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Hoy nos hemos despertado con una noticia que a muchos nos ha llamado la atención. El diario Mundo Deportivo abría en portada con la posibilidad de que Neymar regresara al FC Barcelona. El hijo pródigo que muchos odiaron con su marcha pero que en el fondo añoran. El futbolista que otros tantos querrían que volviese, aquellos que entienden el fútbol como un espectáculo deportivo y no como una pasión que arrastra masas y mueve el mundo. Yo me encuentro en la segunda posición. Siempre vi el fútbol como algo más de 11 hombres corriendo detrás de un balón. Siempre admiré la pasión y miré más a la grada que al verde. Es por esto por lo que pienso que un verdadero culé no querría que el brasileño volviese.

Un servidor no comparte los colores blaugranas ni los blancos, ni tan siquiera los de ningún equipo que actualmente milite en Primera División. Desde pequeño ha sido educado con los valores de un club, en la butaca de mi estadio, apoyando a mi equipo local. Recuerdo mis enfados de niño y no tan niño cuando la estrella de mi equipo, aquel al que iba (y voy) a ver cada domingo decidía abandonar el club. Si, además, su marcha era forzada o a un eterno rival, mi relación de admiración terminaba en ese momento. Algo que me sigue ocurriendo a día de hoy. Es un fenómeno que solo me ocurre con los futbolistas a los que admiro y con las mujeres. Con ninguno tiene solución, como no la tendrá la relación entre barcelonistas y Neymar.

Los culés deben olvidar al atacante. Neymar es como esa ex que se ha ido con otro y luego te llama arrepentida porque quiere volver. Aquella con la que comiste el error de responderle el teléfono pero que sabes que no debe volver. En el fútbol moderno de las empresas y los turistas, los billetes y el espectáculo, las palomitas y la deshumanización, todavía quedan románticos y romanticistas que procesan el amor por un club. Un amor que no se debe traicionar. Unos valores que hacen de los equipos ser “més que un club”, como dicen en las gradas del Camp Nou. Un amor inquebrantable que no debe darse marcha atrás, por muy bien que lo haga la estrella de turno, en este caso Neymar. El atacante eligió marcharse a la ciudad del amor seducido por el olor de los billetes, dejando en la estacada a los culés que creyeron en él.

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Su vuelta significaría una puñalada de una directiva que hace mucho que se olvidó del barcelonista de a pie. Ellos deben revelarse, levantar la voz y reclamar que siguen ahí, que el Barcelona es lo que es porque ellos acuden cada domingo a su grada y leen el periódico matutino para enterarse de las novedades de su club. Un periódico que hoy no les ha gustado. No deben responderle a las llamadas. El Camp Nou no debe querer traidores.