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El nuevo rey

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El primero, memorable por las circunstancias del partido y la ejecución, fue en marzo, en el superclásico de la Liga española para el Barcelona contra el Real Madrid. Era el último minuto del juego. El Barça, que jugaba con diez hombres tras una expulsión, perdía 3-2. Messi recibió el balón en el semicírculo al borde del área. Toda la defensa y el ataque del Madrid estaban replegados; su único objetivo, evitar el gol del empate. Messi giró a la izquierda, hizo un regate relámpago que dejó a un madridista parado y a otro tumbado, y entró en el área. Todavía tenía por delante a Sergio Ramos, el mejor defensa español, e Iker Casillas, el mejor portero del mundo. Superó a Ramos, que también cayó a sus pies, y colocó la pelota en la esquina de la portería, pegada al poste, dejando a Casillas sin posibilidad de alcanzarla. Todo ocurrió en un parpadeo: el gol del empate, el tercer gol de Messi en un 3-3 que aquella noche consagró al argentino para los millones que siguieron el partido en televisión como un futbolista destinado a deleitar al mundo.

Ese fue el primer plato, ligero y sabroso. El segundo, el mes siguiente, fue pura proteína, puro bife pampero. Fue el gol, aquel gol que marcó contra Getafe en la Copa del Rey; el que imitó, casi paso por paso, al gol más grande de todos los tiempos, el de Diego Maradona contra Inglaterra en el Mundial de México de 1986. El que no lo vio no puede estar leyendo estas líneas, pero recordemos que Messi recibió el balón en la banda derecha sobre la línea central y se regateó a todo la defensa rival. Otro gol que dio la vuelta al planeta. Veinte veces.

Y el tercero, el del postre, fue el que marcó en julio contra México para la Selección Argentina en la Copa América. Éste sólo necesitó dos toques. El primero, un control a la carrera en el vértice izquierdo del área mexicana; el segundo, todavía a la carrera, una vaselina sublime. Todo el estadio, sin excluir al portero mexicano Oswaldo Sánchez y el defensa Johnny Magallón, esperaba un tiro raso o un pase a Carlos Tévez. Messi, en cambio, dio un toquecito con la punta de la bota izquierda que alzó la pelota en un arco geométricamente perfecto, imparable, rozando el larguero. Fue puro instinto, puro genio. La conexión entre el cerebro y el pie de Messi en el instante en que las piernas alcanzaban su máxima velocidad fue un himno a la maravillosa complejidad de la biología humana.

En persona, vestido de civil, fuera del campo, sin pelota a la vista, Lionel Andrés Messi no da la impresión de ser nada fuera de lo común. Pálido y tirando a bajito -- aunque sinuoso, con hombros trabajados en el gimnasio -- aparece para nuestra entrevista en una sala anónima del Camp Nou, el estadio del Barcelona, vestido con camiseta amarilla de manga corta, jeans y zapatos de tenis blancos. Sin piercings, ni tatuajes a la vista, y con un corte de pelo al que ningún estilista le ha agregado la más mínima semblanza de ingenio, Messi es el anti-Beckham. No es un sex-symbol; es un fútbol-symbol. Dentro del campo es un dios; fuera de él, un pibe más de Rosario, ciudad industrial al noroeste de la glamurosa Buenos Aires.

¿Cómo se hace para ser tan bueno al fútbol? "Y bueno", responde, con un acento argentino que siete años en Barcelona no han modificado ni un ápice, "primero de todo te tiene que gustar muchísimo". ¿Cuánto? "Y ... desde los tres años yo jugué todos los días por la mañana, por la tarde y por la noche. Dentro de la casa también. Rompía cosas. Mi mamá se enojaba". ¿Sigue hoy jugando dentro de la casa? "Sigo", dice, con una leve y tímida sonrisa. (Messi no es Ronaldinho; su cara sólo estalla de alegría cuando marca un gol). "Sí, todavía soy así. En casa, donde sea, tengo que tener la pelota cerca, tocarla". ¿Acariciarla, a la brasileña, como si fuera una mujer? Messi asiente con la cabeza, pero aparta la mirada, para que no se le vea la sonrisa.

Además de amor por el deporte, se necesita, según Messi, mucho trabajo y sacrificio. ¿Sacrificio?, le digo. ¿Sacrificio, cuando está haciendo lo que más le gusta? Se inmuta por primera y única vez en la entrevista; delata un atisbo de indignación. "Sí, sacrificio. Con trece años dejé Argentina, dejé a mis amigos y a gran parte de mi familia y me vine a Barcelona. Aunque mis padres vinieron conmigo, fue duro a esa edad". Y también fue necesario. Messi no es ningún gigante pero hubiera sido incluso más bajo y flaco -- más pulga -- si no hubiera sido por las hormonas de crecimiento para niños que le pagó el Barcelona, y que no le podían costear ni su familia ni el club rosarino en el que se crió, Newell's Old Boys. Messi apareció en el Barcelona a finales de 2000 y, a los cinco minutos de verle jugar, el técnico y ex jugador Carles Rexach anunció: con éste nos quedamos. Tenía el físico de un niño de 10 años pero un talento de crack que se fue consolidando hasta su debut en el primer equipo a los 16. "La cantera del Barcelona es una de las mejores del mundo", dice Messi. "Te enseñan a que juegues no tanto para ganar, sino para crecer como jugador. Por eso, a diferencia de la experiencia que tuve en Argentina, donde era más físico, todos los días entrenabas con la pelota. Casi no corrí sin la pelota. Fue una preparación muy técnica". La buena inversión que el Barça había hecho en él tuvo fruto en la pretemporada de 2005 cuando, con 18 años, jugó de titular por primera vez en el Camp Nou en un amistoso contra la Juventus. "Ese", dice Messi, "fue el día en el que se me conoció". Cualquiera que vio ese partido, ambos equipos plagados de nombres famosos, supo que Messi iba a ser algo especial. Fue la figura del encuentro. Fabio Capello, entonces técnico de la Juve, se sumó a los elogios. ¿De dónde salió este diavolo?, preguntó.

Tenía razón Capello. Hay diablura en el juego de Messi. Hay una cualidad salvaje, indomable. Por eso el actual entrenador del Real Madrid, BerndSchuster, anticipando el derby del 23 de diciembre, dijo: "Tendré que ponerle el collar de mi perro para calmarlo un poco".

Si David Beckham fuera un perro, el problema no sería tanto el collar sino cómo peinarlo. El inglés, cuya fama está en absoluta desproporción con su talento, es un gran atleta que ha trabajado con perseverancia y repetición para convertirse en un gran jugador a balón parado. Messi es un gran jugador a balón movido. Es fútbol en estado natural; el genio del patio de colegio; el superdotado en el arte elemental del regate. Incluso Ronaldinho, su brillante compañero de equipo, es un jugador más estudioso, que de manera deliberada, como él mismo reconoce, se imagina las jugadas de antemano. Messi no. Messi es un espontáneo. "No veo los partidos después por televisión", afirma. Tampoco se fija mucho en otros jugadores. Tiene una debilidad por su compatriota Pablo Aimar, "pero no busco imitar a nadie; juego como me sale".

Por eso será que tanto sus rivales como sus compañeros no saben qué sorpresa esperar de sus botas. Lo dijo Gaby Milito, que lo conoce tanto del Barça como de la Selección Argentina. "Cada partido te preguntas: '¿Cómo lo ha hecho?'. En el primer entrenamiento con la selección supe que era diferente a todos. He jugado con enormes futbolistas, pero ninguno como Leo", declaró al diario El País.

Esto es mucho decir. Milito juega en su selección con futbolistas de la talla de Juan Román Riquelme y Tévez; en su club, con los llamados "cuatro fantásticos". Uno de ellos es Messi; los otros son Ronaldinho, Thierry Henry y Samuel Eto'o. Pero incluso estos se quedan boquiabiertos ante el talento de su joven compañero. Eto'o dice que observar a Messi en la cancha es como ver "dibujos animados". Henry confiesa que con Messi en el campo corre el peligro de convertirse en un mero espectador: "Debo tener cuidado de no quedarme mirando sus movimientos". Ronaldinho, que conoce bien las virtudes de su compañero brasileño Kaká, opina que hoy por hoy no hay nadie que merezca más el galardón de mejor jugador en Europa, y por extensión del mundo, que el argentino. "Yo que he vivido la evolución de Messi, voto por Leo como ganador del Balón de Oro", dijo.

Esa evolución se manifiesta en la progresiva amplitud de juego que despliega. Primero marca más y más goles. Desde aquel hat trick contra el Real Madrid en marzo lleva un promedio de casi un gol por partido. Segundo, está agregando a su extraordinario regate una visión de juego de la que el propio Ronaldinho, de capa caída este año, se está beneficiando. Si uno se fija en los chispazos que sigue teniendo el brasileño, tienden a ser como consecuencia de una asociación eléctrica con Messi. Una pared o, lo que veremos con más frecuencia al ir madurando la Pulga, pases de gol como los de Maradona en su última etapa.

Por eso hoy Messi es considerado tanto por sus compañeros como por la hinchada del Camp Nou como el líder del Barcelona. Ha dejado de ser el llanero solitario de la banda derecha y se ha convertido, a pesar de ser el más joven del equipo titular, en el sheriff. El que inspira, crea y define. Con todo eso, mantiene su humildad, la condición que no debe perder si va a seguir yendo a más, si va a realizar su enorme potencial y convertirse no sólo en el mejor jugador de su época, sino -- lo que nadie descarta -- en un rival histórico para su legendario antecesor en el club catalán, Johan Cruyff, e incluso para la troika sagrada de Pelé, Maradona y Alfredo Di Stéfano. Por todo eso elegimos a Messi Deportista del Año de SI Latino.

"Hay mucho que me falta por mejorar", dice. "Por ejemplo, patear con las dos piernas igual. Con la derecha me falta todavía". ¿Aspira a ser considerado por unanimidad el mejor del mundo? "Sería lindo, pero tampoco me obsesiona. Más que nada pienso en lo afortunado que soy. Doy gracias a Dios por todo lo que me da, y por la suerte de poder jugar al lado de estos compañeros tanto en el Barcelona como en la selección".

Lo mismo, incluso con más fervor, dicen ellos.