REVISTA | El corazón mexicano del Turco Mohamed

Nació en Argentina, se hizo técnico en México y campeón en tres países distintos. Mohamed se descubre en esta charla como un constructor de emociones, de la lealtad y la pasión por la vida.
Mohamed está a un encuentro de convertirse en un técnico histórico del futbol mexicano, pues suma cuatro títulos, si gana el domingo, empataría a Vucetich y Lapuente; sólo quedaría detrás de Cárdenas, Trelles y Ferretti.
Mohamed está a un encuentro de convertirse en un técnico histórico del futbol mexicano, pues suma cuatro títulos, si gana el domingo, empataría a Vucetich y Lapuente; sólo quedaría detrás de Cárdenas, Trelles y Ferretti. / Agustin Cuevas/Getty Images

Antonio Mohamed no dirige equipos, los transforma. No sigue libretos. Como jugador fue irreverente, su cabello teñido era una declaración de identidad, de inconformidad. Y como entrenador es valiente, intenso y ganador. Capaz de llevar a la gloria a cuatro equipos distintos en México. Lo suyo, según cuenta, no es imponer una idea, sino abrazar la esencia de cada grupo.

El más reciente campeón del futbol mexicano es camaleónico, pero, también, profundamente humano: escucha, entiende, se familiariza. No tiene un estilo marcado porque no le interesa encajar en etiquetas. Se adapta, cambia, siente. Juega como vive: con pasión. Lo avalan los títulos: campeón en Argentina, Brasil y México. Un verdadero trotamundos del éxito.

"Me encantó ser futbolista, pero me gusta más ser entrenador", afirma el Turco en entrevista con Sports Illustrated México. “Tengo ideales muy marcados que son ganar en todas las canchas, jugar igual en todos los estadios… acoplar el equipo a lo que el rival pide… con la lealtad dentro del grupo, con la alegría y con el conocimiento”.

Antonio Mohamed nunca fue uno más en el futbol mexicano. Cuando llegó, en 1993, el balompié local no estaba acostumbrado a un personaje como él. Con el cabello decolorado, botines de colores y un estilo rebelde, se convirtió en figura de Toros Neza, el equipo que desfilaba con máscaras desde el vestidor y jugaba como soñaban las tribunas: sin miedo. 

En medio de esa fiesta futbolera, el “Turco” tenía una figura magnética que encendía a la tribuna. “Disfruté al máximo, jugué como quise, cómo me gustaba jugar y después como entrenador hice un cambio totalmente radical respecto a mi personalidad y respecto a cómo jugaba”.

En la cancha, su talento lo llevó a rozar la gloria, quedó cerca de un título con Toros Neza. Pero el destino le tenía reservada una revancha. Años después, regresó al mismo escenario, al futbol mexicano, ya no con la camiseta puesta, sino con el traje de estratega. Como técnico, Mohamed logró lo que como jugador se le negó: levantar campeonatos y construir un legado.

“Para mí la conversión fue fácil porque yo ya pensaba ser técnico cuando tenía 28 años, pensaba ser entrenador”, comparte Mohamed, quien no solo es parte de la memoria colorida del balompié nacional, sino que se ha ganado un lugar entre los técnicos más exitosos en la historia del futbol mexicano. 

“Una persona va quemando etapas. Sería muy triste hacer a los 50 lo que hacías a los 23. Fui cambiando como técnico y como hombre. Y hasta ahora no cambiaría nada (de mi historia)”, comparte con orgullo. Y es que su camino no ha sido recto. Ha tenido curvas, caídas y renacimientos. Pero siempre ha sido suyo.

“Estoy parado en un lugar lindo. Disfruto lo que hago. No me aferro a nada. Si no soy feliz, me voy. No me quedo por un sueldo”, confiesa, en una frase que resume su filosofía.

Mohamed no solo encontró una camiseta para ponerse en México. Encontró una vida. Llegó con 23 años. Hoy tiene 55. “Mis tres hijos son mexicanos. He pasado más de la mitad de mi vida en México”, dice con emoción. “Todo el agradecimiento a este bendito país y a todas las cosas hermosas que me ha tocado vivir aquí”.

Tras su retiro como futbolista, Mohamed inició su carrera como técnico y, con el paso del tiempo, encontró en México su mejor versión desde el banquillo. En 2012, logró su primer gran hito al llevar a Xolos de Tijuana al título apenas un año después de su ascenso. Más tarde, con América, consiguió una corona más en el Apertura 2014; en el Apertura 2019 alcanzó la cima con Rayados y finalmente, en el Clausura 2025, levantó el trofeo con Toluca. Cuatro clubes. Cuatro títulos de liga... Y una constante: los equipos de Mohamed juegan bien, pero también conjugan el verbo más difícil del futbol: ganar.

Después de Tijuana me empezaron a contratar para ser campeón. Ya no era para levantar equipos del descenso, sino para pelear arriba”, dice con claridad. Su consagración con Xolos fue una hazaña. Su título con América, un logro en el club más exigente. En Monterrey, alcanzó la gloria después de haber perdido dos finales… Y lo hizo en el Azteca. En Toluca, rompió una sequía de 13 años en tiempo récord: sólo tenía seis meses en el cargo.

“Fue todo paulatino, pero también en el camino todas las etapas que viví, la disfruté con mucha plenitud, no me arrepiento de ninguna, ni volvería atrás para hacer un cambio. Creo que hoy estoy acá por todo lo que hice anteriormente”.

Antonio ha entrado ya en la conversación de los más grandes en la historia del futbol mexicano. Ignacio Trelles y Tuca Ferretti suman siete títulos en la historia. Raúl Cárdenas, seis. Javier de la Torre, Víctor Vucetich y Manuel Lapuente tienen cinco. Atrás están Enrique Meza y él con cuatro.

“Pero dirigí mucho menos aquí. Yo me fui a otros lugares a trabajar. Trabajé en Argentina, en Brasil, en España. En comparación de años, yo trabajé mucho menos”, señala con una sonrisa pícara. “Si tú comparas la cantidad de torneos cortos que tengo, con otros, no llego ni a la mitad… Es muy poco la cantidad de años que estuve aquí”.

Su nombre aparece ya en las conversaciones sobre los técnicos más influyentes en la historia del futbol nacional, junto a leyendas como Ricardo La Volpe, Manuel Lapuente, Javier Aguirre o Enrique Meza. De aquel joven con el cabello pintado y las máscaras, al técnico maduro y campeón.

“La verdad nunca me propuse nada de eso. No. Y ni lo veo como un objetivo. Seguramente cuando termine mi trabajo como entrenador, el legado hablará o el camino hablará por sí solo de lo que me tocó hacer”, sostiene.

Su estilo, mezcla de garra sudamericana con entendimiento profundo del futbol mexicano, le permitió conectar con los jugadores y construir equipos competitivos. Mohamed no solo ganó títulos; también dejó escuela y respeto en cada club donde trabajó.

Y lo consiguió con una fórmula que no figura en pizarras, pero sí en la piel de los jugadores: convencimiento. “No se trata solo de decirle al jugador lo que tiene que hacer. Se trata de mostrarle que va a pasar. Cuando pasa una vez, dos veces, tres veces, ya te creen todo”, explica. 

Hay un intangible que Mohamed ha cultivado con los años: conocer al jugador mexicano mejor que muchos mexicanos. “Conozco al jugador del 94, del 2005, del 2015 y del 2025. He estado en todas las generaciones. Sé cómo piensan, cómo sienten. Sé cómo hablarles”, explica con propiedad.

Y ese entendimiento le ha permitido sacar versiones brillantes de jugadores que otros no pudieron encender. Como Alexis Vega: “Le dije: '¿Cuánto pagaría uno por jugar un Mundial en casa? Ponte esa meta. Pero para eso necesito al mejor Alexis'", relata sobre la charla que transformó al delantero en pieza clave para el título con Toluca.

La familia y una promesa cumplida

No todo ha sido futbol. También ha sido amor, dolor y familia. Desde que su hijo Farid partió a causa de un accidente automovilístico en la Copa del Mundo de Alemania 2006, Mohamed no solo entrena y dirige: juega por dos; vive por dos. Cada victoria, cada desafío, lleva el peso y el corazón de ambos.

“El campeonato con Monterrey fue el que más sufrí… Y el que más disfruté”, confiesa Mohamed.“Para mí ese es el mejor. Lo busqué por todos lados, en el momento que menos pensaba se me dio… Me tocó perder dos finales… En esos momentos emotivos siempre se me da por llorar de alegría porque voy recordando, en el lapso que va a terminar el juego, todo lo que costó llegar hasta ahí. Son los dos títulos que más he disfrutado. El de Huracán y Monterrey.

—¿Por la promesa a tu hijo?.

–Exactamente.

Pausa…

“Era una deuda con mi hijo”. Y sus ojos, enrojecidos, comienzan a llenarse de emociones, de recuerdos. Intenta sonreír, pero la emoción lo desborda. No hay escándalo, solo una tristeza profunda que todavía habita en su voz. “Él disfruta desde arriba y yo disfruto desde abajo. Nos acompañamos”. Baja la mirada, con esa mezcla de dolor y orgullo que solo entienden los que han amado tanto como han perdido.

Y recuerda que lloró... “Cuando son lágrimas de felicidad, son como agua bendita, te caen en la cara. Las de tristeza son un nudo en la garganta. Son diferentes. En este caso son de felicidad”.

También lo hizo cuando logró el ascenso con Huracán, el club de su vida, después de cinco finales perdidas que parecían eternas. Aun así, su corazón guarda un rincón especial: “Mi sueño es ver campeón a Huracán. No sé si como presidente, manager o lo que sea, pero quiero estar cerca de ese club que amo”.

Durante años llevó un escapulario al cuello, amuleto silencioso y tributo a su hijo en el cielo. Hoy lo guarda en casa, lejos del ruido, pero cerca del corazón. “Cumplió su cometido”, dice con serenidad, sin dramatismos, aunque la emoción se asome inevitablemente. “Lo tengo guardado ya… Me acompañó todo ese camino para lograr esos dos objetivos”.

Ahora, su otro hijo, Shayr, camina a su lado en las canchas como su auxiliar técnico en el Toluca. “Está aprendiendo. Ojalá en unos años haga su propio camino. Lo importante es que todo lo que nos rodea es lealtad… Él tendrá que demostrar con su capacidad que está ahí por méritos propios. Eso del apellido siempre pesa”.

Sin escuela fija, pero con una idea clara

Mohamed no se encasilla en una escuela táctica. Ni en Menotti ni en Bilardo: “No tengo sistema ni escuela. Pero tengo ideales muy claros: jugar igual en todas las canchas, convencer desde el conocimiento y formar grupos con alegría y lealtad”. Y eso le ha bastado para dejar huella.

Antonio Mohamed ya no es solo un recuerdo pintoresco de los 90. Es un referente real del futbol mexicano, uno de los pocos técnicos que ha sabido conquistar, reinventarse y perdurar. Pasó de ser el showman del vestidor a uno de los estrategas más respetados del continente. Y lo hizo a su modo, con su esencia, con su corazón argentino y su alma mexicana: “México me lo dio todo. Y yo también le di lo mejor que tenía”.

Así, con la honestidad y frontalidad que lo caracteriza, Antonio Mohamed deja en claro lo que representa México en su vida. “Yo soy argentino, pero entrenador mexicano”. No es una parada más en su carrera. Es su casa. Y ese cambio, esa metamorfosis, lo llevó a la cima. “Sigo disfrutando de su gente, de su cultura, de todo… Sigo disfrutando y me siento uno más en este recorrido que es el futbol”.

Mohamed no solo se nacionalizó con papeles. Lo hizo con historia. Con títulos. Con derrotas que le dolieron más que a los fanáticos locales. Cuando colgó los botines y se puso el traje, volvió con otra mentalidad. Ya no era un jugador explosivo. Era el técnico cerebral. El que miraba desde el banco cómo otros llevaban a cabo su visión.

“Soy argentino, tengo mis raíces allá. Pero mis hijos son de aquí, tengo pasaporte mexicano y me siento parte de la historia del futbol mexicano. Estoy hace 20 años. Fui jugador, soy entrenador”.

Sobre su evolución personal, confiesa: “Trabajé mucho contra mi ego. Ya no lo tengo, lo tengo muy abajo. Aprendí mucho de Enrique Meza, él me puso en mi lugar muchas veces”.

Y ante la pregunta sobre su legado, responde sin rodeos: “Mi legado ya está escrito. Ojalá podamos agregar algo más, pero me veo en unos años en Huracán. No muchos años más como técnico. Quiero disfrutar la vida”. Y quizá este fin de semana pueda escribir otra página dorada, antes de que el futbol le permita, por fin, aflojar el paso.


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Mario Palafox
MARIO PALAFOX

Editor SR en Sports Illustrated México. 25 años de experiencia en medios. Ha cubierto 4 Copas del Mundo, Juegos Olímpicos, Fórmula Uno, NBA, NFL.