sin posibilidad de volver
Agustín cuenta con la doble nacionalidad desde muy niño, sin embargo, para muchos la tierra donde se nace no se olvida y él es una de esas personas. Quiere volver a México y retirarse aquí. Hoy tiene 58 años y, confiesa, siempre desea regresar a su natal Guadalajara, pero el atraso en los programas de desarrollo de atletas en este país hacen de este anhelo una utopía.
“Yo no estaría bien trabajando como entrenador de tenis allá en México. Mi manera de trabajar es tener equipos”, dice. Y esos equipos —juveniles, universitarios, procesos largos— son precisamente los que en México aparecen casi siempre como excepción. Además, remata, “con lo que yo hago es muy difícil tener un trabajo de este tipo —firme, a largo plazo y bien remunerado—en México. Por eso llevo 26 años en las universidades de Estados Unidos”.
Esta última reflexión concluye con la autopsia. En México, pese a ser vecinos, “no hemos sabido replicar el modelo estadounidense”. Quizá la realidad sea que los directivos no han querido hacerlo; por eso, nuestros tenistas no logran conquistar pistas internacionales, y entrenadores como él tampoco pueden regresar. Es la trampa mortal del tenis nacional.
