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Hace unos días, mi compañero Quim Ferré escribía este artículo sobre el por qué no se deben forzar las tarjetas amarillas. En sus palabras, mencionaba las cartulinas forzadas por Sergio Ramos y su tarjeta con el Real Madrid ante el Ajax, y reconocido por error en zona mixta, y por Kondogbia. Él no solo castigaba esta acción como un acto antideportivo e incluso de poca profesionalidad, sino que pedía una sanción, tanto de partidos como económica, mucho mayor a la que interpone la UEFA. Este artículo no va a ser un texto al uso, de esos que critican estas acciones. Hoy voy a llevarle la contraria a mi compañero y voy a homenajear a la pillería en el fútbol. El fútbol es un deporte de listos y forzar tarjetas jamás debería estar penado.

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A lo largo de los años hemos podido ver como muchos futbolistas han utilizado la trampa para ganar los partidos. Desde aquellos famosos partidos de Estudiantes de la Plata en la que se rumoreaba que utilizaban alfileres contra sus rivales hasta la mano de Dios, pasando por las pérdidas de tiempo y piscinazos que presenciamos cada fin de semana. El fútbol es un deporte tan diferente al resto porque un segundo diferencial puede cambiar un encuentro y no solo se juega con los pies, también con la inteligencia. En la inteligencia también aparece el forzar una tarjeta cuando se aproxima un encuentro aparentemente fácil justo antes de otro difícil y estás apercibido, o uno de una eliminatoria ya conquistada.

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El forzar una tarjeta amarilla es una anticipación a lo que puede llegar, una limpia que todos deberían poder hacer. Sancionar por esto me resulta una osadía. Pongamos fin a este fútbol de buenazos en la que parece que los jugadores solo pueden darse besos y abrazos y felicitarse. 

El fútbol, si es lo que es, es por la pasión, la trampa, la pillería. Si un jugador puede sacar provecho de algo debe sacarlo. Si un jugador necesita una tarjeta amarilla para cumplir ciclo y asegurarse estar en un partido que considera de mucha mayor importancia de cara al futuro, debe buscarla. Esto no es una falta de respeto hacia ningún rival, es jugar con la ventaja de quién sabe cuándo se le necesita.

Digamos no a este fútbol moderno, posfútbol o cualquier nombre que le quieran atribuir. El fútbol es fútbol y, si algún día muere, lo hará siendo fútbol. El fútbol es goles, jugadas majestuosas… y pillería. Pillería es forzar tarjetas amarillas o provocarlas. El fútbol.