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Tiendo a reflexionar en los días lluviosos. Me gusta parar mi vida, dejarlo todo y escuchar el sonido de la lluvia. Asomarme a la ventana, ver el agua caer y observar los rayos y truenos que asolan la ciudad. En este caso la provincia. Permítanme hacer un aparte para mandar toda la fuerza a la Vega Baja, la comarca más al sur de Alicante que ha sufrido los destrozos de la gota fría, DANA, Medicane o como quieran ustedes llamarlo. La verdad es que esta semana he tenido demasiado tiempo para reflexionar. Tal vez demasiado. Anoche fue el súmmum, cuando miles de rayos asolaban la capital. La inmensidad de la tormenta, el poderío con el que la naturaleza recuerda que somos ridículos en este planeta, ya ni contemos en el universo.

Cada lluvia es una cura de humildad. Mi egolatría  incluso se alegra de la sequía y la falta de lluvia en mi ciudad, pues puede seguir alimentándose y sintiéndose gigante. A veces incluso he llegado a pensar que tengo un don. Siempre antes de la tormenta. Ese momento en el que miras al cielo, ves los rayos caer en Santa Bárbara, el castillo que domina la ciudad, sientes que nada puedes hacer. El castillo sobre el Benacantil, aquel que imperioso manda en el cielo alicantino, reducido a nada por la fuerza del cielo. Una vez más debo pedirles perdón por mirar hacia lo local en una web globalizada. Cosas de la glocalización.

Cuando siento que algo tan grande como una tormenta acecha, pienso que solo ella puede hacernos sufrir. Nadie puede hacer nada contra ella. Solo prepararse para poder absorber todo el agua que sea posible y evitar la inundación. Hoy estaba lloviendo en Madrid. Ya no vivo en aquella ciudad de carretera, asfalto, edificios altos ruido y poca luz, pero una parte de mí sigue pateándose Lavapiés, Malasaña y Vallecas. Otra parte de mí estuvo esta mañana en el Santiago Bernabéu, debatiendo si prefería que perdieran los blancos, por aquel sentimiento contra los grandes que tenemos todos los hinchas de equipos pequeños, o si prefería que cayese el Levante, pues junto a Elche y Villarreal amenazan el puesto del Hércules como segundo equipo de la Generalitat. Me consuela saber que los valencianistas iban con los granotas.

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La defensa del Levante hacia aguas y el Real Madrid era la tormenta. La primera mitad, el imperio blanco conquistador de Europa, aquel de ‘Un escudo para dominarlos a todos’, era lo que debía de ser. Ahogó a los de Orriols. Sin embargo, en la segunda mitad, el cielo se abrió y los levantinistas llegaron a poder soñar con la remontada. Recortaron dos goles y pudieron marcar el tercero mientras Vinícius tiraba una y otra vez disparos inofensivos. En aquel momento te das cuenta que el Real Madrid no es una tormenta. Que lo que debería ser una lluvia torrencial parece una atracción de Aqualandia y es demasiado fácil encontrarles el error. Un equipo conqusitador, optador de todo título jamás debería poder permitirse esto.

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Perdónenme una vez más, la lluvia afecta en la mente del alicantino tanto como debe afectar una defensa frágil al respetable que acude al Santiago Bernabéu. El Real Madrid también hizo aguas en defensa y le faltó electricidad en ataque. Los blancos no fueron la tempestad del Santiago Bernabéu, solo Benzema dio signos de Zeus.